Escribe Charles M. Cross en Heavier than Heaven, su biografía sobre Kurt Cobain: «Jesse [un amigo] y Kurt pasaban la mayoría de tardes viendo una cinta de vídeo de un hombre disparándose en la cabeza. «El tenía este vídeo de un senador», recuerda Jesse, «volándose la tapa de los sesos en directo. El hombre sacó una magnum 357 de un sobre manila y se disparó. Era muy gráfico. Kurt consiguió la cinta en alguna tienda de vídeos snuff». El vídeo era el suicidio de R. Budd Dwyer, un senador de Pensilvania acusado de soborno, que en enero de 1987 convocó una rueda de prensa, les dio las gracias a su mujer y sus hijos, les pasó un sobre a su equipo con su nota de suicidio y dijo a los reporteros: «Algunos de los que habéis llamado habéis dicho que yo soy un moderno Job». Con la cámara grabando, Dwyer se puso la pistola en la boca y apretó el gatillo muriendo al instante. Después del suicidio, circularon copias piratas de la cinta y Kurt había conseguido una. Él vio ese suicidio obsesivamente durante 1992 y 1993, casi tan a menudo como el ultrasonido de su hija en el útero de su pareja».
Se trata de un párrafo extraordinario, que señala, por oposición, las enormes dificultades que se presentan a la hora de formalizar la imitación. ¿Cómo se aisla lo que está por todas partes? Pero también, y quizá más importante, el papel secundario que ya le atribuyera Durkheim. Lo segundo, cuando uno piensa en suicidarse, es buscar el cómo. Quizá por ello, aparentemente, en los llamados clusters (suicidios apiñados en el espacio y en el tiempo) predominen los intentos sobre los suicidios consumados. Suicidarse no es fácil, reza uno de mis mantras.
El siglo XX contribuyó decisivamente al prestigio de la imitación. Puesto que para la tabla rasa no existía la naturaleza humana, la enfermedad sólo podía estar en el ambiente: medios de comunicación, cultura de la violencia, pobre socialización, malos padres. No digo que no contribuyan, pero el que se suicida siempre es alguien más importante. Cobain se suicidó disparándose en la cabeza con una escopeta en abril de 1994. La cuestión no es si el tiempo transcurrido entre ambos suicidios impide o no considerarlo un suicidio imitativo. La cuestión es si no será siempre el suicidio una imitación. Si de alguna forma cualquier suicidio no provocará siempre un inopinado y triste cluster.