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Las tres almas de Unidos Podemos o cómo convertir en fortaleza la debilidad


 

Ningún partido político se constituye como un bloque férreo, marmóleo e irrompible. Todos tienen corrientes más o menos enemistadas entre sí, mejor o peor avenidas. Incluso Ciudadanos, partido que ha sufrido dimisiones y expulsiones y que acogió en su seno a miembros de UPyD cuando se estaba desintegrando, a quien uniría su concepción del Estado, pero de quien separaría su modelo económico (UPyD, en principio, tenía un cariz más socialdemócrata frente al liberalismo de la formación naranja). En el Partido Popular conviven apasionados liberales con democristianos a la vieja usanza y a veces salen a la luz rencillas, como la última sobre quién redujo más el déficit, si el Rajoy de hoy o el Aznar de ayer, o la latente entre Esperanza Aguirre y Cristóbal Montoro. En el Partido Socialista, históricamente (acotando la historia a las tres últimas décadas) separados entre guerristas y renovadores a quienes, lejos de personalismos, separaba su concepción sobre lo que debería ser el socialismo en los últimos años del siglo XX, a diferencia de lo que distancia a Pedro Sánchez y a Susana Díaz, que parece tener más que ver con la estrategia que adoptar para sobrevivir que con las ideas, pugna que en todo caso ha ensombrecido a la más ideologizada Izquierda Socialista, pese a volver a aparecer rutilante durante la última disputa por la secretaría general.

 

Normalmente, estas disputas, estas corrientes, debilitan al conjunto. Que se lo digan al PSOE. O que se lo digan a Podemos, cuando las rencillas venían de la mano de las diferentes concepciones existentes respecto a cómo se tenía que organizar el partido, si de una manera más asamblearia o de una forma más centralizada en torno a Pablo Iglesias. O como cuando, fruto de esas desavenencias, cayeron diferentes cúpulas de distintos territorios, como la del País Vasco, para ser sustituida por una más fiel a Madrid. O como cuando, ya resuelto el conflicto entre asamblearismo y ejercicio vertical del poder a favor de este último, a favor, en definitiva, de las tesis de Iglesias sobre las de Izquierda Anticapitalista, ganaba de nuevo Iglesias frente a los errejonistas con la desaparición de Sergio Pascual al frente de la secretaría de organización.

 

Podemos sacó una gran lección de esas disputas, que le debilitaron, que le pusieron en cuestión, que ponían de manifiesto que el partido aún no estaba de verdad armado, y aprendió a utilizar esa diversidad a su favor. Sobre todo a partir del acuerdo con Izquierda Unida para formar la coalición Unidos Podemos. Podemos necesitaba los votos de IU para tratar de superar en votos y escaños al Partido Socialista después de que en los comicios del 20-D no lo lograra. La formación morada pagó un precio por ese acuerdo al que se había negado con anterioridad: renunció a su anterior pretendida transversalidad para colocarse a la izquierda del espectro político. Podemos, además, ha parecido permitir a los líderes de IU que se expresen casi como ha sido tradicional en ellos, ubicándose claramente en la izquierda, llegando a presumir de sus siglas comunistas (aunque no de su reflejo en medidas y programa), aunque sólo por una cuestión de pragmatismo: el casi millón de votos que logró IU en las pasadas elecciones le es necesario a Podemos. El electorado de IU, además, es el más politizado de todos, quizás el más exigente en términos ideológicos, y tiene que escuchar lo que quiere oír para que el 26 de junio vote lo que tiene que votar.

 

Al tiempo que Alberto Garzón se reivindicaba como comunista, Pablo Iglesias se definía a sí mismo y al programa electoral de Unidos Podemos como socialdemócrata (Garzón tuvo que reaccionar a ello en sintonía con Pablo Iglesias, con objeto de que no se le marcharan algunos de los suyos para los que ‘socialdemócrata’ es casi un insulto, diciendo que Marx y Engels también lo fueron, entrando en una discusión culturalista y elitista bastante fuera de lugar). Pero con el uso del término «socialdemócrata», Pablo Iglesias rebajaba, de esta manera, el rechazo que pudiera generar el término «comunista» y enmarcaba el terreno de juego en que se movería la formación dado que, como hemos ido comprobando, Pablo Iglesias siempre logra imponer sus criterios dentro del partido (en este caso coalición) que encabeza. Con ello, además, trataba de captar al votante del PSOE, incluso con la subrepticia legítima intención de suplantar a ese partido en esa franja del espectro ideológico, puesto que los socialistas del PSOE la habían abandonado hacía ya mucho tiempo. La duda que presenta esta estrategia es que, de acuerdo con las encuestas, muy pocos españoles se autodenominan como «socialdemócratas». Son más los que dicen de sí mismos que son «socialistas». Quizás por eso, a veces, Pablo Iglesias apela al voto, no ya socialdemócrata, sino del «socialista de corazón», aunque menos en esta campaña que en la del 20-D.

 

Antes o después (es irrelevante, puede que al mismo tiempo) de que Garzón e Iglesias manejaran y reivindicaran sus respectivas etiquetas, Íñigo Errejón afirmaba en una entrevista que socialdemócratas y comunistas son especies del pasado y reivindicaba el papel de Unidos Podemos como fuerza política con ánimo transversal: «Hemos hecho una alianza con una formación política que se dice de izquierdas, pero eso no quiere decir que intentemos conencer sólo a la gente que comparte esa etiqueta. No hemos perdido la conciencia de que los votantes del PSOE, del PP o de los abstencionistas también son nuestro pueblo. Piensan distinto, pero es con ellos con quien se construye una mayoría para un país más justo». Errejón habla de construir un pueblo, de redefinir el concepto de patria tal y como se aparece en el imaginario de los españoles, de una estrategia populista libre de etiquetas como estrategia electoral y seguramente también de transformación, primero social, para después convertirse en política.

 

En tres caladeros de voto busca pescar Unidos Podemos: el ámbito de la extrema izquierda, uniéndose a Izquierda Unida; el de la socialdemocracia, definiendo con este concepto al proyecto de Unidos Podemos y apelando al voto de los socialistas de corazón; y el del ciudadano cabreado, en general, por la crisis, sus consecuencias, y la corrupción, el del pueblo por contraposición a la oligarquía o a la casta (aunque esta última palabra ya no aparece en los mítines ni en el discurso de nadie de Podemos), y el de quien se siente conmovido por la palabra ‘patria’, ampliando por la derecha su «público objetivo». Quienes forman Unidos Podemos se han repartido el trabajo, pero no ha hecho falta que se hiciera de una manera artificial, puesto que a todas luces parece que cada quien interpreta el papel que responde a su convicción. Ya lo dijo Pablo Iglesias en una entrevista publicada en El País: «A Garzón le emociona un retrato de Marx; a Monedero, de Gramsci, y a Errejón, de Eva Perón». Veremos si todas esas identificaciones terminan sumando o unos discursos terminan anulando a otros. Y, si después, una vez en el poder (si es que lo alcanzan) esas diferencias no acaban estallando. 

 

 

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