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Mientras tantoEl drama de la propiedad

El drama de la propiedad


 

La propiedad es el robo, la propiedad o el deseo de la propiedad es una aspiración legítima de los asalariados, la propiedad representa al poder alienante, la propiedad desata los perros de la codicia. Esto se dice, se repite, se lo afirma o se lo niega o se lo ignora. Lo cierto es que el drama de la propiedad acaso sea eso, un drama o un problema o una pregunta, después de la crisis económica del 2008, cuando se derrumbaron gigantes de las finanzas, fueron a dar a la cárcel algunos figurones, se hundieron las hipotecas, empleados despedidos se suicidaban en las casas centrales  de las empresas, los lobos de Wall Street se disfrazaban de corderos y se disponían al noble ejercicio de la filantropía y los bancos eran salvados con dineros públicos.

 

Llama la atención que un escritor como el austriaco Peter Handke diga que le cuesta sentirse propietario, y que las próximas guerras, las que tal vez ya están siendo o se están preparando, serán no entre países sino entre vecinos. El señor de enfrente, el que lava su auto los domingos, un domingo cualquiera, un domingo como otro, sale con una escopeta y le vuela la cabeza a la señora de la casa de al lado, su vecina, que el jueves le había llevado un pedazo de torta casera a la esposa del señor que lava los autos los domingos, que ha quedado estupefacto por lo que hizo, la escopeta entre las manos.  A Handke se lo conoce por sus novelas, guiones, obras de teatro, poemas, su desprecio a Austria, su pasión por caminar, escribir a mano, su casa en las afueras de París, su soledad. Sus propiedades seguramente son pocas… ¿por qué se extrañaría? Se conoce un episodio depresivo luego de que se suicidara su madre, algún cansancio o varios, pero nada de sedantes o cosas por el estilo. El drama de la propiedad tal vez haya nacido en él, si es que es un drama, por la percepción del fenómeno migratorio, por los votos que cosecha, a manos llenas, la ultraderecha francesa, provistos por aquellos que alguna vez votaron o militaron en el comunismo, por su desorientación, su pérdida del sentido global de ese pequeño acto, un acto de domingo también, que recrea, quiérase o no, cierto espíritu comunitario que se había perdido y que apareció primero de manera más o menos clandestina pero ahora con las credenciales en orden, hasta merecer un festejo, en la Francia profunda, a kilómetros de la casa de Handke, de la memoria de Louis Althusser, de las casas de estudio donde se discuten protocolos o salvoconductos contra la desigualdad en los ingresos, la desigualdad global en los ingresos, el efecto de la caída de las hipotecas sub-prime, la caída de las tasas de natalidad, la prostitución ejercida por placer y dinero de urbanitas sofisticadas y cultas y la multiplicación de las consultas por depresión y sus consecuencias en el mercado de trabajo.

 

En el sur, sin embargo, el panorama es otro, o parece otro, pero en las ciudades grandes tampoco es tan diferente. San Pablo, Buenos Aires, Santiago de Chile, Bogotá, Lima, siempre resultaron extrañas a las poblaciones rurales de sus países. La guerrilla latinoamericana fue cubana, como la vietnamita o la china. La guerrilla europea fue industrial, de las periferias urbanas, como la argentina o la brasileña, diversa de la peruana de Sendero Luminoso, que nació en el interior, en una universidad del interior y se extendió como una mancha, más tarde, hacia las ciudades y la capital, pero en todos los casos, con variaciones ideológicas, culturales, tribales, sistémicas, sindicales, en todos los casos se plantearon el drama de la propiedad, ciertamente no en los términos que lo plantea Handke en la actualidad, sino en otros términos, igualmente brutales, como los que se merece la cuestión.

 

Como sea, creo que el drama de la propiedad puede tratarse en una novela, dos hermanos, una madre muerta, un padre ausente y una herencia. Pero esa ya es otra cuestión.

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