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Mientras tanto2016/36 — La fragilidad

2016/36 — La fragilidad


 

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Fue mi libro más amado hasta que hace seis años desapareció. Se lo tragó una mudanza. Por mucho que busqué, y lo hice durante meses, a veces en los lugares más absurdos, como en un lagar que tienen mis abuelos, o en el baúl donde guardamos cada año los disfraces de Carnaval, nunca apareció. Pero hace una semana, buscando unas chanclas en casa de mis padres, abrí una caja de zapatos y allí estaban los cuatro volúmenes del diccionario. Algunos años los veranos acaban bien.

 

Juan Tallón en El Progreso.

 

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En España son raros los buenos libros de memorias, sobre todo de memorias escritas por hombres. Entre nosotros hay poco hábito de poner por escrito los propios sentimientos, la fragilidad masculina, la melancolía de lo que se ha perdido o lo que se nos malogró.


Antonio Muñoz Molina en Babelia.

 

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«Leer es innecesario. Te hace sentir out. Los libros cuestan dinero y acumulan polvo”. [Alfonso Berardinelli] Continúa: «Además, el autor es autoritario. Pretende que acepte su manera de hacer avanzar la historia, su forma de iniciarla y concluirla. Me impone sus gustos. El libro es antidemocrático, es anacrónico. ¡Dejad de decir que leemos poco! Cada vez leeremos menos. Somos más libres. Y virtualmente siempre sabremos más».

 

Lorena G. Maldonado en El Español.

 

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La poesía hace que la gente se sienta excluida; la perciben como una suerte de amenaza, de ahí que la reacción sea tan intensa y esté tan teñida de ansiedad. En el sentido que sea, siempre tiende a despertar emociones extremas.

 

Entrevista de Eduardo Lago a Ben Lerner en El País.

 

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Lucia Berlin es un milagro, como escritora renacida años después de su muerte, pero sobre todo un milagro de persona: es la mujer bellísima que se deja arrastrar por el amor, que abandona a un hombre por otro, pero lo hace cargada de equipaje, con dos hijos pequeños. Fue madre de cuatro chicos, que velaron por ella cuanto pudieron, ya que Lucia arrastró durante años un alcoholismo que heredó posiblemente de una familia tocada por esa adicción. Con su marido Buddy Berlin conoció otra, igual de sombría pero ilegal, la heroína. De tal forma, que la pregunta no es banal, ¿cuándo escribió Lucia Berlin: mientras viajaba buscando un futuro mejor, mientras mecía a sus bebés, mientras buscaba droga para Buddy, cuando su propia dependencia del alcohol se lo permitía?

 

Elvira Lindo en El País.

 

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Berlin’s storytelling runs on the hard-nosed wisdom of someone who has made their peace with all that life has to offer, for good or ill. If only she’d published more, you think; but then you realise that the work that kept her away from writing probably supported it, too, in more ways than one.

 

Anthony Cummins en The Guardian.

 

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Algunos jóvenes periodistas creen, a veces, que narrar es imaginar o inventar, sin advertir que el periodismo es un oficio extremadamente sensible, donde la más ligera falsedad, la más ligera desviación, pueden hacer pedazos la confianza que se ha ido creando en el lector durante años.

 

Tomás Eloy Martínez.

 

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En River, el protagonista es, entre otras cosas, un tipo analógico inadaptado que lee libros y escucha discos en vinilo. Su compañero señala una vez la pared forrada de estanterías de discos de vinilo y le dice: «¿Sabes que puedes meter toda esta música en el teléfono?». «¿Y para qué cojones iba a hacer eso?», responde River. «Para tener más espacio». «¿Y para qué quiero más espacio?”.

 

Esto es algo que los millenials tal vez no entiendan, pero los discos y los libros no roban espacio: una de las razones por las que queríamos tener una casa era para llenarla de libros y discos. Una de las razones por las que yo quise ganar un sueldo fue para gastármelo también en discos y libros. Supongo que son anhelos incomprensibles hoy.

 

Sergio del Molino. Vía @xpgigirey

 

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Y si en una novela falla lo literario, entonces habría sido mejor no perder el tiempo ni hacérselo perder a nadie, y dedicarse, por ejemplo, al periodismo.

 

Entrevista a Fernando Aramburu en El Cultural.

 

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Raymond Carver, el gran maestro del relato del siglo XX, explicaba que su vida parecía tan frágil cuando comenzó a escribir que necesitaba «acabar las cosas deprisa». Gracias a eso, un género considerado menor alcanzó alturas inesperadas y él mismo fue imitado hasta la extenuación por narradores, poetas y cineastas del mundo entero.

 

En El Cultural.

 

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Si se quiere meter en la lectura (y no sé si esto es en sí mismo bueno) a la juventud hay que decirle la verdad: si lees vas a follar más. Leer te convertirá en un seductor para toda la vida, no hasta que te aguanten los pectorales o las tetas en su sitio. Leyendo se hace uno más rápido, más imprevisible y más ágil. Leyendo se aprende a encandilar. Leyendo se le recuerda al cerebro cuál es su ritmo, se le apacigua, se le echa de comer.

 

Javier Gómez Santander en Papel.

 

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En nada se parecía Julio Camba al típico turista español que hace de las faltas orgullo. Su humor e ironía, subversiva en ocasiones, provocaron algún rifirrafe diplomático hasta el punto de ser invitado a irse de Francia, y luego de Berlín. Y eso que en sus comparaciones, era España la que no acostumbraba a salir bien parada. Parecía uno de esos chistes: “Inglaterra, Francia, España… Inglaterra es un pueblo que come lo que necesita. Francia es un pueblo que come lo que necesita. España es un pueblo que no come lo que necesita. Inglaterra está ágil, Francia está gorda. España está en los huesos”, escribía en La Tribuna, en 1912. El viaje, alejarse es acercarse, era tomar perspectiva para ver mejor España, “cuando yo creía estar observando con mayor atención a Inglaterra y a los ingleses, en realidad observaba más bien a España y a los españoles.


Julio Camba, el viajero sándwich.

 

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Una de las fascinaciones perdidas que caracterizaron el viejo columnismo es la de Madrid. Creo que el Irse a Madrid de Jabois es el último estertor del mito de la entrada en el café Gijón para el escritor con apetencia de conquista y de vida vivida. Ahora que todo se nos llenó de politólogos, de asépticos entomólogos de la moral pública, ni esas fascinaciones ni esas apetencias existen. Gente sin otra experiencia que la de la universidad. Qué pesados. Qué aburridos. Podrían intercambiar las cosas que publican y nadie se daría cuenta. De hecho, creo que todo lo hace un mismo robot.

 

David Gistau en ABC.

 

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Todo lo que he vivido gracias al celuloide ha tenido tanta o más intensidad que mis experiencias porque casi siempre resultan mucho más satisfactorios los sueños que la realidad, los deseos que su materialización. Los cines han desaparecido y han sido sustituidos por esas multisalas impersonales e intercambiables que carecen de alma. Vamos a ver una película como quien va a un hipermercado. Imposible recuperar la vieja emoción que sentíamos al apagarse las luces e iluminarse la pantalla con los títulos de crédito.

 

Me encoge el corazón la nostalgia por aquella fábrica de sueños, aquellos cines destartalados y decrépitos que nos permitían huir de una España mediocre y puritana en los que el corazón de Liz Taylor latía junto al crujido de las pipas. Para mí, el cine ha muerto.

 

Pedro G. Cuartango en El Mundo

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