Quizás nunca antes, al menos desde los primeros ochenta, había habido un panorama tan rico en la izquierda española. Ésa es la forma optimista de verlo. La pesimista es que nunca había estado tan enconadamente dividida. Sin contar sus versiones nacionalistas, tanto en Galicia con el Bloque, en el País Vasco con Bildu, y en Cataluña, con Esquerra Republicana y las CUP, contamos en el panorama estatal con tres partidos políticos en la órbita de la izquierda: Izquierda Unida, el Partido Socialista y Podemos. Pero, a su vez, estas tres fuerzas está divididas, como mínimo, en tres corrientes con posiciones más o menos irreconciliables entre sí tanto en lo que se refiere a su estrategia, como a su ideología y a su concepción de lo que debe ser cada partido.
¿Qué pasa en IU?
Izquierda Unida ha puesto de manifiesto esa división de manera muy gráfica este fin de semana en que una de sus corrientes (la que encabeza oficiosamente Cayo Lara; en la que está inscrito el único alcalde que tiene la formación en una capital de provincia, Zamora; la que llevó como cabeza de lista a la eurodiputada Paloma López para disputar el puesto de coordinador general a Alberto Garzón) ha celebrado el treinta cumpleaños de la organización sin que participe ninguno de los próximos a la cúpula y sin que tampoco intervenga en la celebración nadie próximo a Gaspar Llamazares, que lidera la tercera corriente en discordia.
Hemos presentado, pues, cometiendo el pecado de personalizar, a los tres contendientes dentro de IU: Cayo Lara, Alberto Garzón y Gaspar Llamazares. Pero, ¿qué representan cada uno de ellos? Si retrocedemos un poco y buceamos en el más inmediato pasado, lo que les ha separado a los tres ha sido la confluencia con Podemos: Alberto Garzón ha logrado llevar a cabo su propósito de ir a las elecciones con el partido morado con la oposición de los de Lara y de los de Llamazares.
Las discrepancias entre Garzón y Lara, integrado en la casi recién nacida corriente IU, sí, con más fuerza, son relativamente nuevas, arrancan de la estrategia de relación con Podemos (o de un pelín antes, en relación con la IU madrileña, desintegrada coincidiendo prácticamente con las últimas elecciones municipales y refundada a continuación). Lara cedió el testigo a Garzón de buen grado cuando parecía que la organización sólo iba a acometer un rejuvenecimiento estético, como se observó durante la campaña para las elecciones de diciembre, cuando el mensaje de IU fue radicalmente de izquierdas. Con la posterior confluencia con Podemos, la línea oficial de IU modernizó o difuminó sus mensajes tradicionales. Ahí vino la separación entre Lara y Garzón.
La discrepancia de Llamazares venía de atrás: su corriente, Izquierda Abierta, ha sido tradicionalmente la más moderada, la más socialdemócrata, la más cercana y amable con el Partido Socialista, como pudo comprobarse sobre todo durante la primera legislatura de José Luis Rodríguez Zapatero, pero siempre se ha opuesto al acercamiento a Podemos quizás más por cuestiones identitarias formales que por razones ideológicas, aunque en los últimos tiempos Llamazares haya apaciguado sus críticas.
La corriente de Cayo Lara, Paloma López y el alcalde de Zamora, Paco Guarido, se reivindica como la preservadora de las siglas, los signos de identidad y la tradición de la IU que nació en la primavera de 1986. Quiere defender a IU del disolvente que supone Podemos para sus esencias: la ideología de clase, el anti-otanismo, la república, el feminismo de la igualdad…
Las tres almas de Podemos
Si en IU conviven (o malviven) tres almas, en Podemos ocurre lo mismo. Y desde el principio. Eso a nadie se le ha ocultado. Por un lado se encuentran los errejonistas, que pertenecen a la tradición populista, cuya ambición es crear un pueblo ajeno a la identidad de clase y en contraposición a una oligarquía pequeña, lejana y difusa; un pueblo transversal, que hay que construir superando la dicotomía izquierda-derecha, que separa más que une; una mayoría social, en definitiva, que conduzca a Podemos al Gobierno para a continuación llevar a cabo un programa transformador, pero sólo en lo que hay un consenso preexistente en la sociedad. El Podemos de Errejón sería casi un Sócrates que apela al pueblo y le hace ver lo que ya sabe, lo que ya desea, en lo que coincide, en lo que es de sentido común.
De ahí que el primer gran conflicto entre los errejonistas y los pablistas surgiera a raíz del acuerdo con Izquierda Unida para ir juntos a las elecciones del 26 de junio. Errejón percibía que así Podemos se definía demasiado, que volvía al eje izquierda-derecha, que empezaba a dar miedo a una parte de su público objetivo, el que podía atraer del PP harto de la corrupción y los recortes; el del PSOE más moderado pero desencantado por las sucesivas traiciones; el que se disputaba, en definitiva, con Ciudadanos.
La pelea en los últimos días entre Íñigo Errejón y Pablo Iglesias se ha recrudecido debido, por un lado, a sus diferencias respecto a un posible pacto de investidura o de Gobierno con el Partido Socialista, pero especialmente sobre lo que debe ser Podemos, si un partido atrapalotodo y amable al que puedan votar las auto-percibidas clases medias acomodadas, o un partido más asimilable aIzquierda Unida, sólo que crecida y más ambiciosa, que quizás tenga que renunciar al voto más centrado a cambio de asegurar el voto clásico de la izquierda más tradicional que no fue fiel a la IU fusionada con Podemos en las elecciones de junio.
Pablo Iglesias quiere asegurar ese millón de votos. Alberto Garzón, y ésta es una suposición, está tirando de Podemos hacia la izquierda porque él, como demuestra en un artículo publicado hoy en eldiario.es, quiere rearmar ideológicamente a IU, a sus militantes y a sus simpatizantes. Es fundamental para servir a dos propósitos: reforzarse en IU, recuperar a los más escépticos de entre los suyos, y, también ‘re-izquierdizar’ a Podemos. Con Pablo Iglesias puede estar consiguiéndolo.
¿Y cuál es la tercera alma de Podemos? Izquierda Anticapitalista, de tradición trotskista, fue corriente de IU hasta principios de los años 2000, cuando se independizó de la formación por la blandura que observaban en la coalición en la que entonces mandaba Gaspar Llamazares. Al principio fue muy batalladora, sobre todo en cuestiones organizativas, puesto que se manifiesta partidaria de una mayor participación, de un mayor grado de democracia interna, pero también en cuestiones ideológicas, dada su crítica profunda a los presupuestos económicos de la Unión Europea, así como a Alexis Tsipras en Grecia, alineándose uno de sus nombres más representativos, Miguel Urbán, con el dimitido Yanis Varoufakis. Además, y no es baladí, no renuncian a su nombre ‘Izquierda Anticapitalista’. Ahora estarían haciendo piña con Iglesias contra los presupuestos de Errejón.
Dos familias socialistas contra Sánchez
En el PSOE, tradicionalmente, han convivido familias de diferente tradición y siempre han estado en disputa. ¿O ya nadie se acuerda de la que hubo entre los guerristas y los renovadores, por no remontarnos mucho más allá en el tiempo con nombres como Largo Caballero, Prieto o Negrín? Lo que no había ocurrido nunca es que tras haber sido el partido político hegemónico de la izquierda ahora se la esté disputando una máquina electoral como lo es Podemos.
Ha sido Podemos quien ha desbaratado al PSOE (malherido desde mayo de 2010, cuando Rodríguez Zapatero anunció los recortes que le costaron el Gobierno, y, después, desde el verano de 2011, cuando reformó el artículo 135 con el Partido Popular para primar el pago de la deuda sobre todas las cosas). Precisamente, esos dos hitos del PSOE fueron los que abrieron la brecha de oportunidad a Podemos. Pero, de momento, el PSOE resiste. Que el 26 de junio un Podemos multidiscursivo no le ganara ni en votos ni en escaños fue un alivio para la formación centenaria y fue lo que le dio fuerza a Pedro Sánchez para continuar con el camino que ya había emprendido desde la campaña electoral para los comicios del 20 de diciembre: negarse a dejar gobernar al PP y lograr la formación de un ejecutivo alternativo con Podemos y Ciudadanos (aunque ahora con algo menos de fuerza, puesto que siente que unas terceras elecciones le beneficiarán al PSOE en detrimento de su principal adversario, Podemos).
En esta estrategia, con la que pretende desligar al PSOE del PP para borrar definitivamente del imaginario colectivo el eslógan PPSOE, para reivindicar al PSOE como el partido principal de la izquierda, como la alternativa natural al PP, como su oponente más claro y tradicional, Pedro Sánchez se ha topado con la oposición de los llamados ‘barones’, o de algunos de ellos, sobre todo los de Castilla-La Mancha, Emiliano García-Page, y Extremadura, Guillermo Fernández Vara. Precisamente, son los líderes de las autonomías en las que los socialistas gobiernan los que con más acritud se oponen a la estrategia de Sánchez e invitan al líder a tener una posición más constructiva en la actualidad, lo que traducido en su lenguaje implica dejar gobernar al PP con una abstención en la investidura. La presidenta andaluza, Susana Díaz, también se encuentra entre ellos. Contra Sánchez también se ha manifestado la vieja guardia del partido, representada por Felipe González, o por Juan Carlos Rodríguez Ibarra, este último especialmente preocupado porque el PSOE no pacte con los nacionalistas para conseguir un gobierno.
Pero, como contaba Gonzalo López Alba en El Confidencial hace unos días, hay una tercera alma en el PSOE, la de quienes no quieren a Sánchez al frente del partido, pero desean rearmar al PSOE en lo ideológico para combatir tanto a Podemos como a la derecha, sin que esos objetivos estén contaminados por las aspiraciones personales que se sospechan en Sánchez.
Los resultados de las elecciones vascas y gallegas, donde planea el fantasma del sorpasso más amenazante que nunca, y la interpretación que se haga de estos comicios podrían transformar el panorama. Si estas al menos nueve izquierdas se encuentran todavía en disputa, si de momento ninguna se ha impuesto sobre las otras, seguro que en las próximas semanas se sabrá por cuáles al final se inclinará la balanza.
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