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Mientras tantoCrónica de un estreno de postín en la Gran Vía

Crónica de un estreno de postín en la Gran Vía


 

Nunca había ido a un estreno en la Gran Vía, y ésta era una ocasión especial, se trataba de un estreno de postín, así que, al enterarme, acudí corriendo. El diccionario describe «de postín» como «de lujo e importancia». ¡Por supuesto, hubo mucho lujo e importancia! Eral el estreno de Miguel de Molina al desnudo, interpretada por el versátil y divertidísimo Ángel Ruiz acompañado del virtuoso pianista César Belda. No diré más sobre lo bien que lo pasé en el espectáculo porque no es éste un blog de críticas, pero pueden preguntarme sobre ello cuando me encuentren husmeando en la puerta de algún teatro esta semana.

 

Teatro Rialto

Foto desde mi butaca cuando el acomodador estaba despistado

 

Lo primero que hice al llegar fue preguntar  si en ese teatro, el Teatro Rialto, fue donde se hizo aquel musical un tanto soez llamado Hoy no me puedo levantar. Y nadie me supo contestar. Pero yo juraría que sí, porque recuerdo el amplio hall con su esa escalera monumental la izquierda… Por cierto, por esa escalera bajó Ángel Ruiz, tras cambiarse y refrescarse después de la función… hizo su bajada triunfal, cual Esperanza Roy… Y Esperanza Roy, según escuché, no pudo estar en el estreno, pero también se dijo que le había mandado a Ángel un hermoso ramo de flores esa misma tarde… Y alguien comentó que tal vez estuviera ella dentro del ramo y saliera del ramo a felicitarle tras la función, en camerinos… Yo añadí que Esperanza Roy es necesaria en los estrenos, porque es la espectadora más agradecida del teatro madrileño. Me miraron de una forma rara y me dijeron que siguiera con mi plátano (había tenido que sacar un plátano que llevaba conmigo porque estaba hambriento…). Bueno, al fin y al cabo Esperanza Roy no había podido venir, pero su ramo tenía un lugar de honor en camerinos. No estaba allí sentada en la butaca, pero estaba en forma de flores… ¡Qué forma más bella de estar en un estreno! «Esperanza es grande, porque hace las cosas como las grandes», como dice Ángel Ruiz.

 

Teatro Rialto

Fotos en el hall, de izquierda a derecha, la señorita Valero,

el señor Ruiz y el señor Noci; está bien, no tiene muy buena calidad

esta foto, pero del valor histórico, ¿qué me dicen?

 

Como era un estreno de postín, había mucha gente de postín (con mucho lujo e importancia), como Massiel, las señoritas Valero, Arévalo y Forqué, el señor Rellán… Todos, en general, muy guapos y elegantes, todos menos yo, un dálmata infiltrado en un estreno en la Gran Vía… Por eso intenté pasar desapercibido (sin mucho éxito), aunque en el cava final, en el hall, no tuve más remedio que sacar un plátano de la mochila, pues ya desfallecía, y claro, todos con su copa de cava en la mano me miraban porque yo comiendo un plátano no desprendo mucho glamour… Pero ellos se lo pierden. Si alguna vez organizo yo un estreno, en el piscolabis tras la función sólo habrá plátanos.

 

Me había tocado un asiento lejano, pero hice algo que aprendí bien del señor Henríquez: en los segundos previos a que se apaguen las luces puede uno reubicarse en un sitio mejor (en esos momentos ni el jefe de sala ni el acomodador tienen capacidad de reacción… y no te dicen nada… os lo recomiendo). Entonces me senté al lado del señor Carrión y la señorita Tellechea. El señor Carrión es muy discreto durante los espectáculos, uno tiene la sensación de que no le gusta lo que ve, pero al final te das cuenta de que ha estado sumamente atento y no ha perdido nada de lo sucedido en la función, y en los aplausos el señor Carrión fue toda una explosión de bravos y aplausos, con su especial voz. Aunque no sólo él, sino muchas otras voces gritaban los bravos. De hecho, creo que ha sido uno de los más bellos aplausos a los que he asistido. (Por cierto, un inciso, próximamente se va a publicar un especial aplausos de la hora de nico… si alguien quiere colaborar con alguna reflexión sobre el tema…)

 

Programa de mano

Foto programa de mano robado de debajo de las butacas de las últimas filas

 

Cuando salimos al hall después de los aplausos, me dispuse a buscar algo que habían conseguido al principio. Cuando te sientas solo en tu butaca, el acomodador se ahorra el programa de mano. Por eso luego hay que descubrir dónde se guardan los programas. Pero no falla, siempre hay algún pequeño escondite, y a la salida nadie está pendiente de si metes la mano donde no debes… El montón de programas sobrantes en este teatro estaba bajo las butacas de las últimas filas. Conseguí el mío y salí al hall, a fisgar lo que sucede en los piscolabis post-estreno de postín en la Gran Vía. Allí todos se besaban y abrazaban, y comenzaban conversaciones con conocidos, conversaciones que no terminaban porque tenían que besar a otro conocido, y así hasta el infinito, o hasta el momento de la bajada triunfal del artista por la gran escalera, en que todos aplaudieron y siguieron con los «bravos». Después, vi cómo muchos se hacían fotos  con el señor Ruiz ante el cartel de la obra… Y entonces hablé con mucha gente, felicité al señor Estaire, director del espectáculo, felicité al artista, felicité a la señorita Valero, que firmaba el vestuario, y que vestía de lentejuelas y con un bolso a juego, de lentejuelas un poco más grandes (más bien de grandes pedruscos de todos los colores… la señorita Valero  es especialista en conjugar el bolso con su vestuario, cualquier día se podría hacer un estudio antropológico de esta característica suya, o incluso una asignatura de un máster). También vi a las señoritas Iwasaki, Testa, Benedicto, de la Cruz, a los señores Báñez, Casteiva, Frías, Arias… Jóvenes y no tan jóvenes, bellas y no tan… Perdón, como era un estreno de postín, todas iban bellas… Y salí del Teatro Rialto, pero prometo volver a un estreno de postín en la Gran Vía, que lo pasé bastante bien.

 

 

 

@nico_guau

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