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Mientras tantoExpediente Merinero (1)

Expediente Merinero (1)

 

Van casi veinte entradas de Crimen para Iniciados sin que haya yo hablado como se merece de quien me inició a mí mismo en el género, o, si no tanto, al menos de quien fue culpable directo de que viera en él un margen de maniobra literaria amplio, libre y genuinamente lúdico. Me refiero a don Carlos Pérez Merinero, que se fue entre las brumas de un ya no tan cercano invierno de estrellas luminosas y mendigos ateridos.

 

[Lo que sigue (y no sé cuántas entradas durará, porque licencia del bloguero es publicar a golpe de inspiración) son, que conste y sirva de advertencia,  remembranzas; pues edad tengo ya para remembranzas y, lo que es peor síntoma, ganas de remembrar].

 

Corrían los años de mi primera (si es que hay más de una) juventud. Puede ser que ya fuera a la Universidad, puede que no. En la memoria, las fechas se me suelen escapar con la precisión con que se me adhieren los ambientes. Era una época en que algunos días regalaban muchas horas de lectura. Frecuentaba entonces la cercana biblioteca de mi amigo Carlos Duart. Él –bendito sea- puso un buen día (recuerdo el salón, la luz polvorienta que entraba por la ventana de la terraza, donde a la sazón cultivaba guindillas, y el ruido difuminado y zumbón del tráfico de coches en el Paseo de Santa María de La Cabeza) sobre mi mano el ligero, manejable, perfecto formato de un ejemplar de la Colección Novela Negra de Bruguera, número 63. El libro venía acompañado de un consejo, una orden, un ruego, un chascarrillo: “Léete esto”.

 

 

Con la ayuda del índice y el pulgar, dispóngase, por un euro, a pescar.

 

[Esto libro, este mismo, Días de Guardar, de Carlos Pérez Merinero, lo compré en las casetas de la Cuesta de Moyano años después por un euro, uno, y para más inri primera edición (1981), ¿Se han parado ustedes a pensar, habitantes de la urbe, madrileños errantes, librescos buscadores, en que era y es un milagro que por un euro, uno, se pueda adquirir, en un santiamén, en plena calle, sin intermediarios y como si fuera la cosa más natural del mundo, un libro como éste? ¿Cuántas horas de placer por un euro, uno? ¿Cuántos Maigret he adquirido yo –en formato semejante, manejable, de bolsillo, ideal para llevar en el chubasquero las noches de farra en que uno debía luego esperar encogido en la marquesina el “búho” que le llevara a casa- un domingo cualquiera, camino de ida o de vuelta al Retiro? ¿Por un euro, uno, Chacal? ¿Por un euro, uno, Tatuaje? ¿Sólo por una monedita Luna Caliente?].

 

Y, en fin, me dijo Carlos “léete esto”, y no era una orden, ni un consejo, ni un ruego, ni un chascarrillo, sino mi alegre obligación de amigo, y el inicio de una revelación.

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