Los sellos son los bonsáis de la pintura
Los sellos y los reyes siempre se han llevado bien, cuestión de costumbres y espacios simbólicos compartidos. Incluso los otros reyes, los Magos, también resultaron -para mi generación- grandes promotores filatélicos. A numerosos adolescentes tiernos y aplicados del tardofranquismo, nos regalaban por Reyes –entre otras cosas- raras exquisiteces de filatelia. Y no era de extrañar que su compra se reservase para acontecimientos especiales, ya que sus altos precios los hacían un tanto inaccesibles.
Recuerdo con auténtica devoción el flamante álbum de sellos azul marino con letras doradas, y su distinguido estuche gris plata, que encontré en el salón aquella mañana de reyes de mi tardía infancia; aunque lo que a mí realmente me fascinó del regalo, fueron los tubitos dorados interiores del álbum, por los que pasaban los orificios de las hojas de sellos, y que se cerraban con dos tornillos dorados, de cabeza ancha. Era tal vez el mecanismo más sofisticado –entre los de mi propiedad- que yo había manejado nunca. Hasta entonces, no había tenido la sensación de atornillar páginas a ninguna parte, y menos aún con tan nobles materiales.
Para comenzar este paseo filatélico de Epifanía, quiero compartir con los lectores unos deliciosos sellitos, con los que no he podido dejar de regocijarme ante su encuentro. Se trata de una serie de sellos portugueses de pequeño formato (como la mayoría de los sellos alemanes, franceses o ingleses, que circulaban por esos países durante los años 60 y 70), editados a dos tintas, con una exquisita combinación de colores que convierte a estos sellitos -como de juguete- en alhajas filatélicas. El estilo primitivo del trazo medieval del caballero ecuestre blandiendo al cielo su espada, dentro de una flexible armadura y casco casi de buzo, le insufla un aire de muñequito o juguete, en la que colabora el colorista tratamiento de la serie.
Se publican sellos para conmemorar eventos, resaltar valores filantrópicos, proyectos humanistas, avances científicos, hitos deportivos…, al dictado de los criterios políticos, sociales o morales de los Gobiernos; por eso se editan tantos sellos de Jefes de Estado, para implantarlos o consolidarlos como símbolos máximos de la Nación. Las Fábricas Nacionales de Timbrado trabajan para estampar y distribuir la imagen institucional del Estado.
La idealización filatélica corrige la realidad hasta un punto preocupante. Gracias a la nobleza que otorga la rica tradición iconográfica y tipográfica de los sellos, todos los tiranos o dictadores que han alcanzado el Poder derrocando a un régimen democrático, dando un golpe de Estado, o habiendo consumado un magnicidio, han pasado a la Historia con un aspecto digno, a pesar de sus felonías. Y si bien es cierto que no todos los políticos acceden a sus cargos por tan siniestra vía, ni deben ser tachados de malhechores, por el simple hecho de serlo, este desdén o desconfianza hacia los poderosos, puede ser que nos venga a los que fuimos -durante el franquismo- practicantes de la correspondencia epistolar (y, por tanto, consumidores de sellos). Quedamos traumatizados por el bochorno que -aún hoy- sentimos, de haber recopilado en nuestros clasificadores un extenso surtido de sellos del dictador, que eran los que llegaban mayoritariamente en las cartas.
En el planeta del sello el mundo aparece retratado mucho más perfecto de lo que merece. Y esta fue en cierto modo la causa por la que me aparté -tras una gloriosa etapa de diez años- del coleccionismo filatélico: porque, en el fondo, coleccionar sellos resultaba un tanto reaccionario para un universitario en trance de convertirse en revolucionario. Sin embargo, pasados los años, la elegancia idealizada de la estética y retórica filatélica, con la que me he vuelto a encontrar hace unos días al abrir mi clasificador de sellos, ha logrado que éstos graviten de nuevo en el centro de mi vida, gracias a todos los recuerdos que ha avivado su mera contemplación y presencia.
Del poder político del sello
Los sellos, al contener ideología y estar conectados con la actualidad, comparten cualidades de género con la prensa, con la que también les relaciona su común iconoclastia. La elección y el tratamiento de un acontecimiento que se destaca de la actualidad y la noticia, pueden dar pie a la polémica. La forma de suministrar la información al público siempre es propaganda, o así es considerada por el adversario político.
Tres simples sellos de correos ilustran mucho mejor que trescientas páginas de una tesis doctoral, la rápida itinerancia que recorrió la corona de Inglaterra por tres cabezas distintas de la misma familia Windsor, en un periodo de apenas 17 años. Aunque Eduardo VIII (posteriormente conocido como el Duque de Windsor) no llegó a ser coronado en los apenas once meses que fue Rey de Inglaterra, sí le dio tiempo a ser estampado como rey en la legitimidad que otorgan los sellos de Correos (el Postage Revenue, que así llaman los ingleses, al Organismo Público de Correos).
Tampoco pasa desapercibido, cómo la retórica filatélica trató el símbolo de la monarquía -la corona- de formas diferentes en cada uno de los tres sellos. El sello con la efigie del nuevo Rey Eduardo VIII muestra a un monarca joven, apuesto y soltero, bajo una corona –gráfica- de Inglaterra, custodiado por cuatro emblemas de heráldica vegetal. Resulta el más elegante de los tres. Su sucesor, su hermano Jorge VI (que era tartamudo, además de haber sido Duque de York, antes que Rey) aparece en un real sello -de formato apaisado- junto a su esposa la reina Elizabeth; en esta ocasión lucen dos coronas en el sello: una, que también se representa gráficamente, y se sitúa en el centro entre los dos cónyuges (como si el reinado fuese cosa de ambos); y la segunda corona -fotográfica- la lleva en su cabeza la reina consorte. Con subliminal intención, se pretendía transmitir la mayor estabilidad de la Real pareja, frente a un rey díscolo y libertino, asilvestrado en el lujo y los placeres, quien, además, había manifestado públicamente sus simpatías por los nazis.
Por su parte, la joven Isabel II, posa para el sello en un ángulo de tres cuartos, con su testa cercada por la corona real de Inglaterra, por lo que resulta más disfrazada que los anteriores monarcas en sus respectivos sellos. Aunque la nueva reina fuera mujer, joven, recién casada, y le pillase un tanto de sorpresa su ascenso al trono a los 25 años, se la presentó filatélicamente con la mayor autoridad de los tres monarcas: tío, padre e hija. En sus cíclicas reediciones postales la reina Isabel II no ha dejado de posar con su cabeza tocada por la corona real.
Otra de las pruebas del poder político del sello es, el conflicto internacional que se originó entre Inglaterra y España por la emisión de dos sellos españoles con el británico peñón de Gibraltar como motivo, emitidos el patriótico día del 18 de Julio (fecha de inicio del Alzamiento de Franco), bajo el lema: «Pro-Trabajadores de Gibraltar». El Foreign Office británico protestó ante su homónimo español, por el agravio cometido contra la soberanía británica del peñón de Gibraltar, con la emisión de esta pareja de sellos, a la par que solicitaba su retirada de circulación. El sello magenta de Gibraltar no llegó a retirarse de circulación, bien al contrario, se convirtió en uno de los de mayor popularidad y consumo de aquellos años. Su tarifa coincidía -deliberadamente- con la de los envíos de cartas al territorio nacional, lo que hizo que millones de hogares españoles vieran reiteradamente ese sello en la intimidad de sus casas, como si se tratara de un anuncio de la tele.
Los sellos encadenan a las colonias
Los sellos son una forma de ratificar las posesiones territoriales. Aquello que se retrata en un sello, es propiedad de quien lo emite. De ahí que las últimas colonias africanas que tuvo España en Marruecos -Ifni y el Sahara occidental- así como Guinea Ecuatorial y Rio Muni, motivaran unas generosas y habituales emisiones de sellos españoles durante los pocos años que formaron parte de nuestra historia.
En los sellos coloniales del pasado siglo, los buques seguían siendo un gran emblema filatélico. No se puede fundar un Imperio marítimo sin una flota que lo garantice, los paquebotes eran las cadenas que unían a las colonias con sus metrópolis. Los buques no sólo transportaban tropas o pasajeros, sino también mercancías. En sus viajes de ida iban cargados con todo lo que íbamos a venderles, y en el de vuelta se transportaban las riquezas naturales que esa provincia española ultramarina producía para España. En los sellos de Correos de la época se reproduce toda esta épica industrial, que ilustra a la perfección el mecanismo económico del sistema capitalista.
Aunque de todos los emblemas elegidos para representar al Sahara Español en los sellos, el más recurrente (a la par que el más eficaz, por su exotismo) fue el camello. Seleccionamos sellos correspondientes al «camello radiofónico», transmitiendo para las ondas, desde la arena viva del desierto; a «la pareja de camellos libres» de montura, oteando la duna para elegir el lugar de holganza; y al «camello industrial» en plena jornada laboral, bajo las torres de alumbramientos de agua.
Además de suministrar la propaganda oficial del Estado para las colonias, a veces, la Fábrica Nacional de Moneda y timbre (FNMT), se ocupaba de atender a sus obligaciones para con la Ciencia. Como sucedió en América con la famosa Expedición Malaespina (auspiciada por el ilustrado rey español Carlos III), la exótica flora y fauna sahariana -amén de la guineana- fueron inventariadas en esas décadas, a través de algunos de los sellos más hermosos y conmovedores de la historia de la filatelia española. Cáctus, piñas, mariposas, zorros, tortugas, antílopes, y hasta escarabajos, se instalaron en el paisaje de papel del sello español. Hay que valorar el tratamiento monocolor intenso de cada una de estas estampillas, lo que les otorga una categoría más gráfica que fotográfica, que suele ser una de las señas de identidad del mejor sello clásico.
También se editaron sellos de Ifni para conmemorar el IV centenario de León el africano, un culto e influyente personaje histórico, de origen magrebí, que se convirtió en un gran viajero -además de al cristianismo- y que resultó un gran divulgador de las civilizaciones del desierto, con sus estudios y sus libros publicados en Italia, donde se estableció profesionalmente, llegando a alcanzar un reputado prestigio como humanista y traductor.
Otras tiradas de sellos predicaban las bondades de la educación conjunta de blancos y negros; cada año se editaban sellos en pro de la infancia… Por otra parte, funcionaba el sello benéfico, cuya tarifa se dedicaba en su mayoría a los damnificados por alguna catástrofe natural, como las famosas inundaciones de la década del 50, tanto de Sevilla como de Valencia. Estos sellos de “Pro-Barcelona”,“Ayuda a Sevilla” o “Ayuda a Valencia” (que fueron las capitales de dos reinos musulmanes importantes, durante la gloriosa era de Al-Andalus). Estos se llos «Pro-Barcelona», «Ayuda a Valencia» o «Ayuda a Sevilla» sirvieron para acuñar la estética orientalista como representación idealizada de las relaciones hispano árabes, a través de La Giralda, la Torre del Oro o la Alhambra.
Se hace lícito recordar en este contexto, una anterior «edad de oro» del sello benéfico, la vivida, precisamente en el Protectorado Español de Marruecos, donde se emitieron tiradas de sellos con una “sobretasa patriótica”. De las 2’25 pesetas que costaban estos sellos «sólo 25 cts serán destinados a satisfacer el pago de las tarifas postales vigentes y con el resto (2 ptas) se contribuirá a paliar los gastos de la sublevación.», informa José María Hernández Ramos en su artículo «Marruedos desconocido (Hace 60 años)», publicado en el número 7 de El Correo del Estrecho, Boletín de la Agrupación Filatélica de Ceuta, en julio de 1996.
Aunque todos los sellos comentados hasta ahora, pertenezcan a la modestísima colección de mi familia, no me puedo resistir a traer hasta este rincón colonial hispano africano, copia de los exóticos sellos dedicados por la ciudad española de Fernando Poo (capital de Guinea Ecuatorial, la actual Malabo) al tema de la zoología marina, siendo los primeros en incorporar ballenas a los sellos españoles. La serie se componía de dos parejas: una ilustrada con un emblema estilizado, diríase de “ballena alegre”, propio de la editorial juvenil de los 60, del mismo nombre; y la otra, una noble estampilla que podría haber pintado un discípulo de Delacroix, ilustrando una edición de Moby Dick, de Herman Melville. El humor estilizado de la primera y el dramatismo realista de la segunda, no deben hacernos perder de vista la originalidad del tema de la pesca ballenera en el ámbito del sello español.
La cartografía y la heráldica tradicional, también fueron recursos iconográficos habituales en los sellos que se editaron en esas décadas interiores del franquismo. Los escudos de la provincia, los trajes regionales, sus monumentos o personajes históricos más genuinos… también sirvieron para incorporar a las colonias africanas -como una provincia más- a las series de sellos nacionales que trataban, periódicamente, temas tan idiosincráticos.
El sello talismán
Cuando me pregunté a mí mismo cuál podría considerar el sello más hermoso de mi humilde colección, terminé decantándome por este sello blanco yugoslavo (editado en un considerable formato para la época), por ser todo un poema visual al vacío y al movimiento. Este sello dedicado a la infancia (en colaboración con UNICEF), reproduce una espléndida maternidad esculpida por el prestigioso y afamado escultor croata modernista Frano Krsinic, que se convirtió en uno de los más reputados escultores del Art-Decó europeo. Su pasión por el desnudo femenino y la experiencia de la maternidad, devino en tema cíclico y primordial de su obra. Sus mujeres respiran la misma libertad sexual de los desnudos femeninos de la pintura de Tamara de Lempicka; pero, además, sonríen, meditan, descansan, toman el sol, juegan con sus niños, y desean el regreso de sus amantes. El sutil cincel de Krsinic logra que el mármol blanco respire, viva, se mueva, sienta y se emocione.
Hay en el lenguaje del sello un misterioso elemento que multiplica su poder evocativo, el de la armonía que, a veces, se logra entre tema, imagen, tipografía, color, textura y hasta gramaje. Cuando se alcanza ese estado de gracia, el sello se torna música y aroma, memoria y tiempo, talismán derramando su magia y acrecentando su enigma. Y como, además, el sello es un objeto físico que puede tocarse, usarse, guardarse, y hasta lamerse, nuestra relación con los sellos termina resultando corporal, algo que no nos sucede con la literatura ni con el arte. Por esta razón -y no por otra- resulta tan fácil enamorarse del mundo de los sellos.
(Continuará)
FE DE MANIPULACIÓN DE IMAGEN:
Atraídos por la dinámica y orgánica composición en “U” de la escultura de Krsinic (y teniendo en cuenta que el sello se reproduce completo en la cabecera de esta entrada) nos hemos tomado la libertad (valiéndonos de los lazos mágicos de photoshop) de hacer desaparecer el logotipo de UNICEF, para potenciar el balanceo con el vacío que establece la escultura en el espacio.
Mientras la exquisita y personalísima tipografía del sello -con el nombre de la federación yugoslava- funciona como un magnífico pedestal tipográfico de la escultura; a nuestro parecer, el logotipo de UNICEF obstaculiza visualmente -como una cuña- el hipotético movimiento de esta cuna de mármol que forman la figura de madre e hijo. Planteamos así una hipótesis visual de la plenitud dinámica que podría haberse alcanzado en el mismo sello. Por último, y de paso, hemos borrado –también a lazo- alguna huella de suciedad dejada por el paso del tiempo.