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En su apariencia externa, W (Edicions Poncianes, 2017), de Gabriel Ventura, es un libro misceláneo que se quiere novela. Compendio de poemas, recortes, citas, fotografías, postales, cartas, microensayos, macrohaikus.
Tiene W un afán teorético, un impulso aforístico y un ansia estética.
No obstante, lo que W es -en el fondo- no es más -ni menos que- un ejercicio de sintaxis.
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Lo más bello que se puede decir de W es que en su disfuncionalidad funciona. Porque la captatio benevolentiae del recurso a la perdida caja (re)encontrada en un lugar oculto de un piso del Eixample sirve como marco, pero no funciona como argumento de veracidad. O dicho de otra manera: es un guiño para con el lector, un gesto que advierte de la (auto)ficcionalidad disfrazada del texto en su conjunto.
Y que adquiere todo su fulgor en la final desaparición de W, adentro del propio texto.
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W tiene fogonazos de iluminación gloriosos.
Pero, aunque tenga conexiones con el arte contemporáneo, no mira desde las artes plásticas.
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Siendo verdad todo lo dicho anteriormente, algo más hay: una conciencia.
La de una especie de mente literaria incorpórea (esto es, no asida a cuerpo alguno, sino al mismo mundo: espejo que vigila atento) que es quien construye este libro.
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Entre el conjunto, se distinguen tres espacios temáticos autónomos (confinados en bloques de hojas de colores diferentes): “Divina Cömedia”, más telúrico y pasional, “Arquitectura de la informació”, decididamente más técnico, al estilo de un breve tratado, con afán de intervención política; el subtexto: la cruenta lucha entre la obligación y el deseo. Y un tercero: “Derives, preguntes i senders sobre la superfície d´una postal”: un ejercicio de écfrasis sobre la crisis creativa a cuenta de Rilke y del famoso castillo de Duino. Y también una glosa. Y un despiece final, que funciona al modo de epílogo.
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Pero el conjunto viene hilvanado perfectamente por dos vectores: un humor pálido y una reflexión sobre el ejercicio de la escritura, en particular en lo que se refiere a su estatus, sobre todo relacionado con la omnipresencia actual de las imágenes (y no vista ésta como amenaza, sino desde su complementariedad). Además, el gusto por las listas, los catálogos, los espacios que se mueven pero son siempre el mismo (habitaciones de hotel), un afán quasi-enciclopédico y una mini-trama à-la-Aira (en el sentido de máquina de historias) sirven como guía formal a la lectura.
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Y cómo no, un talismán (y, a la vez, un misterioso, exótico e improbable compañero de viaje): un sapo rojo.
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Con todo, W es, por sobre todas las cosas, un dilema doble; el siguiente:
a) ¿Es la creatividad creación?
y
b) ¿la presencia de la ausencia de las imágenes puede ser (re)clamada por la palabra?
Un problema cuya solución viene dada menos por la lógica que por razones sentimentales.