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Mientras tantoLa derrota es muda (e invisible)

La derrota es muda (e invisible)

Sestear absorto y pálido   el blog de Jose de Montfort

 

 

1.

 

Conjunto Vacío (Pepitas de calabaza, 2017), de Verónica Gerber, es un novela sobre los límites, sobre su invisibilidad, sobre la incapacidad de alcanzarlos y –en última instancia- un lamento sobre la infinitud de todas las cosas.

Desde un punto de vista estructural, de diseño (y como muy bien vio Vicente Luis Mora), Conjunto Vacío avanza –es un decir- a través de los agujeros de gusano. Son atajos espacio-temporales (o subterfugios) por los que se cuela la narración.

Veredas apenas transitables, pero siempre inacabadas.

O mejor dicho, desviaciones que no van a ningún sitio, sino que funcionan al modo del bucle; obligan a la narradora a que retorne al lugar que le corresponde, pero con el cual no es capaz de identificarse, de sentir que pertenece a él.

 

2.

 

Así, Conjunto vacío es una novela de superposiciones y de suplantaciones. De amargas dobleces. De ser otro en otro lugar, sin dejar de ser uno mismo.

O sea, que Conjunto vacío dilucida la materialidad perenne del pasado.

Y, en ese sentido, es una investigación dendrocronológica, sobre el tiempo. Una novela sobre las historias que comienzan muchas veces, pero que solo terminan una –si es que terminan, si es que el final no es más que otro engaño (en la forma de un nuevo comienzo)-.

Conjunto vacío explora el reflejo de lo infinito.

 

 

3.

 

Conjunto vacío habla sobre las desapariciones, que pueden tomar la forma del exilio, el abandono, el desamor o el abatimiento.

Pero, más aun, se quiere artefacto que batalla contra la ilegibilidad del límite, de esa periferia en la que el dibujo “no se alcanza a ver por completo”. Esa franja que, en su indefinición, rasga el cuerpo y deja una fisura de trazados difusos que se abre al agujero y construye un hueco.

Así, Conjunto vacío reflexiona sobre el modo mejor de proceder cargando con esos huecos.

Porque todos estamos llenos de esos agujeros.

A todos nos ha bombardeado la vida con sus proyectiles.

Y es que, a pesar del complejo diseño de la narración (en dos planos: uno lingüístico y el otro visual) el centro de la novela y ese conjunto vacío al que se refiere el título tienen que ver con algo muy sencillo: la soledad, no con estar solo o sentirse desamparado, sino con esa cosa invisible que se nos instaura en el cuerpo y nos vuelve (in)inteligibles

                                                                                               [pero lo peor: incluso para nosotros mismos].

¿Y cómo evidencia esto la novela y de qué manera consigue ser -gracias a ello- una novela contemporánea?

Muy fácil: poniendo de relieve la flaqueza de los símbolos.

Haciendo patente nuestro desvalimiento.

Observando que la única ley física fiable que existe en el mundo es el caos.

 

4.

 

Por último, Conjunto vacío es un tratado sobre la mirada, sobre las formas de mirar lo minúsculo, lo diminuto y viceversa: de cómo lo obvio mirado desde lejos se torna irrelevante.

Es una novela que juega con la lógica de la teoría de conjuntos, proponiendo una actitud risueña frente a la impermutabilidad de las matemáticas. Y, en ese sentido, busca culebrear las certezas sobre el fin del mundo, la postautonomía del arte y, por sobre todas las cosas, sobre la concepción (post)romántica del amor.

Por una razón: porque hay cosas que no pueden contarse con palabras, y su mero acercamiento es siempre un fracaso, una derrota.

Ante eso, Gerber opta por cartografiar los límites del vacío, sabiendo que lo más que puede conseguir es perfilar un indicio; algunos -vagos- indicios (muy muy silenciosos).

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