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Mientras tantoLa revolución de los pinreles

La revolución de los pinreles


 

La chancla ha vuelto. Lo digo un poco como Arias Navarro: «Españoles, la chancla ha vuelto». Cabe decir que el calzado en sí, esas suelas de goma y esas tiras flojas, no constituye el mayor problema. Uno puede sobrevivir a una chancla con voluntad, pero no creo que pueda sobrevivir a un pie. A un pinrel. Los pies que usan chanclas no son pies, son pinreles. El pinrel  es una cosa fea, desagradable podríamos decir, y morfológicamente se subdivide en partes más desagradables aún por sí solas. He visto un pinrel levantarse al paso de su chancla y mostrar un talón, queridos lectores, que haría palidecer al Nosferatu de Murnau. Por esa tenebrosa oscuridad, por esa rugosidad añosa donde se juntan la suciedad (la mugre) y el desgaste (el envejecimiento) yo he visto el fin de la humanidad. Veo todos esos pinreles blancos y deslumbrantes avanzar por las calles. Por las calles de la ciudad. La chancla en sus orígenes era una cosa piscinera y playera. Es el progreso, la modernidad. Los pinreles se mueven haciendo un curioso sonido. Es el golpeo de la goma sobre el talón. Es un golpeo tipo catapulta pero sin la fuerza suficiente como para lanzar despedido al propietario del talón chancletero. Es una catapulta acariciadora, masajeadora. Un golpecito reafirmante, como un cachete podal. El chancletero parece regodearse en el claclacla característico, y ese claclacla, si es abusivo como es ya costumbre, provoca una rojez en la planta del pinrel proporcionándole un añadido de color que no aumenta precisamente la belleza del conjunto. No está hecha la chancla para el caminante. Claro que hay pinreles ligeros y pinreles pesados. Al pinrel ligero uno lo ve casi volar con su claclacla inaudible. Vuela el pinrel y la chancla sosteniendo cuerpos vaporosos. Son pinreles volantes, casi pies en su fugacidad. Pero el pinrel pesado es otra cosa. Es el pinrel por antonomasia. Un pinrel que alterna la onomatopeya con el arrastre. El sonido del pinrel pesado se asemeja al de una procesión. Un pinrel pesado arrastrándose suena como las cadenas de los penitentes acompañado de un redoble de chancla: clacla, claca. Y los dedos asomando parecen capirotes. Los dedos pinreleros saludan como guiñoles. Cualquiera diría que al dedo pinrelero lo mueve su propietario (por supuesto),  pero como para dar una función saltarina y pelotillera. Y los hay de todos los colores y de todas las formas y de todas las religiones. El dedo pinrelar es un miembro multicultural, de uña larga y peligrosa; de uña chaparra, rosa, marrón, blanca, azul, verde, negra o roja. Pinreles con sus chanclas cada vez más numerosos, más asentados, más oficiales. Es la invasión de los pinreles, ¡la revolución de los pinreles!, que viene a reeducarnos, a renombrarnos como si el hombre del siglo veintiuno fuese el hombre pinrel que saltó de la piscina a la vida.

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