Ayer por la tarde, mientras veía casi alucinado (pero lo veía) el reality de los informativos, ¡cómo cambiaba de canal, ávido de una información que no aparecía por boca de unos periodistas balbuceantes y carentes de vocabulario!, nos preguntábamos mi mujer y yo, horrorizados, con los ojos húmedos al ver las escenas de la masacre: los cuerpos sin vida, la sangre en el suelo, los heridos con los miembros rotos, visibles, colgantes; todo tan espantoso como ver alrededor de los recién atacados que yacían esperando ayuda a gente indemne grabándoles con sus aparatitos (también me preguntaba cuántos de esos luego se hartarían de poner en las redes «Todos somos Barcelona» o «Pray for Barcelona» o cualquiera de estas frases inútiles y ya casi ofensivas; y cuantos de esos acudirían después muy compungidos llevando entre sus manos una vela encendida para colocarla en el lugar donde antes sufría una persona a la que grababan en vez de ayudar), nos preguntábamos, decía, mi mujer y yo, qué era lo correcto, si difundir las imágenes o no difundirlas. Qué era lo mejor, que los medios mostraran con toda su crudeza los efectos del ataque o no.
Recordé lo que decía (lo que seguirá diciendo, supongo) Ángeles Escrivá, periodista experta en la ETA, de que no había que hablar el lenguaje de los terroristas. Que no había que utilizar sus términos, tales como «conflicto», «lucha armada» o «pueblo vasco». Términos que envolvían de sentido al terror. Yo siempre he estado de acuerdo con esa opinión. Todo aquel lenguaje era el sustento de la mentira, la premisa falsificada del silogismo perverso que justificaba (no sólo eso sino que lo normalizaba) la violencia y el asesinato cuyas imágenes reales eran, son, parte del discurso. Me pregunto desde ayer: ¿significa la difusión del horror que se hable un supuesto lenguaje? ¿Es la no difusión, la ocultación del horror, un modo eficaz de combatirlo?
No recuerdo haber visto ninguna imagen terrible del 11M más allá de los trenes destrozados. Tampoco recuerdo haber visto en la televisión ni en los periódicos ninguna imagen de los muertos y heridos en los atentados de Berlín o de Niza, sin contar las fotografías esporádicas, coladas, casi imposibles de controlar. Esto es la realidad atenuada. Como una droga para que no duela, no impacte, y así poder seguir adelante en la ignorancia feliz. La ignorancia que produce una soberbia equidistancia que se está poniendo peligrosa, más peligrosa aún que lo que se pretenda evitar, quizá, con la administración de las inyecciones paliativas. Sí recuerdo a un terrorista en París rematando en el suelo a un policía. A lo mejor se necesita conocer (mostrarlo, enseñarlo) el lenguaje primero antes de decidir.
Reconozco que las imágenes de Barcelona me han enseñado algo que no sabía o que no recordaba entre tanto alivio. La imagen de la madre de Irene Villa en el suelo, aturdida, con el rostro desencajado, llena de sangre y con una pierna arrancada también me enseñó algo. El conocimiento mínimo para empezar a pensar, para empezar a actuar, para empezar a opinar, para empezar a reaccionar. La ocultación de la verdad con todo su rigor (y no hablo del respeto al trabajo de las fuerzas de seguridad que yo practico sin objeción, y para hacerlo existen medios sobrados sin tener que renunciar a la información verdadera ni al conocimiento real) es un sedante (para algunos hasta un alucinógeno que hace ver elefantes rosas y buenos salvajes e incluso malos policías, ¿recuerdan aquella emoción que dijo sentir el equidistante Iglesias al ver a esos pobres ciudadanos occidentales darle una paliza a un malvado antidisturbios?, la emoción que, usando el silogismo perverso al que él es mismo es tan dado, no habrá sentido, probablemente todo lo contrario, tras saber del abatimiento de los terroristas en Barcelona a manos de los policías malvados), un sedante decía, y necesitamos estar despiertos para ser conscientes de que nos están matando.