En Estados Unidos todo se mide y el otro día nos topamos con un índice que elabora la Fed de Filadelfia, el Partisan Conflict Index, que calcula el grado de desacuerdo existente entre los políticos americanos a nivel federal a partir de las informaciones en prensa sobre sus discrepancias. Lo recogemos bajo estas líneas y refleja un incremento importante del conflicto político en los últimos años respecto al que solía ser habitual en los años ochenta y noventa y también en la primera década de los 2000.
El primer salto importante se produjo entre agosto de 2009 y marzo de 2010, es decir, durante el primer año de legislatura de Barack Obama, con un punto culminante con la aprobación de la reforma sanitaria. Desde ahí siguió aumentando hasta alcanzar un pico muy importante en octubre de 2013, coincidiendo con el cierre de la Administración estadounidense, porque el Congreso no llegó a un acuerdo para elevar el techo de deuda. El punto de conflicto fue, una vez más, la reforma sanitaria aprobada en 2010 y que estaba previsto que entrara en vigor precisamente en octubre de 2013.
Después el índice se relajó un poco para volver a subir de manera vertical muy recientemente, en marzo de 2017, ya con el presidente Donald Trump instalado en la Casa Blanca, y para mantenerse en niveles muy altos en estos momentos, justo cuando el país se aproxima a las fechas en que el Congreso tendrá que negociar la ampliación del techo de deuda si no quiere incurrir en otro cierre de la Administración.
La probabilidad de que no haya acuerdo se ha elevado en la última semana porque Donald Trump ha ligado esa negociación a la aprobación de una partida presupuestaria para financiar el muro en la frontera entre Estados Unidos y México que prometió durante la campaña, algo que los demócratas difícilmente aceptarán. O incluso muchos de los propios republicanos. Porque una de las características más novedosas del conflicto político americano es que ha estallado incluso desde antes de los últimos comicios en el seno de cada uno de los partidos, aunque con mucha más virulencia entre los en teoría correligionarios de Donald Trump. La Casa Blanca de las últimas semanas -o meses- es una expresión de ello, con despidos, dimisiones, desautorizaciones… La disciplina de partido no existe en Estados Unidos: cada congresista se debe a su circunscripción, pero los últimos acontecimientos son extraordinarios. Por ejemplo, lo es que Trump haya culpado a varios republicanos del posible cierre del Gobierno por no tratar de vincular la negociación del techo de deuda a una popular ley aprobada recientemente para los veteranos de guerra. También, que numerosos compañeros de partido hayan criticado a Trump su tibieza con los supremacistas y el atentado de Charlottesville. Bien es verdad que Trump no pertenece al aparato del partido, es un ‘outsider’, un paracaidista en sus filas.
Puede sorprender que sea una de las «sucursales» del banco central americano la que calcula el riesgo político, pero tiene su sentido: como explica la institución, incrementos en el conflicto partidista elevan la incertidumbre de compañías y hogares y ello lleva a una ralentización de la actividad económica retrasando decisiones de inversión y consumo. Pero, de momento, parece que el aumento del conflicto en Washington no ha frenado a la economía, que sigue creciendo por octavo año consecutivo. ¿El riesgo político ya no interfiere como antes en el mundo de los negocios?
A la vista del gráfico que elabora la Fed de Filadelfia, podemos plantear la hipótesis de que, en realidad, Estados Unidos asiste a un incremento no ya puntual sino estructural del conflicto bipartidista. ¿Está el país cada vez más polarizado?, ¿los enfrentamientos en las calles entre los supremacistas blancos, los neo-confederales, los fascistas, en definitiva, y los demócratas y antirracistas, constituyen la expresión más gráfica de un país más dividido, de un país en el que a ciertos consensos están rompiéndoseles las costuras?
Un estudio de Gallup publicado a principios de este mes concluye que en los últimos años están incrementándose las diferencias de opinión sobre varios asuntos entre los americanos que respaldan a cada partido. Por ejemplo, en la consideración del excesivo poder del Gobierno federal; sobre la necesidad de reducir la inmigración; las reglas sobre la tenencia de armas; el calentamiento global y la protección del medio ambiente como prioridad frente al desarrollo energético; el grado en que el Gobierno debe ser responsable de la cobertura sanitaria; la opinión sobre Israel y la situación de Oriente Medio; la pena de muerte; la confianza en la policía; la consideración del comercio mundial como oportunidad para el crecimiento económico; si los ricos pagan muchos o pocos impuestos; el aborto; la confianza en los medios de comunicación; y Cuba.
Un repaso de este listado de asuntos en los que ha aumentado la diferente opinión entre republicanos y demócratas lo es también de los conflictos y controversias que abrió especialmente la pasada campaña electoral y los caballos de batalla actuales e de Donald Trump (exclusión del Acuerdo de París sobre medio ambiente; proteccionismo económico y abandono de tratados internacionales de libre comercio; barreras -incluso físicas- a la inmigración; abolición de la reforma sanitaria de Barack Obama; y descrédito de los medios de comunicación, fundamentalmente).
Las opiniones de republicanos y demócratas se han acercado sólo en tres cuestiones, según Gallup: la buena opinión sobre el sistema sanitario americano, la creencia en la necesidad de la aparición de un tercer partido político y que fumar debería ser ilegal en todos los lugares públicos.
Se mantienen sin cambios sus consideraciones respecto a la cuestiones tales como la aceptabilidad moral del divorcio o de tener hijos fuera del matrimonio, así como sus opiniones sobre el matrimonio homosexual, las relaciones entre blancos y negros y la conveniencia de que la marihuana sea legal. Los demócratas siguen siendo más liberales, mientras que las posiciones más conservadoras son más republicanas.
Bajo estas líneas, tenemos el gráfico con el resultado de una de las últimas encuestas realizadas por Gallup y que ponen de manifiesto no ya sólo la polarización, sino la casi opuesta forma de ver el mundo de republicanos y demócratas. Si en 1998 ambos creían en una proporción similar que los medios de comunicación recogían los hechos fielmente en sus informaciones, en el año 2017, sólo un 14% de los republicanos es de esa opinión, frente al 62% de los demócratas.
De acuerdo con una investigación de Pew Research, los medios de comunicación no son las únicas instituciones sobre las que demócratas y republicanos divergen. También lo hacen sobre las iglesias y otras instituciones religiosas, así como las entidades financieras, sobre las que los republicanos tienen mejor opinión que los demócratas, mientras que lo contrario ocurre con los sindicatos y las universidades.
Como cambios más recientes, se observa una mejora de la opinión de los republicanos sobre las instituciones financieras, mientras que la han empeorado sobre las universidades, por ejemplo.
Algo que nos podemos preguntar es si han sido las élites partidistas las que han provocado esta polarización, si los líderes políticos sólo responden a los cambios de opinión de sus bases electorales, o si lo que se ha producido es una retroalimentación de ambos procesos. Lo que sí apunta Gallup es que la identificación de los ciudadanos con sus partidos (y entendemos que también con sus posiciones) se ha reforzado. Y ello, de acuerdo con la firma de sondeos, va a dificultar llegar a acuerdos para afrontar los retos que la sociedad estadounidense tiene por delante. ¿Un elevado grado de conflicto político es sinónimo de parálisis?, ¿qué riesgos lleva consigo?, ¿se puede España mirar en el espejo estadounidense, sobre todo por lo que supone el reto soberanista catalán y la creciente distancia existente entre, simplificando, «Madrid» y «Barcelona»?
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