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Ciudad de México 32 años después parte 5 (y final): José Emilio Pacheco

La vida en Comala City   el blog de Bruno H. Piché

 

MEXICAN CURIOUS: JUMPING BEANS: José Emilio Pacheco

 

En aquel año la Avenida Juárez, que será arrasada por el terremoto de 1985 en la ciudad de México, aún es centro del turismo. Abundan las tiendas de Mexican Curious. En la Casa Cervantes llaman mi atención de niño no las más bellas artesanías mexicanas, sino las pulgas vestidas y sus bodas con mariachi y cortejo en una cáscara de nuez, los dijes de plata, las miniaturas talladas en hueso y sobre todo los jumping beans, los frijoles saltarines.

 

 

 

 

 

En un cuenco de cristal brincan y se entremezclan las semillas pintadas de rojo. Por unos cuantos centavos compro diez jumping beans. La agitación prosigue en el tranvía y en mi cuarto.

 

Como el globo de gas que si no escapa amanece desinflado, al día siguiente sobreviven para los frijoles saltarines la inmovilidad, el triunfo de lo inerte, la vuelta al reino vegetal.

 

Parto de un martillazo un jumping bean. La atrocidad se revela ante mis ojos: en cada semilla, en el sarcófago que constituyen sus paredes, se agita un leve gusano en busca de aire, de espacio, de luz y de la salvación imposible.

 

Colmo de lo absurdo, el insecto nace enterrado en vida. Sólo se puede consumir su existencia en la asfixia, la angustia y el sufrimiento infinitos. Su instinto de vivir se manifiesta con tal desesperación que su fuerza hace danzar una jaula hermética, una celda de manicomio, un sarcófago mil veces más pesado que su cuerpo.

 

La infancia terminó, la vida pasó, se fue la Casa Cervantes, el desastre borró la antigua Avenida Juárez. Nunca he vuelto a comprar frijoles saltarines. Ante ellos sólo caben dos actitudes. La primera, la más cobarde y tranquilizadora, descansa en no indagar jamás acerca de lo que hay en el fondo de las cosas. Si lo hacemos nuestra búsqueda revelará siempre alguna forma de horror.

 

La segunda actitud invita a pensar sin resignarse en que cuanto nos divierte, nos deleita, nos complace o exalta implica por necesidad un sufrimiento al que, para protegernos, debemos sentirnos siempre ajenos.

 

Los jumping beans son una alegoría insultante de nuestras vidas: estamos encerrados en un cuerpo, un lugar, un tiempo y un sector social que no elegimos. Nos oprime la doble herencia histórica y genética. No podemos ir más allá de los muros que nos confinan entre una fecha de nacimiento y otra de muerte. Hagamos lo que hagamos nunca saldremos de la cárcel que nos ahoga bajo un yo inescapable.

 

Me pregunto quién se divierte con nuestros sobresaltos.

 

Publicado en Los días que nos nombran. Selección 1985/2009, México, SEP, 2011.

 

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