Como si de un hombre del tiempo de las cavernas se tratara, todavía no deja de asombrarme el hecho de que, viernes por la noche, pudiera regresar de mi trabajo en un pinchurriento y redneckero rincón de Michigan y conectarme, a través de la famosa red, hasta la calle de Doncéles, en pleno corazón histórico de la Ciudad de México, para asistir —sí, escucharon bien: asistir, yo también estuve ahí— a la esperada y solemne lección inaugural de ingreso a El Colegio Nacional del escritor, crítico literario e historiador de las ideas, Christopher Domínguez Michael.
Ignoro qué tanto los jóvenes leen crítica literaria, qué tanto ésta orienta sus lecturas, su propio gusto, si una reseña los aparta o acerca a un libro. Lo que sí sé es que para mi generación, especialmente para quienes no elegimos estudiar letras, la crítica literaria fue una segunda universidad, un salón de clases donde reinaban al mismo tiempo el gozo, el desparpajo, el rigor y, cómo no, el ojo crítico a la hora de leer crítica literaria.
En este sentido, Christopher Domínguez Michael fue un maestro precoz. Yo comencé a leerlo en la legendaria revista Proceso y en el suplemento cultural dirigido por quien muchos años después sería mi director de tesis doctoral, Roger Bartra, y en el que yo mismo fui un quinceañero colaborador, me refiero a La Jornada Semanal, y más tarde —cuando volví a al país para estudiar en El Colegio de México luego de un periodo de sana vagancia— en Vuelta y en Letras Libres, donde a la fecha lo sigo leyendo en línea, digo, cuando se puede, pues no existe sitio de internet más revuelto y confuso que ese.
No preciso cifrar lo dicho por Christopher. El lector podrá encontrar arriba el vínculo directo a su lección inaugural, para bien o mal titulada ¿Qué es un crítico literario? Baste decir que en ella, Domínguez Michael articuló con filo y buen tino la eterna y boba controversia acerca del huevo y la gallina literarias: ¿qué ocurre antes: la obra o la crítica? Con ello, me parece, logró confirmar el lugar indiscutible que ocupa el crítico literario como escritor, como creador.
Predeciblemente, Christopher se declaró un liberal proveniente del credo marxista, como su auto-designado abuelo, el poeta Octavio Paz. De manera predecible también, se lanzó en contra de la crítica post-estructuralista, haciendo mención a los logocidas, así llamados por su mentor igualmente citado en la lección inaugural, José Guilherme Merquior, pensador, ensayista y diplomático ejemplar y de quien el propio Christopher escribió un espléndido ensayo aparecido originalmente en un diario de la ciudad de México y reproducido, como casi todo lo que publica se trate de fuentes estadounidenses, españolas, a veces francesas, la revista Letras Libres.
Personaje no ajeno a un liberal, Christopher Domínguez Michael también se refirió a Lionel Trilling, de quien todos, liberales o menos liberales, hemos leído su clásico The Liberal Imagination. Recupero de ese libro una cita proveniente del ensayo “Manners, Morals, and the Novel”, originalmente una conferencia que Trilling impartió en Kenyon Collegue: “Snobbery is pride in status without pride in function.” (p. 209) Esto para decir que cada quien es libre de establecer su propio canon, como bien demostró el profesor Harold Bloom; cada quien es libre, por lo tanto, de ejercer esa forma de esnobería, siempre y cuando, si seguimos al autor de The Liberal Mind, se esté consciente que en ello se pierde la autenticidad de la función, en este caso la crítica literaria.
Es por ello también que identifico cierta incomodidad o contradicción en el caso de Christopher: si en el ejercicio de la crítica se arrimó en un principio al árbol anglosajón, me refiero a Edmund Wilson, a Cyril Connolly, al propio Trilling, ¿por qué con el paso de los años ha incurrido en una práctica en la que, generalmente, no suelen incurrir los críticos anglosajones? Como lector de un crítico que leo y sigo, me parece más bien lamentable disfrazar la erección de un canon cuando más bien parece que se está cayendo en la vieja práctica del faccionalismo literario. Ejemplo de esto es revisar la cantidad de autores vivos, pertenecientes a distintos grupos, que Christopher reunió en su monumental Antología de la narrativa mexicana del siglo XX, mientras que en obras posteriores como su Diccionario crítico de la literatura mexicana, el lector constata que éste se hizo a base de desaparecer a escritores contemporáneos importantes que siguen publicando, un diccionario hecho de parches de ensayos y reseñas de autores que, en un momento u otro, son o fueron afines a la revista donde Christopher publica con frecuencia.
Doblemente lamentable resulta este faccionalismo, pues Christopher es de los pocos escritores de Vuelta que, siguiendo el ejemplo de Octavio Paz, ha sabido mantener vínculos auténticamente cosmopolitas, sin quedarse atrapado en una especie de burbuja en la que muchos se alcanzan a mirar apenas el ombligo, o lo que hay entre el ombligo y Coyoacán, un barrio al sur de la ciudad de México. Prueba de ello son, me consta, su cercana relación con el distinguido miembro de la Academia Francesa y excepcional ensayista, Marc Fumaroli, “Fuma”, quien es fama se levantó de su cama de hospital para ir a presentar la versión en francés de Octavio Paz en su siglo, una biografía que el propio Domínguez Michael calificó en su lección inaugural como “perfectible”. En efecto, lo es: el desaseo de la prosa, el estilo descuidado, dificultan y vuelven indigesta la lectura de quien hubiera podido, también me consta, escribir algo mejor.
Digo que me consta porque ahí están, en mis libreros, otros títulos de Christopher Domínguez Michael en los que además del ejercicio crítico e histórico, es posible hallar también buena y pasable prosa, desde Tiros en el concierto, las entrevistas con historiadores Profetas del pasado, hasta mis preferidos, digamos que por su scope al fin cosmopolita y por ofrecer una prosa más clara, menos retorcida —sobre todo tratándose, como lo dijo el propio Christopher en El Colegio Nacional, de un fiel discípulo de Alejandro Rossi; me refiero a los libros La sabiduría sin promesa. Vida y letras del siglo XX, hoy descontinuado, y a la reciente trilogía demónica de los escritores italianos del siglo XX, Gabriele d’Annunzio, Curzio Malaparte y Pier Paolo Pasolini, Retrato, personaje y fantasma.
En la contraportada de este último, por cierto, leemos un desconcertante blurb de ese genio que alguna vez fue genial, Enrique Vila-Matas en el cual afirma que Christopher, dicho “en un lenguaje coloquial”, es un crítico “de los de antes”. Supongo que Vila-Matas da por muertos a otros críticos “a la antigua”, para decirlo de manera tontamente coloquial: a Alberto Manguel, a Susan Sontag, a Christopher Hitchens, a Sergio González Rodríguez, a Pietro Citati, a Claudio Magris, a Alain Finkielkraut, a Mercedes Monmany, todos ellos dedicados por igual a la crítica no académica y a publicar reseñas en periódicos y revistas al alcance de todos, lectores de hoy y “de los de antes”.
Sin embargo, lo que encuentro en la desafortunada calificación de Vila-Matas, además de sus últimas ocho o diez novelas, he perdido la cuenta, es más bien un asunto de fondo al que Christopher se refirió en su lección inaugural: la obsesión paranoide con los post-estructuralistas. Aquí incluso se podría hablar de fake news, para usar la expresión tristemente en boga: sabemos que esos críticos post-estructuralistas se concentran en universidades, ¿pero dónde está la evidencia de que mantienen en jaque a los críticos “a la antigua”? ¿Qué explica que Christopher se sienta perseguido por esos fantasmas omnipresentes? ¿No se trata más bien de elevar el tono del mito y del enredo para engordar el carácter dizque disidente de la revista en la que publica con regularidad sus ensayos y reseñas, al igual que sucede con la cantaleta del “liberalismo de museo” con el que alguna vez se autodenominó don Daniel Cosío Villegas? Aquí no hay filiaciones de la también fantasmagórica Escuela del Resentimiento. Se los dice un egresado de El Colegio de México, antes Casa de España en México.
En su lección inaugural, ¿Qué es un crítico literario?, Christopher Domínguez Michael obviamente no ofreció una respuesta, sino que planteó al público asistente, incluido yo, sentado frente a la compu a cien años luz, una muy relevante pregunta. Otra de sus figuras tutelares, Edmund Wilson, se pasó la vida respondiendo esta pregunta, precisamente, inventando y re-inventando como loco eso que hasta hoy seguimos llamando crítica literaria, y en la cual Wilson no excluyó un tipo de texto muy peculiar, un tercio diario, un tercio ensayo y otro tercio final una especie de crónica. Son leyenda los pequeños volúmenes de Farrar, Strauss, and Giroux que, a la manera de los volúmenes reunidos sexenalmente como La vida en México de Salvador Novo, son un indispensable registro de la primera mitad del siglo XX estadounidense. Mi preferido es, a no dudarlo, The American Earthquake. A Documentary of Jazz Age, the Great Depression, and the New Deal, el cual contiene gossip literario, análisis social y politico, y crónicas de viaje ejemplares de Wilson por todo Estados Unidos, un prodigio. Al igual que muchos escritores, críticos o no, a Christopher le ha tocado vivir por décadas el Mexican Earthquake. Si se dice además un crítico político, heredero de Jorge Cuesta y Wilson, que lo es, ¿dónde están entonces las crónicas alrededor del país en llamas? ¿Se puede ser crítico sin apenas salir de casa?
Hay que celebrar el ingreso de Christopher Domínguez Michael a El Colegio Nacional. Es un reconocimiento a su trayectoria, y también a la importancia que tiene la crítica literaria en México, dígase lo que se diga, yo me baso en los hechos, y éstos me dicen que Christopher fue electo nuevo miembro de una casa cuyo lema reza claramente “Libertad por el saber”. Ojalá esta sea una oportunidad para que un crítico literario de la talla de Christopher pueda moverse más a sus anchas, es decir: en libertad. Y para que un lector suyo como yo y otros muchos, podamos seguir leyéndolo otros veinte años más.