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Mientras tanto¿Dónde estaban?

¿Dónde estaban?


 

¿Dónde estaban meses atrás -años atrás, décadas atrás- todos los que hoy critican y niegan la relación entre nacionalismo e izquierda? Hoy son legión, desde luego. Así, aunque tarde, quizás se rompa el marco cognitivo impuesto por el nacionalismo en el que PSC -e incluso los PSPV, PSIB o PSE- ha retozado tantos años y sigue retozando. Quizás quiebre el marco mental en el que se ha apoyado siempre, con gran legitimación social, cada uno de los dos grandes partidos que han gobernado España: «antes con los nacionalistas que con el enemigo» ha sido la consigna constante. En los últimos presupuestos, sin ir más lejos. Sin apoyos del PSOE («no es no»), el PP tuvo que pactar los presupuestos con dos de sus sedes autonómicas, orgánicamente independientes (con agenda propia, vaya: Navarra y Asturias), y con al menos tres partidos nacionalistas (dos de Canarias, uno del PV). Apoyos a cambio de barrer para casa. Incentivos constantes para crear, como poco, 17 partidos nacionalistas. De ahí hacia arriba.

 

¿Dónde estaban? Muchos estaban callados y no hay por qué dudar de que pensaban lo que hoy piensan; en su casa. Pero no nos engañemos: la mayoría estaba ocupada criticando al PP por antinacionalista, por no dialogar (¡hoy muchos dicen que no hay que dialogar!), por no contentar, por no persuadir (¡tócatelos!), por no respetar la voluntad de un pueblo… o por «no hacer política» en lugar de «judicializarla» (¡toma incompatibilidad!). Hace unas semanas, ante la frustración post 1-2 de octubre, vimos incluso a críticos del nacionalismo moverse hacia la equidistancia de los anteriores… convencidos, supongo, de que, con todo ya perdido, tocaba ocupar otro espacio. 

 

Sin embargo, con el viento a favor, ahora resulta que ejecutar la ley no era descabellado; que no llevaba a ningún choque de trenes (jamás hubo dos locomotoras, claro); que la ley, en fin, es una forma evidente de hacer política. Resulta que el secesionismo se había embarcado en una aventura imposible e insolidaria. Hoy se admite por doquier que también supremacista, racista. Pero, sobre todo, ahora resulta que por fin se han puesto ellos -periodistas, profesores, creadores de opinión- a enmarcar el problema en los términos que toca. Al margen de la poca o nula ‘política’ (que, si he de entender algo de sus balbuceos, identificaré con la lucha por crear el marco cognitivo ganador) que haya hecho el PP (varado, es verdad, en la gestión tecnocrática), son también ellos quienes hacían política antes (legitimando el nacionalismo con sus escritos a base de señalar a un enemigo peor: los residuos franquistas del PP, que, lógicamente, justificaban la reacción nacionalista) y quienes, tras cambiar su postura (ante los tozudos hechos contra los cuales, al rebasar ciertas líneas, se ha estampado y resquebrajado el nacionalismo), la siguen haciendo ahora para no salirse de la foto. Bienvenidos sean. Pero no negarán que resulta graciosa la absurda estela en zigzag que dejan tras de sí. Por suerte para ellos, la memoria es corta. 

 

Parece que incluso Bescansa (que explotó hace poco advirtiéndonos que ni DUI ni pacto bilateral con Cataluña tenían sentido en la lógica de la izquierda) se prepara para luchar por un nuevo liderazgo en Podemos. Como socióloga y profesora de metodología, quizás se haya dado cuenta de que la desigualdad en nombre de la identidad no está cautivando a esas clases trabajadoras que han tenido que ver cómo sus representantes se alineaban con quienes querían pedirles un pasaporte restringido para acceder al que siempre había sido su mercado de trabajo.

 

En fin, no daremos nombres. Baste con decir que hoy puede uno volver a desayunarse con El País. Aunque se nos salte una amarga sonrisilla:

 

«En el abultado pasivo del independentismo hay que destacar la confusión ideológica que ha generado su constante deformación del lenguaje. Por desgracia, para la democracia y los demócratas, poco hábiles en estas lides, la misma perfidia empleada en liquidar las instituciones del autogobierno ha sido aplicada a disfrazar bajo un lenguaje democrático, europeísta y progresista un proceso de destrucción de la convivencia y las instituciones de la Constitución de 1978 que nada tenía de democrático, europeísta o progresista.»

 

Habrá que entender que hace unas semanas Gabilondo y Bassets pidieron perdón por todos. Sí, son dos nombres… Pero estos ni siquiera han abjurado todavía.

 

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