* Los dibujos son de Andrea Reyes de Prado.
Viernes, 1 de diciembre
Llega este teletipo de Efe >> El histórico quiosco de la Facultad de Ciencias de la Comunicación de la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB) cierra hoy tras 30 años de servicio debido a que los estudiantes de periodismo ya no compran diarios de papel porque se informan por los medios digitales.
La información incluye unas declaraciones del quiosquero, que regentaba el negocio desde el año 98: «Aquí casi ningún estudiante sabe lo que es un diario, no tienen ningún interés en este espacio, y estos dos años hemos intentado aguantar el local, pero han sido terribles, y un estudiante de periodismo tendría que interesarse por este canal comunicativo».
En los buenos tiempos, llegaba a vender hasta 180 ejemplares de un solo diario, Ahora, dice Efe, en el mejor de los casos, vende una veintena sumándolos todos. ¿Cómo puede ser eso? Lo explica un estudiante de tercero: «Nunca he ido al quiosco aunque creo que es una lástima que cierre por si algún día necesito un diario, pero la verdad es que nunca he utilizado los diarios porque si necesito leer una noticia utilizo internet”.
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Sábado, 2 de diciembre
Mi tuit sobre el cierre del quiosco de la facultad de periodismo ha tenido cientos de retuits. Por eso le ha llegado a Hermann Tertsch.
—¡Qué iluso eres! —me ha comentado—. No cierra porque no compren, sino porque no leen. Los estudiantes de periodismo no leen periódicos. Se informan con el Intermedio y Al Rojo Vivo y sus imitaciones de la Cuatro. Se supone que allí también con TV3.
—Con el bueno de Hermann nunca sabes si te insulta o simplemente conversa —me ha dicho T.
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Domingo, 3 de diciembre
Leonard Michaels en ‘Sylvia’:
«Estaba descalza en la cocina cepillando su larga y negra melena asiática mojada. Al parecer, acababa de salir de la ducha, una alta cabina metálica en la cocina, sobre una plataforma contigua a la pila. Una cortina de plástico impedía que el agua salpicara el suelo de la cocina. Me saludó, pero no me miró, demasiado ocupada como estaba moviendo la cabeza a derecha e izquierda y sacudiendo el enorme peso de su negra melena como una cortina brillante. El cepillo estuvo bajando y saliendo de su pelo hasta que ella dejó de repente de cepillárselo, entró en el cuarto de estar, se dejó caer sobre el sofá, se recostó en la pared de ladrillo y se abandonó totalmente. Después, sus ojos, tras un flequillo largo y negro, se movieron y me miró. La cuestión de qué hacer con mi vida en los cuatro años siguientes quedó resuelta”.
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Lunes, 4 de diciembre
Para el número especial de Navidad de ‘ABC Cultural’ me han pedido que elija un libro para recomendar. Esto es lo que he escrito:
Dice César Aira que en la medida en que un escritor va apartándose de formas y contenidos convencionales, sus textos van haciéndose más breves. «También contribuye a esa brevedad un escrúpulo estético, de concisión y previsión». Concisión y previsión se conjugan en Sylvia (Libros del Asteroide), el libro que Leonard Michaels (Nueva York, 1933; California, 2003) estuvo rumiando durante más de veinte años, en los que pulió su escritura a base de unos cuentos que lo llevaron a ser considerado como uno de los autores más brillantes de su época, la fecunda segunda mitad del siglo XX.
Sylvia es la segunda y última novela de Michaels, desde luego su mejor novela; y Sylvia también es Sylvia Bloch, la primera de las cuatro mujeres con las que se casó el autor. Michaels la conoció en el apartamento de una amiga, mientras ella se peinaba de manera despreocupada su melena asiática. «Sus ojos, tras un flequillo largo y negro, se movieron y me miró –escribe Michaels–. La cuestión de qué hacer con mi vida en los cuatro años siguientes quedó resuelta». Enseguida se fueron a vivir juntos a un cuchitril invadido por cucarachas en las que ella, una superdotada, estudiaba, y él se esforzaba en escribir algo que no fueran sus diarios.
Comenzaba así una relación destructiva, con continuas discusiones y violentos ataques de ira que solo agonizaban en episodios sexuales igual de violentos. Se amaban y se odiaban. Se necesitaban y se aborrecían. «No puedo soportar tu tecleo», le dice Sylvia a Leonard en un pasaje. «Lo haré lo más suave posible», responde él. «No importa. Tú existes». Sylvia es ficción autobiográfica de primer nivel, absorbente por la fuerza de la escritura de Michaels, concisa y sobria, y por el misterio en torno a una relación sostenida por un impulso que va más allá de las 144 páginas del libro. De fondo, el vigor de la Nueva York de los años 60, con un mundo nuevo de drogas, sexo libre y cultura transgresora; y el principal reto que plantea la obra: empezar a leerla y no terminarla de una sentada.
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Miércoles, 6 de diciembre
Dos de César Aira en ‘Continuación de ideas diversas’ (Jus):
* Se me ocurre otro modo de escribir el célebre relato de Kafka: una mañana un pacífico escarabajo se despierta en un cuerpo extraño, enorme, rosado, sin caparazón, con dos piernas, dos brazos… Un hombre. Y, a partir de ahí, la saga de los problemas sin cuento, los terrores de pesadilla, de ser un hombre.
Y creo que es lo que quiso decir Kafka. Más que creerlo, estoy seguro, segurísimo. No lo puso literalmente así por discreción, por ironía, por darle una vuelta de tuerca literaria. Pero debía de confiar en que sería entendido. Y nadie lo entendió nunca. Al contrario, todos los lectores, desde el día en que el libro se publicó, han dado por sentado que la intención del autor era contar el drama del hombre que deja de ser hombre, del expulsado del mundo de los hombres. ¡Como si eso fuera un drama para Kafka! Han dado siempre por sentado siempre que Kafka pensaba, como ellos, que ser un hombre, en una familia humana, era una bendición, un regalo del cielo, y que perder esa condición era «una horrible pesadilla».
¡Y dicen admirarlo —¡un genio!— cuando lo están rebajando a su propio nivel de conformistas bien pensantes! (Hay que admitir, empero, que la culpa es de Kafka, por pasarse de sutil con la obtusa raza de los lectores.)
* Un señor mayor sexualmente interesado en las jovencitas sabe que su arma de seducción más potente es mostrar interés en lo que ellas hacen y piensan. Y esas muchachas están encantadas de poder hablar de estas cosas ante un caballero de edad, con experiencia y mayor o menor prominencia en su campo profesional, que las escucha con atención, les hace preguntas, les da la razón, quiere saber más. Es una ocasión única, que no les dan sus padres ni amigos o novios de su edad. ¿Y él? Lo hace por cálculo, debe ejercitar su paciencia y cierta capacidad de fingimiento. No es sincero, pero la sinceridad también se construye, así sea sobre una base teatral. A la larga, y más allá de que la maniobra tenga éxito o no, el hombre sale ganando porque incorpora de primera mano una visión en perspectiva de la juventud que sus contemporáneos no tienen. Quizás lo hace por eso, y no por el sexo, aunque él mismo no lo sepa.
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Jueves, 7 de diciembre
Ayer vi los documentales ‘Jim & Andy’ y ‘Voyeur’, los dos en Netflix.
‘Jim & Andy’ es un documental perturbador. Cuenta la interpretación que hizo Jim Carrey de Andy Kaufman hace veinte años en la película ‘Man on the Moon’. Kaufman fue un humorista que nunca contó un chiste. No buscaba hacer reír a la gente, sino provocar, y lo llevaba todo al extremo, aunque eso supusiera ganarse el odio de seguidores y ejecutivos. En pleno movimiento feminista, se le ocurrió organizar peleas de lucha libre con mujeres, a las que mandaba a casa a fregar y cuidar de los niños. Era un personaje excesivo. Jim Carrey, para interpetrarlo, optó por hacer de Andy Kaufman a todas horas, también después del «corten», y todo aquello quedó grabado. El documental muestra el rodaje, veinte años después. Se ven las caras de incredulidad de los actores cuando descubren la actitud de Carrey, la impotencia inicial del director de la película, que no sabe cómo llevar a Carrey, o a Kaufman, que durante el rodaje se muestra intratable. El hilo conductor del documental es una entrevista a Carrey, que habla fijamente a cámara, sin apenas moverse, con una barba poblada que lo hace aún más inquietante. Dice cosas como «No siento haber sido yo quien protagonizó ‘Man on the Moon’, fue el propio Kaufman quien lo hizo. Andy me poseyó, hasta tal punto que llegué a pensar que nunca me liberaría de él», «A veces no puedo dormir porque siento que he salido de mi cuerpo y solo soy una nube de amor y gratitud y energía» o «No somos nada. Y tener eso claro es increíblemente liberador». Hacer de Kaufman a todas horas, dice, lo llevó a dudar de su propia identidad. Cuando acabó el rodaje, se sintió vacío, como si él no fuera nadie. El tema de la identidad. ¿Quiénes somos? ¿Somos en realidad quienes creemos ser? Se nota que Carrey lleva años haciendo meditación. Lo interesante no es eso, bajo mi punto de vista, sino lo que consiguió haciendo de Kaufman en la vida real. Se plantó en la casa de Steven Spielberg para hablar con él, tuvo un incidente con otro actor que salió en las noticias, se plantó en una fiesta en la mansión Playboy como si fuera uno de los personajes de Kaufman… Más allá del rollo místico de la identidad que plantea Carrey, me quedo con que el actor convirtió todo el rodaje de ‘Man on the Moon’ en un gag de Kaufman, que para eso lo grabó todo. Puede que Carrey sea un lunático, desde luego lo parece, pero es un lunático muy inteligente.
‘Voyeur’ es menos espectacular. Va sobre Gay Talese y su libro ‘El motel del voyeur’, en el que cuenta la historia de Gerald Foos, un tipo que durante años regentó un hotel en el que instaló un falso techo para poder espiar a los huéspedes teniendo sexo. Es una historia que Talese trabajó durante décadas, y que no publicó hasta que pudo publicar el nombre y apellidos del protagonista. La historia es conocida: un reportaje en el ‘New Yorker’, un avance del libro, causó gran polémica, y luego salió a la venta el libro. El ‘Washington Post’ descubrió que algunas de las cosas que Foos contaba en el libro no eran ciertas y Talese, furioso, renegó de su libro. Luego dijo que sus errores no habían sido tan graves, y que el libro seguía siendo válido. Probablemente sea su último gran trabajo. Uno no puede evitar compadecerse al verlo defender unos argumentos que ni él mismo cree. Lo bueno de este documental es que siguió a Talese y a Foos desde poco antes a la publicación del libro, y la polémica posterior. Se ve a Talese trabajando en su despacho, vendiendo el tema al ‘New Yorker’ y mano a mano con su fuente. Habla sobre la necesidad de tener una buena historia, de la importancia de la veracidad en el periodismo y habla con un respeto temeroso sobre los famosos factcheckers del ‘New Yorker’: «Esa maldita revista tiene muy buenos verificadores de información». Y lo mejor: Talese hundido cuando descubre que su fuente, la única fuente de libro, le ha engañado: «Este es mi final”.
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Domingo, 10 de diciembre
—¿A que no sabes lo que me ha pasado?
—(No).
—He ido a pagar las cervezas y la cajera me ha pedido el DNI. ¡Que tengo 30 años!
—¿Y eso te hace sentir bien o mal?
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—Desde que leí en el 2000 ‘Raval’, de Arcadi Espada, ninguna obra de non-fiction contemporánea en español me había impactado tanto como ‘La España vacía’.
—¿Ya ha pasado el filtro?
—Aún no la he acabado, me quedan unas 40 páginas, pero no creo que me decepcione.
—¿Sabes? Ese libro me lo dieron en una edición no venal, un adelanto de la editorial: Me dijeron: léelo a ver si puedes hacer algo. Pasé de él.
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Lunes, 11 de diciembre
En el documental ‘El desencanto’, Leopoldo María Panero dice: «En la infancia vivimos, y después sobrevivimos».
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Martes, 12 de diciembre
—Me he hecho lentillas. Hoy las pruebo.
—¿Es la primera vez entonces que las usas? Eso es una viñeta en sí misma.
—Miedo.
—Nada, da un poco de cosa pero a la tercera vez ya te tocas el ojo sin problema. Si yo he podido hacerlo, con lo miedosa que soy, cualquiera puede.
—Me da mal rollo.
—¿Cómo te ha dado por las lentillas?
—Veo peor, y haciendo deporte las necesito.
—Depende del deporte. Porque si te mueves mucho se te mueven y descolocan.
—Soy portero. Me muevo lo justo.
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—Casi me saca un ojo para ponerme las putas lentillas. ¡Veo sin gafas!
—¡Qué tal, cómo te sientes!
—No voy a ser capaz de ponerme solo unas lentillas nunca.
—Eso decía yo al principio. Y mira.
—Que no, que no. Que yo tengo unos ojos muy delicados. Casi me saca un ojo el muy cabrón. Cómo quieres que cierre el ojo, si me estás clavando el dedo.
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Miércoles, 13 de diciembre
—Hoy me toca ponerme las lentillas. Igual me saco un ojo. […] Qué poca paciencia tienen. Rediós. No lo he intentado cinco veces y ya me las han puesto. Vaya boba. Que me dejes ponerme la lentilla, hostias. A ver si te las voy a poner a ti. […] Otra vez me la ha vuelto a poner ella. Que me vaya a dar una vuelta. Ahora vuelvo con un cuchillo para rajarte. Que me dejes ponerme la lentilla. […] Me ha dado por imposible. A ver el fútbol.
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Jueves, 14 de diciembre
En la entrevista de Israel Viana a Dave Holland:
—José Mercé me dijo recientemente que un fandango no suena igual dos veces.
—Nosotros incluimos uno en nuestro disco, «Hands». Josemi Carmona me repetía que no le sonaba bien como lo tocaba yo. «¿Qué pasa?», le preguntaba. Y nada… hasta que le dio por explicármelo bailando. En cuanto le vi moverse, supe lo que quería decirme… y salió bien.
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—Me voy a taladrarme los ojos. […] Ya me pone las lentillas y no me dan ganas de matarla. […] ¡Me he puesto las dos lentillas!
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Domingo, 17 de diciembre
«No me aceptaron en el ejército, fui declarado inutilísimo. Sí, en caso de guerra sólo podría ser prisionero».
Annie Hall.
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Lunes, 18 de diciembre
“Kiko Matamoros indicó que le gusta un tweet en el que te mencionaron”.
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Martes, 19 de diciembre
Los mejores libros que he leído este año:
– ‘La fabulosa taberna de McSorley’ (Jus) —Joseph Mitchell.
– ‘Según venga el juego’ (Literatura Random House) —Joan Didion.
– ‘La noche de la pistola’ (Libros del K.O.) —David Carr.
– ‘La última noche’ (Salamandra) —James Salter.
– ‘Sylvia’ (Libros del Asteroide) —Leonard Michaels.
Y luego estos otros:
– ‘Cartas al padre Flye’ (Jus) —James Agee.
– ‘La guerra es una piscina’ (Comanegra) —Guillermo Cervera y Plàcid Garcia-Planas.
– ‘La ciudad solitaria’ (Capitán Swing) —Olivia Laing.
– ‘Lo que pasa con la vida es que un día estarás muerto’ (Dioptrías) —David Shields.
– ‘A través de la noche’ (Mármara) —Stig Saeterbakken.
– ‘Aunque por supuesto terminas siendo tú mismo. Un viaje con David Foster Wallace’ (Pálido Fuego) —David Lipsky.
– ‘Diarios 2011-2015’ (Renacimiento) —Ignacio Carrión.
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En la entrevista de Andrea Aguilar a Olivia Laing:
«Cuando mis amigos me preguntan si a las mujeres les da miedo caminar solas de vuelta a casa, tengo que decirles que sí, que es así para todas las mujeres siempre, y me parece alucinante que no lo sepan. Da igual lo segura que seas, como mujer tienes que calcular los riesgos a los que te expones. Esta es una de las cosas que diferencian el acercamiento de los hombres y las mujeres a las ciudades».
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Jueves, 21 de diciembre
—Las dos lentillas a la primera. Esto está chupado. Dentro de nada me las pongo con los ojos cerrados.
—En qué hora te dije que te hicieras lentillas.
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Domingo, 24 de diciembre
—Mira, D., El Langui, ayer estuvimos con él. Díselo.
—Sí, y con un youtuber —dice D. Ocho años.
—¿Qué es un youtuber? —pregunta mi madre.
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Lunes, 25 de diciembre
Día de Navidad en el periódico. Tres de la tarde.
—Uy, está bajando el tráfico [la audiencia en internet] de forma peligrosa.
—Es que la gente está comiendo, que es Navidad.
—Y qué hace la gente comiendo sin el móvil en la mano.
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En el periódico hay tres hileras de ventanas que evitan que nos sintamos encajados en una ratonera. Unas ventanas dan a la entrada, otras a la A-2, la carretera que pasa al lado de la redacción, y las otras a la colosal sede del Banco Popular, levantada sobre las antiguas rotativas de ABC. Donde estaban las rotativas del periódico, ahora está la sede de un banco quebrado. Cada época tiene sus iconos.
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«Creo que todo el mundo sufre: el infierno es la única realidad de la existencia».
Leopoldo María Panero en el documental ‘Después de tantos años’.
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Martes, 26 de diciembre
«Después de Morteja, me violó otro guardia. Grité llamando a mi madre y a Khairy, mi hermano. En Kocho, ellos acudían siempre que los necesitaba. Aunque solo me hubiera quemado un poco el dedo, si se lo pedía, acudían a ayudarme. En Mosul estaba sola, y sus nombres eran todo cuanto me quedaba de ellos. Nada de lo que hiciera o dijera evitaría que esos hombres me atacaran. Lo último que recuerdo de esa noche es la cara de uno de los guardias al acercarse a mí. Recuerdo que antes de que le tocara violarme, se quitó las gafas y las dejó con delicadeza sobre la mesilla».
Nadia Murad en ‘Yo seré la última. Historia de mi cautiverio y mi lucha contra el Estado Islámico’.
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Miércoles, 27 de diciembre
—La Justicia avala que los padres revisen el WhatsApp de sus hijos menores —me dice L. que se ha sentado a mi lado con el móvil en la mano. Once de la mañana.
—Sí, eso lo contamos ayer.
—Sí, si estoy leyendo el periódico.
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Jueves, 28 de diciembre
Andrés Ibáñez en ‘ABC Cultural’:
«Yo nunca he sabido hablar con los libreros. Es una de las muchas cosas que no sé hacer. A veces pienso que debo de ser un poco autista. Entro en una librería, saludo, me pongo a mirar libros, compro, o no compro nada, digo adiós y me voy. Pero la mayoría de la gente no tiene los problemas de comunicación que a mí me aquejan. Van a las librerías, hablan con los dueños y los dependientes, hablan entre sí, se encuentran con amigos, hablan de su vida, preguntan sobre libros, ser ríen, en fin, viven. La verdad es que yo nunca he sabido hacer ninguna de esas cosas. Vivir nunca se me ha dado bien. Y sin embargo, a veces me encuentro un conocido en una librería. ¡Qué alegría! Y hablamos y hablamos».
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El comienzo de ‘Alias Grace’, la serie de Netflix basada en la novela de Margaret Atwood:
«Pienso en todas las cosas que se han escrito sobre mí. Que soy un demonio inhumano. Que soy una víctima inocente de un canalla, obligada en contra de mi voluntad, poniendo mi vida en peligro. Que yo era demasiado ignorante para saber cómo actuar y que colgarme sería un asesinato judicial. Que voy vestida decentemente, que robé a una muerta para aparecer eso. Que soy de carácter huraño con un espíritu pendenciero. Que tengo la apariencia de una persona muy por encima de mi clase social. Que soy una buena chica con un carácter maleable y que no haría daño a nadie. Que soy astuta y retorcida. Que estoy mal de la cabeza y soy poco menos que una idiota. Y yo me pregunto: ¿Cómo es posible ser todo eso a la vez?”
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Viernes, 29 de diciembre
Uno de los diez lugares favoritos de Pepín Tre de Madrid es el Cine Doré: «Lo conocí antes de pertenecer a la Filmoteca Española. Era un cine de muy mal afama, porque dentro se practicaba sexo de todas las modalidades, aunque las salas tenían un ambiente verdaderamente especial. Su programación te permite revivir películas clásicas restauradas o rarezas de todas las épocas (Santa Isabel, 3)”.
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En ‘El autor’, otro quiero y no puedo perpetrado por el cine español, hay una escena bastante ridícula. El protagonista sueña con escribir una novela, «una novela de verdad», pero no tiene talento. Y el profesor del taller literario al que asiste se lo hace saber con una bronca desmesurada, con más clichés por cada frase de lo que recomiendanpor las autoridades médicas. Es una escena ridícula, pero me ha recordado una bronca en condiciones, la que le mete también un profesor de escritura a Martin Bauman en la novela de David Leavitt:
—Ah, ¿se refiere a esto? —Señaló el manuscrito—. Pero eso no es una novela —dijo, riéndose ligeramente, como en una demostración de idiotez—. ¡Eso no es más que papel con marquitas negras! Una novela —continuó, cerrando los labios sobre los dientes— es un acto de vinculación química. Una novela echa chispas. Es átomos en órbita que despiden cargas eléctricas que le dan estructura. Mientras que esto —señaló de nuevo el manuscrito—, esto no es más que letras que se combinan para formar palabras, palabras que forman frases, una tras otar, blablablá. Demasiada trama, demasiado tema, demasiado cascársela, en todos los sentidos. —Empujó el manuscrito hacia mí—. Sé que puede escribir algo mejor, Bauman. Ha escrito cosas mejores.
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Domingo, 31 de diciembre
Los cinco mejores libros que ha leído M. este año:
* ‘El anarquista que se llamaba como yo’. Pablo Martín Sánchez. Acantilado.
* ‘Una historia personal’. Katherine Graham. Libros del K.O.
* ‘Apegos feroces’. Vivian Gornick. Sexto Piso.
* ‘Comedia con fantasmas’. Marcos Ordoñez. Libros del Asteroide.
* ‘Los millones’. Santiago Lorenzo. Blackie Books.