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Mientras tantoLa mirada de Ulises

La mirada de Ulises


 

 

Mi tema es el viaje, concretamente la literatura de viajes. No voy a hablar desde el punto de vista de la teoría de la literatura de viajes, ni voy a caer en el tópico de diferenciar al turista del viajero; tampoco voy a dar pábulo alguno a esa inquietante aversión a las molestias que ocasionan los turistas ‒pero no a los beneficios que reportan, claro está‒, conocida con el horrible palabro de turismofobia.

 

Viajar es un universal antropológico, un horizonte esencial del ser humano desde el alba de los tiempos: movimientos de pueblos al final del imperio romano, peregrinaciones religiosas medievales, viajes de estudios o migraciones en pos de un futuro mejor o de la simple supervivencia. En el siglo XXI ya no es posible viajar como Heródoto, Ibn Battuta o Benjamín de Tudela, ni siquiera como Goethe o Chateaubriand, pero podemos seguir viajando, aunque sea en precarias experiencias concentradas en un paquete turístico de un fin de semana. Lo verdaderamente importante es la mirada que distingue al viajero. La mirada de Ulises. Como dijo en aquel verso inmortal el poeta francés Joachim du Bellay hereux qui, comme Ulysse, a fait un beau voyage.

 

Podemos seguir viajando, por supuesto, a través de los libros, podemos hacer viajes de papel. Enmendando al gran Quevedo, podemos utilizar nuestros ojos no solo para hablar con los muertos, sino también para viajar. Leer antes de emprender un viaje; leer para dar profundidad y aumento a nuestra mirada; leer al regresar a la paz y el refugio de nuestro hogar. Por estas razones la literatura de viajes, que no es otra cosa sino el relato inspirado de quien ha hecho un viaje memorable, siempre ha tenido y siempre tendrá lectores. Porque los libros sobre viajes son el principal paliativo para la sed de viajar, que es la sed de conocer y de encontrarse con lo diferente y lo desconocido. La imaginación del niño que fui se incendió con aquellos libros de viajes y aquellas novelas ilustradas ambientadas en junglas impenetrables, remotos y caudalosos ríos y desiertos implacables, libros que nos contaban los viajes de Simbad y Gilgamesh, las epopeyas de los conquistadores españoles de América, de los exploradores de las fuentes del Nilo, sin olvidar los viajes en demanda del Gran Khan, El Dorado o la fuente de la eterna juventud. Marco Polo, Julio Verne o Bernal Díaz del Castillo, de niño, el capitán Burton, Robert Byron, Bruce Chatwin, Colin Thubron y Patrick Leigh Fermor han acompañado y seguirán acompañando nuestros momentos de soledad, de soledad gozosa y entretenida. Todo está en los libros. También en los libros de viaje. Feliz quien, como Ulises, hizo un viaje maravilloso y pudo regresar para contarlo.

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