1. Aparezca en la FIL de Lima donde se presenta el libro. Estreche la mano del autor y recuérdele que ha escuchado buenos comentarios sobre la novela, que le da mucha curiosidad. No le diga que lo que más le atrae es el título y esa portada con Superman agarrando una bandera soviética.
2.Prometa comprarse la novela, búsquela, pero no la compre. Justifíquese diciendo que encontró La iluminación de Katzuo Nakamatsu de Augusto Higa Oshiro, otro novelón.
3. Váyase del Perú sin haber comprado la novela: por desidia, por tacañería, por falta de espacio en la maleta. Prometa leerla pronto pero desvíe su atención hacia otras novelas definitivamente menores: La distancia que nos separa, Orgullosamente solos.
4. Deje que pase el tiempo, crea escuchar a alguien que la leyó y le dijo que «no era para tanto». Mientras tanto satisfaga su curiosidad cubana leyendo El hombre que amaba a los perros de Padura, otro novelón. También mucha crónica latinoamericana extraordinaria como el Zona de obras de Leila Guerriero (que para ser justos, más que crónicas son testimonios sobre el arte y la pasión por la crónica), el potente perfil de Ribeyro por Daniel Titinger en Un hombre flaco y el Dicen de mí de Gabriela Wiener. Lea los mejores cuentos peruanos que se han escrito en los últimos años: El fuego de las multitudes de Alexis Iparraguirre. Distráigase también con los relatos que se trajo en sendas antologías de la narración peruana del siglo XXI. Lea dos veces estas joyas contemporáneas: «The Cure en Huancayo» de Ulises Gutiérrez y «Maldita sea» de Julie de Trazegnies.
5.Regrese a NYU después de mucho tiempo para encontrarse otra vez con el autor. Estreche su mano, encárguese de recordarle si trajo la novela, pídale que se la deje antes de su regreso al Perú.
6. Encuéntrese en Manhattan con la enamorada del autor, pague la novela a precio justo. Pague y disfrute.
7. Lea las primeras 40 páginas de un tirón en un autobús a Long Island. Relea la parte en que el personaje Iván Morante cacha con su prima hermana.
8. Pierda la novela, búsquela con pasión durante 24 horas y descubra que no está por ningún lado. Encienda el auto, vaya al paradero del autobús y descubra que la novela ha pasado un día entero sobre una banca, bajo una lluvia torrencial.
9. Cerciórese de que no todo está perdido. Ponga la novela a secar, déjela en paz durante dos semanas.
10. Empiece otra vez. Lea la novela en el tren, en el metro, en la mesa de la cocina, en el baño y sin pensar en otra cosa como Vincent Vega.
11. Tenga un lápiz a la mano y marque las erratas. Son muchas. Más descuidos del editor que del autor. De todos modos, siéntase decepcionado porque eso de dejar erratas solía ser un tema de editoriales que hacen mal esas cosas, como Sudaquia. Si Seix Barral deja pasar el mal, estamos todos jodidos.
12. Disfrute. Déjese llevar por el buen ritmo de las 442 páginas. Después mire los agradecimientos y compruebe que conoce a ciertos lectores privilegiados del borrador, a los profesores que pulieron la novela en los talleres de escritura creativa de NYU.
13. Comente, describa lo que le pareció la novela, la sensación de un final apresurado que no corresponde al ritmo apasionante que se ha construido desde la primera página. Sí pues, si comparas la novela de Cisneros con ésta, señor Robles, tu novela es mucho más redonda, tiene más carne, es más ambiciosa.
14. Deje constancia que, a su parecer, si se le saca ese último descubrimiento de Iván Morante, esa última pista que jode al padre peruano y redime al He-Man cubano, la novela acabaría mejor. Deje claro que le parece una novela muy buena, un tremendo logro de la ficción escrita en el Perú.
15. Almuerce con la persona a la que creyó escucharle hace dos años: «la novela de Robles no es para tanto» y escuche que ahora dice: «no la he leído pero me han hablado maravillas de ese libro». La memoria es un juguete traicionero.
16. Escriba, siempre escriba. Hay autores que sí merecen sus comentarios.