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Mientras tantoProtestar vale la pena. Sobre la indignación, los 60s y la contracultura

Protestar vale la pena. Sobre la indignación, los 60s y la contracultura


 

Dylan

 

 

En un episodio de Comedians in Car Getting Coffee, Trevor Noah, el sudafricano que reemplazó a Jon Stewart en The Daily Show, se queja de Facebook y Twitter con Jerry Seinfeld: “Hoy se puede protestar desde tu casa, en ropa interior. Lo cual desafía el objetivo de protestar: dejar constancia de que sales a la calle marchar y que es una manera valiosa de usar tu tiempo”, dice Noah.

 

Una mañana, en el Maison Kayser de la calle 13 con Broadway, a una cuadra de Union Square, la traductora de Zama, cuyo trabajo ha recibido los elogios de J.M.Coetzee, me enfatiza lo orgullosa que se siente de haber participado con un grupo de amigas y colegas en la Gran Marcha de las mujeres en contra de Trump.

 

Estos días, entre las masas de votantes descontentas de Newyópolis, si algo está claro, es que entre lo poco que podemos hacer quienes aborrecemos al vecino que ocupa la Casa Blanca, es protestar, levantar la voz y prepararnos para votar. Cuanto más ruido, mejor. La pregunta obvia sería ¿Protestar sirve para cambiar algo?

 

Un viernes, Cynthia Hudson, la gerente general de CNN en Español, nos confiesa ─a un grupo de estudiantes y profesores de Lehman College─que su mayor miedo es que llegue un día en el cual las malas noticias generen tanta apatía entre los jóvenes que estos prefieran consumir entretenimiento, que asuman que no hay escape ni alternativa. “Tenemos que mantener la indignación”, dice Hudson, dejando claro que sin ella estamos perdidos.

 

Tal vez sea normal el desánimo cuando las malas noticias, 24 horas al día, nos recuerdan que la gente en el poder se está tumbando nuestros derechos. El mejor antídoto contra el desánimo lo encontré hace unas semanas en una exposición gratuita de la New York Public Library, en su edificio principal en la Quinta Avenida. La muestra se titula: You say you want a Revolution. Remembering the 60s y es una muestra bastante completa de los movimientos contraculturales de los 60s, de las luchas contra el racismo, contra la guerra, la discriminación sexual, por los derechos de la mujer y la libertad sexual.

 

Ahí, entre fanzines y posters, originales de historietas de Robert Crumb y de los Freak Brothers, panfletos, posters de Bob Dylan, fotografías de las grandes marchas contra Vietnam, cubículos de escucha para las canciones de protesta, dibujos, periodismo, poesía en favor del consumo de drogas y contra quienes apoyaban la ilegalidad de los homosexuales, se despliega un testimonio a favor de la protesta, una afirmación de la fuerza de las masas.

 

Aquellos muchachos de los 60s que salían a las calles, que huían para evitar la leva, que se organizaban contra la policía y contra el gobierno, que publicaban material que escandalizaba a sus padres, a los maestros, a los militares y a los sacerdotes, también tendrían dudas. También pensarían si tanto escándalo serviría de algo.

 

Y sin embargo marcharon, protestaron, se sublevaron contra la sociedad de su tiempo y dejaron en claro que el mundo no les satisfacía y que querían algo distinto.

 

Protestaron porque querían que Estados Unidos saliera de Vietnam, que los homosexuales tuvieran derechos, que los negros y los blancos fueran tratados igual ante la ley, que las mujeres fueran respetadas por su trabajo y su contribución a la sociedad. Ellos y ellas escribieron, dibujaron, compusieron, quemaron banderas y gritaron por la igualdad, por la paz, contra los abusivos y los prepotentes, contra el poder omnipotente.

 

Y el mundo cambió.


 

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