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Mientras tantoEsto no es América (ni ganas)

Esto no es América (ni ganas)

Sestear absorto y pálido   el blog de Jose de Montfort

 

 

Que los mitos americanos no son los nuestros, queda bien patente en Això no és Amèrica (Empúries, 2017), del escritor catalán Jordi Puntí.

 

Explica el autor en la Nota final del libro que en esta colección de cuentos convergen nueve cuentos, escritos durante los últimos diecisiete años. Todos ellos por encargo.

 

Al preparar todos estos textos para su reunión en formato libro, Puntí se dio cuenta de que en los cuentos, sin excepción, jugaba un papel importante la música. Y es cierto. El título, así, haría referencia a This is America, la canción escrita y grabada por David Bowie y Path Metheny. Pero también, añade Puntí, se dio cuenta de que en el espíritu de algunos de estos cuentos resonaban los versos de Enric Cassasses, musicados por Pascal Comelade, de un poema que se llama “América”.

 

Sin ser falsa la aseveración de Puntí, sí debemos considerarla parcial. Ya que hay algo más en estos cuentos, algo relacionado con los mitos americanos que los define con menor viveza, pero de manera más estructural. Con ello, se diría que hay dos líneas muy claras: a) la de aquellos textos en los que, más o menos, se viene a parodiar o re-crear un mito y b) esos otros textos en los que el mito trata de ser insertado en un espacio que le es ajeno (el del territorio catalán) y éste falla, puesto que no es aplicable. En el grupo a) entrarían “El miracle dels pans i els peixos”, “Set dies al vaixell de l´amor” i “Premi de consolació”, mientras que el grupo b) lo conformarían “Vertical”, “Intermitent”, “Ronyó”, “La mare del meu millor amic” i “La matèria”.

 

Se me escapa uno: “La paciencia”, texto que serviría de epílogo o al modo de poética involuntaria. En él, Puntí se refiere a dos tipos de narradores que, según él, serían los modelos para el escritor contemporáneo: los cazadores y los pescadores. Los primeros salen a cazar la materia literaria, se adentran en parajes desconocidos y agudizan los sentidos para encontrar una historia, un personaje, algún hilo para estirar o una revelación que les abrirá el camino de la palabra. Los pescadores, sin embargo, se quedan quietos, se arman de paciencia y esperan hasta que el pez pique el anzuelo.

 

Puntí confiesa en este texto que él “no sabría decir qué tipo de narrador es”, que a veces es de un tipo y a veces del otro; depende. De alguna forma, se podría decir que esto es aplicable a los dos grupos de relatos que hemos trazado anteriormente. Así, los del grupo a) serían más del tipo pescador, de quien coge algo que tiene cerca (la tradición norteamericana) y trata de estirarlo como un chicle. El grupo b), por el contrario, respondería más al espíritu del escritor cazador que sale lanza en mano a la búsqueda de aquello que pudiera parecerse a un mito norteamericano, pero en tierras catalanas.

 

Las mitologías que se exploran aquí son muy humanas: la camaradería, el sexo libre, la fraternidad, el amor romántico (y platónico), la solidaridad, la amistad inquebrantable, el primer amor, la riqueza y la meritocracia, el malditismo, la primacía del arte por sobre todas las cosas.

 

Independientemente del grupo en el que se hallen, estos cuentos son muy de epifanías, explícitas o subrepticias. El hombre intranquilo, exalcohólico, que, paseando por la ciudad de Barcelona, se da cuenta de que es imposible hacer frente a su destino. El del eterno enamorado que cree consignar su amor a través de las canciones de Orange Juice y que, finalmente, parece haber encontrado su media naranja. El apocado postpostadolescente que descubre el rostro del sexo verdadero, puro, en la madre de su mejor amigo, etc.

 

Como dice Mireia Reynal, son los personajes de Puntí “bonachonamente grises”, y se relacionan con el pasado, como apunta Ernest Ayala-Dip, como si este fuera imaginado o soñado. Valga decir, sin embargo, que, a pesar de su idealismo tranquilo (casi pre-adolescente; en tanto que intocado por los azotes de la vida), se produce en casi todos los relatos una conexión con el otro. Dos seres humanos consiguen (así sea por un solo instante mágico) comunicarse. Héte aquí el milagro de estos cuentos, en los que seres dominados por una idea previa (la esclusa del tema a seguir, del encargo) son capaces, no obstante, de alcanzar una entidad autónoma Sin importar si es el mito el que se impone o el mito el que se deshace como un azucarillo, en todos estos textos, al final, brilla una esperanza: la de que es posible descubrir aquello que se esconde tras el mito: la realidad. Y de que es posible gozarla, plena, efímeramente.

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