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Mientras tantoSorolla entre sombreros y tules

Sorolla entre sombreros y tules


 

A finales del siglo XIX, la revolución ha llegado a la moda femenina, las mujeres se muestran desinhibidas, las faldas se acortan, los vestidos parecen volar con el viento. Libres ya de corazas, algunas prescinden de los corsés en una libertad recién descubierta. Sorolla es testigo de estos cambios, y no se va a dormir sin antes dibujar los bocetos de los sombreros, los vestidos que en sus paseos por Paris le han hecho volver la cabeza entre divertido y fascinado.  Los cuadros del Louvre le ha gustado, pero han sido los escaparates de Lafayette de los que no ha podido apartar la vista: los colores, el sol reflejado en las telas. Ve a Clotilde, su mujer, volando entre tules y brocados, con esos sombreros de plumas, pero sobre todo con esos vestidos tan atrevidos llenos de transparencias y encajes. Está deseando volver a casa para enseñarle los regalos que ha comprado. De hecho, no ha podido resistir la tentación de contárselo por carta, incluso le ha pedido las medidas de las niñas. “Mándame a vuelta de correo las medidas de tu cuerpo saleroso, de tu pie, pues he visto unos zapatos muy bonitos. Si quieres que compre un abrigo de piel como el de María para Elena, mándame las dimensiones. Pero por favor no le cuentes nada, que quiero darle una sorpresa. Y no te enfades, lo hago con gusto, sabes de sobra que sois vosotras lo que más quiero, vosotras y mi pintura.”

Cualquier lugar es bueno, responde cuando alguien le pregunta que donde pinta. Sorolla pinta cuando está sentado en un café mientras la vida pasa por delante de sus ojos, en los hoteles, en la playa, incluso cuando habla. Sus últimos cuadros en la orilla del mar, tienen la magia de los colores rojizos, el azul del cielo se confunde con el color de las olas. El movimiento de las faldas blancas, la sombrilla al viento, su mujer y su hija pasean por la orilla. La mirada fija de Clotilde, detenida un momento es captada como si fuera el click de una cámara y no su pincel el que la observa en cada movimiento de su vestido. Se ha convertido no solo en el retratista de una clase acomodada, su familia y él también forman parte de este escenario. Está deseando que llegue el verano para recibir más encargos. “Tengo el proyecto de alquilar un coche para que pueda trasladaros todos los días a la playa, le escribe a su mujer […] Ahora he estado en casa del sastre, me van a hacer otro traje gris para trabajar, pues este está tan impresentable para acompañaros que me avergonzaría si me vieran así, cuando vengáis conmigo a la playa…”

Qué bello es Paris, justo ahora que la primavera ha teñido de sol las calles, le escribe a Clotilde. Pero no es el sol lo que quiere pintar, quiere pintar el aire, la alegría que se atisba en cada esquina. Sorolla siempre supo que lo primero era dominar Paris si quería triunfar en los grandes salones internacionales, por eso sus cuadros reflejan en cada pincelada lo mejor de los pintores a los que admiraba Velázquez, o Whistler. Los ha estudiado a fondo les ha robado los colores, experimentando con la luz para convertirla en un chorro de vida y en su sello más personal. Ahora la luz es suya, como lo son sus paseos al aire libre,  a la ópera o al cabaret, donde pendiente siempre de las nuevas formas de esparcimiento, intenta plasmar en sus retratos los colores de la moda femenina, como no podía ser de otro modo, entre sombreros y tules.

Clotilde con un vestido negro de mangas abullonadas y flor amarilla en el talle, posa para él en su estudio. Se muestra dispuesta a permanecer inmóvil el tiempo que sea preciso, aunque a veces se impaciente y le pregunte si todavía ha de seguir así de quieta mucho tiempo más. Para distraerse piensa en sus tareas, en su labor de costura a medio terminar, en su gato. Otras veces son las conversaciones cotidianas las que parecen detener el tiempo haciendo la tarea de posar más llevadera de lo que es.  Le cuenta lo mucho que le gustaría acompañarle en su próximo viaje a Paris. Debe ser tan bonito en esta época,  casi tanto como Roma, le dice. La moda italiana, los escaparates… Al decirlo, sus ojos brillan y se abren tanto, que él la regaña. ¿No puedes estarte quieta? Sabe que basta un gesto suyo de cansancio para que la deje marchar otra vez a sus ocupaciones, a su labor de costura, a su gato… pero no podría, se siente halagada siendo su musa. Siempre lo fue, ya desde los primeros cuadros se convirtió en eso, en la protagonista. La ha pintado en la playa, durmiendo, con sus hijos, incluso la ha pintado desnuda. Una chiquillada que la hace sonrojar cuando lo piensa, pero qué más da se dice, volvería a hacerlo, a fin de cuentas nunca se ha visto tan bella como en ese cuadro en el que posó para él desnuda.

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Sorolla y la moda. El Museo Thyssen y el Museo Sorolla son los lugares donde se podrá ver esta exposición temporal hasta el 27 de mayo.

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