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AcordeónAsimetrías y simetrías del 11M

Asimetrías y simetrías del 11M

El 11-M marcó un antes y un después en la política española. Hasta entonces, la situación era de un tenso equilibrio entre la Izquierda y la Derecha. El atentado lo destruyó y polarizó aún más las dos grandes fuerzas políticas

La idea de este artículo (que expondré sin desarrollo: en sus alambres) se me ocurrió hace meses. Entonces el 11-M había desaparecido de las portadas; ahora vuelve a ellas. Me da igual, porque no voy a hablar del atentado, sino de lo que pasó después: un después que abarcó toda la legislatura siguiente y se prolonga hasta nuestros días. La política española está empuercada, y en buena medida se debe a aquel nefasto momento inaugural.

La matanza puso en evidencia el sectarismo ramplón en que llevábamos ya bastante tiempo instalados: cuando la Izquierda y la Derecha debieron dar lo mejor, lo que hicieron fue dar lo peor. Aquellas bombas también reventaron los disimulos: desde entonces, la Izquierda y la Derecha van con las tripas fuera, atufando. (Empleo Izquierda y Derecha como términos alegóricos: entiéndase por ellos a los dos grandes polos políticos del país, compuestos por sus respectivos partidos, medios periodísticos afines y electorado devoto.)

       

Mi tesis (¡mi hipótesis!) es que lo ocurrido a partir del 11-M estuvo gobernado por una suerte de “demonio estructural”. Como en las viejas teorías estructuralistas, fue la “dinámica de la estructura” lo que imperó sobre los individuos y lo que, de algún modo, les dictó sus conductas. No por ello dejaron de ser inicuos. Hay un verso de José Moreno Villa que considero de perfecta aplicación para el caso: “He descubierto en la simetría la raíz de mucha iniquidad”.

       Hasta el momento del atentado, la situación era de un equilibrio tenso: polarizada, pero sin que se sobrepasaran ciertos límites. El atentado destruyó ese equilibrio. El hecho de que se produjese a tres días de las elecciones, lo cargó de significado político. Se sabía qué beneficiaba electoralmente a cada cual: a la Derecha, que la culpable hubiera sido ETA; a la Izquierda, que el terrorismo islamista. Cada una de estas opciones iba asociada, sórdida metáfora, a un explosivo: Titadine o Goma 2 Eco. Por decirlo con crudeza: la Derecha quería que hubiera sido Titadine; la Izquierda, que Goma 2 Eco. Reconocido eso, pudieron haberse comportado con nobleza y haberse estado quietas. No fue así: cada una hizo lo que pudo por imponer, marrulleramente, la opción que les beneficiaba.

       Aquí se rompe la simetría. Debido a la diferente posición de cada una, la Derecha y la Izquierda tenían un modo diferente de maniobrar en favor de sus opciones. A la Derecha, en el poder y con responsabilidades institucionales, prácticamente lo único que le cabía era manejar la información. Y lo hizo en tanto le fue posible. A la Izquierda, en la oposición, la acción que le cabía era más potente, y también más sucia. Consistía en responsabilizar del atentado a la Derecha: en llamarla, como se hizo explícitamente, asesina. El mensaje caló. Y la Izquierda ganó las elecciones.

       La nueva legislatura se inició, pues, con una asimetría brutal. Con la Izquierda en el poder, a raíz de una jugada sucia; y con la Derecha fuera del poder, y acusada de asesina. Creo que la legislatura 2004-2008 se comprende bien si se la observa bajo este prisma: su eje fueron los movimientos estructurales por la restauración de la simetría.

       Desde la Derecha, por medio de la llamada teoría conspiranoica. Los conspiranoicos no lo dicen explícitamente, pero lo insinúan. Yo no soy político ni periodista, así que puedo verbalizar lo que se calla tras las insinuaciones: que la que estuvo detrás del atentado fue la Izquierda. De este modo la Derecha pretende restablecer la simetría: devolviéndole a la Izquierda la acusación de asesina. (Como anotación al margen, merece la pena observar la significativa inversión que se da de la hegeliana “lucha a muerte”: aquí la autoafirmación no se busca mediante el asesinato del rival, sino mediante la acusación de que el rival es un asesino.)

       Desde la Izquierda, la simetría se intenta restablecer, paradójicamente, por medio de una huida hacia delante. La legitimidad del poder de la Izquierda dependía, en último extremo, de la perversidad de la Derecha. Por eso durante toda la legislatura se insistió sin respiro en ello. La demonización de la Derecha, su aislamiento y exclusión, fue el modo que la Izquierda tuvo para saldar su propia asimetría.

 

CORRECCIÓN DEL CORRECTOR

 

Lo que escribí anteriormente sobre el 11-M no me dejó satisfecho -«¡son sólo pespuntes!», me recriminó Curro, con razón-; pero al menos vale como atisbo de la complejidad de lo que sucedió entonces: la poza de infamias cruzadas que se acopló sobre la matanza. No es nada nuevo, por lo demás, ni soy el primero que lo dice: por fortuna, junto con las respectivas visiones sectarias, que son las que han abundado, ha persistido un hilillo de sensatez, nutrido por las reflexiones de los observadores imparciales, o que al menos han intentado serlo.

       Yo pensaba que una novela como El corrector, de Ricardo Menéndez Salmón, escrita con distancia y supongo que con un propósito de amplitud de miras, estaría en este último grupo. Me equivoqué. El corrector es una obra obtusamente parcial, tendenciosa, manipuladora. Como su tema central es justo ése —la parcialidad, la tendenciosidad, la manipulación—, constituye en sí misma un espectacular equívoco: es un ejemplo flagrante de lo que denuncia. Pese a ello, aún le quedaba una oportunidad artística: la de ser deliberadamente un artefacto autorrefutante, concebido para dejar en evidencia al lector. Algo que, por cierto, posibilitaban las citas de Thomas Bernhard que abren y cierran el volumen. Pero las declaraciones de Salmón, en las que ha hecho suyo el discurso político del narrador de su novela, han desbaratado tal salida. El corrector sigue siendo un artefacto autorrefutante: pero con Salmón dentro.

       Me sorprende que esté pasando por ser una novela valiente. A mí me ha parecido cobarde y adocenada: cobarde por adocenada. Es decir, creo que es cobarde no porque el autor haya carecido de valor, sino porque ha sido incapaz de mirar la realidad con limpieza y con hondura. Su libro se ajusta, con docilidad pasmosa, a una de las dos versiones ya catalogadas: exactamente, a la del Gobierno actual. Esto no le impide emitir frases tan campanudas como: «Un gran libro es siempre una mala noticia para el poder». -Por supuesto, el poder son los otros-.

       Las consideraciones generales que contiene el libro no están mal, sobre todo las referidas a la literatura y al amor. Pecan de cierto engolamiento para mi gusto, pero tienen dignidad artística. Ahora bien, las concreciones políticas son infectas. Para empezar, los asesinos apenas aparecen, y cuando lo hacen es de un modo muy difuso. El gran malo de la historia, el gran culpable, es Aznar -lo que regocijó a Rioyo-. A los socialistas, ni se les menciona: no aparece ninguno en la novela. Tampoco se dice –incomprensiblemente- que los atentados ocurrieron tres días antes de las elecciones. Y hay un momento particularmente abyecto, en el que el narrador confiesa sentir «alivio» de que la causante no haya sido ETA. El relato del corrector flota en un estólido magma de irrealidad, prejuicios ideológicos, sufrimiento falso -vanidoso, estético- y autocomplacencia moral. Sin duda, hay que leer El corrector: es una de esas obras -escasean, no se crean- que resultan instructivas por lo malo.

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