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Sanos y enfermos

El biólogo y periodista alemán, Jörg Blech, investiga en su libro, Los inventores de enfermedades, cómo las empresas farmacéuticas crean nuevas dolencias

Imagen en blanco y negro de un hombre comprando medicamentos en una farmacia

Corbis     

 

Eran siete muchachos y cinco de ellos tenían puestos unos disfraces de espuma como esos que en Estados Unidos se utilizan para anunciar establecimientos de venta de pollo frito. Uno (o una, pues debido a los disfraces era difícil saber quién era chico o chica) estaba disfrazado de hormiga o bicho parecido, otro de lengua de fuego, otro más de cuchilla o arma punzocortante, otro de hielo escarchado y, el quinto, de descarga eléctrica. Estaban en la Plaza de España del centro de Madrid y se acercaban a la gente que paseaba por allí (era un sábado de noviembre al mediodía) entregando unos folletos y volantes que advertían sobre cierta dolencia llamada “dolor misterioso”. Si uno echaba un rápido vistazo a los folletos (y la mayoría de peatones que los cogía lo hacía) se enteraba de que el muchacho-hormiga aludía a la sensación de hormigueo, que la lengua de fuego significaba sensación urente, que la cuchilla era sensación punzante, el hielo escarchado era frío intenso y la descarga eléctrica, pues tautológicamente eso mismo.

       Los textos, muy breves, recomendaban que si alguien padecía alguno de estos síntomas debía consultar a su médico, ya que era posible que estuviese enfermo, sin saberlo, de “dolor neuropático”. Es decir, “un tipo de dolor crónico” que, a diferencia de otros dolores , “no tiene función protectora y debe diagnosticarse y tratarse correctamente”. Al final aparecía una web por si uno quería obtener más información sobre el tema, www.dolormisterioso.es, y el logotipo de la corporación farmacéutica Pfizer.

       En el libro Los inventores de enfermedades. Cómo nos convierten en pacientes (Destino, Barcelona, 2005; la edición original, Die Krankheitserfinder. Wie wir zu Patienten gemacht werden, fue uno los libros más vendidos en Alemania en 2003 y 2004), el biólogo y periodista Jörg Blech comenzaba su investigación resumiendo la obra de teatro del francés Jules Romains, Knock o el triunfo de la medicina. En ésta, Knock es un joven médico que va a trabajar a una aldea montañesa donde, según su antecesor, “tendrá la mejor clientela del mundo”; esto es, personas muy saludables que, exceptuando uno que otro accidente de trabajo, casi nunca se enferman. Knock teme, sin embargo, que allí se puede morir de aburrimiento y pobreza, así que convence a los aldeanos de que “toda persona sana es un enfermo que ignora lo que es” y los invita a una consulta gratuita para descartar dolencias, males y síndromes desconocidos por ellos hasta entonces.

       Debido a los peligros latentes que deparan “los seres vivos más diminutos”, el joven médico transforma la aldea en un hospital: la mayoría cae enferma, muchos comienzan a guardar cama, el farmacéutico se vuelve rico y el hostalero, para no quedarse atrás, decide convertir su mesón en una especie de centro de urgencias, abierto las veinticuatro horas del día. Para Blech, esta obra de teatro es una metáfora de cómo operan las corporaciones farmacéuticas en estos tiempos. Según él, muchas enfermedades “son creadas” al convertir en “síndromes” los procesos normales de la existencia humana, como la caída del cabello, la tristeza o la vejez. Como la enfermedad es una industria, dice Blech, los laboratorios “medicalizan” la vida.

       En una época en la que proliferan también las teorías conspiracionistas de todo tipo, ese libro de Jörg Blech (así como el siguiente, titulado Medicina enferma; Destino, 2007) podía ser leído con cierta suspicacia. Sin embargo, el autor ha sido formado bajo las reglas del mejor periodismo de investigación (después de trabajar para el semanario Zeit, es, desde hace más de una década, redactor de la sección científica en Der Spiegel) y, en ese sentido, no presenta opiniones ni conjeturas, sino datos contrastados y verificables. La información que da es, por lo tanto, abrumadora y no poco inquietante. Por ejemplo, hasta la Segunda Guerra Mundial existían veintiséis enfermedades psíquicas en Estados Unidos; ahora son casi cuatrocientas.

       En Alemania, si alguien está a menudo sonriente y no se siente abrumado por los problemas cotidianos, puede ser diagnosticado de sufrir el “síndrome de Sissí”, una variante de la depresión que, en lugar de la sensación de duelo y abatimiento, se presenta mediante una supuesta alegría. Otro dato: hay actores, deportistas y líderes de opinión en general a los que las farmacéuticas contratan en secreto para que, en medio de una entrevista, digan sin que venga a cuento que padecen de tal o cual enfermedad y, acto seguido, mencionen el tratamiento que han seguido con éxito para combatirla. Ejemplo: hace unos años, la actriz Kathleen Turner “soltó” en un canal de televisión que sufría de artritis y qué medicamento estaba tomando para ello; después se supo que detrás de esa supuesta confesión estaba el departamento de marketing de la corporación que fabricaba dicho medicamento. Los libros de Blech están llenos de casos como estos. Al igual que los folletos que los muchachos disfrazados en la Plaza de España repartían a los peatones unas semanas atrás, merecen la pena que les echemos un buen vistazo.

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