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Arpa'De Guinea no quiero saber nada'

‘De Guinea no quiero saber nada’

Ciriako Bokesa es uno de los poetas guineanos vivos más prestigiosos y una de las voces más respetadas del exilio. Desde la residencia de ancianos donde vive a las afueras de Madrid hace un recorrido por su vida

 

 

Ciriako Bokesa en Madrid, mayo 2009

Bokesa en Madrid, mayo 2009/ Corina Arranz

 

I. Comienzo

Nacido en Basakato del Este, el 19 de diciembre de 1939. Fueron sus padres Hermenegildo y Paulina, sus abuelos paternos, Daniel Bokesa y Mercedes Rioko, y los maternos, Juan Napo y María Sala. Sus padrinos del bautismo, Pedro Alcántara y Juliana Eyole. Hermenegildo, su progenitor, fue maestro y, después de seguir los pasos de sus hermanos, Lucas y Andrés, hacia la carrera sacerdotal, recibió la tonsura en el templo de Zaragoza. Pero por un defecto de visón abandonó la carrera, que su hermanito, Hermenegildo, por otra dolencia en las rodillas optó por el magisterio. Gregorio, el menor de los hermanos fue el único de los varones que no soñó con los hábitos. La hermana menor de mi padre, se llamaba Isabel Bokesa Rioko. La mía, María Resurrección Bokesa Napo, nació el 25 de abril de 1943. Como mi padre, sólo tuve a esa hermana.

 

II. Infancia

Mi infancia era, en el principio, muy feliz; recuerdo una fiestona el día de mi cumpleaños. Desde aquella fecha, todas las mujeres mayores que mi madre y mi abuela me colgaron el sambenito de ‘mi marido’. Jerga que yo, en mi acción pastoral, colgué a su vez en mis catequizadas pupilas.

       Se murió mi padre hacia 1944. “Abuela, ¿cómo es que papá duerme, y mamá llora?”. “Sigamos asando nuestros plátanos”, me contestó serena, teniendo en brazos a mi hermosa hermanita. Luego, una tía materna mía, me llevó entre cañaverales lejos del pueblo siguiendo una caja de madera llevada a hombros que depositaron en un agujero profundo. La tía Nieves, tomando un puñado de tierra, me lo puso en la mano diciendo: “!has enterrado a tu padre!” Levanté los ojos, miré a la tía, y no entendí qué significaba esa frase. Todo ello ocurrió en el pueblo de mi padre, Basuala Misión. Tuvimos que volver a Basakato. Me acuerdo muy mucho del kepis -tipo de gorra militar- que llevaba.

       La tarea de mi formación la llevaban a cabo tres señores, a saber: Hipólito Ejapa, primo de mi madre; Evaristo Bokesa, alias Sunday, y Agustín Sepa. A la escuela me llevó Ezequiel Beta y a los actos religiosos, como el rezo del santo rosario, Concepción Ekoki. El viaje a la finca era diario. Ayudaba a mamá a desbrozar los bosques y cultivar la tierra para conseguir plantar el bijem, plátanos, malangas y ñames. Un día, mientras me comía un plátano maduro sobre la hierba amontonada bajo un rayo del último sol de la tarde, di un alto, gritando:

 

– !Noa!

– ¡E Ote!, ¿o loachi?

– ¡Èé!

 

Mi madre, que se hallaba faenando entre los matorrales, persiguió al culebrón hasta darle una buena propina de machetazos. Cuando pregunté a mi madre porque se empeñaba por destrozarla, me salió con esta frase:

 

– A bacho amma la le bola ‘abolamm be bebe kori nchi papela labba nta la sechia’

 

Aún no captaba el sentido de esas palabras como un piropo fino.

 

       La escuela, sin embargo, era mi campo de batalla diaria. Mis maestros oficiales en mi pueblo natal fueron: Robustiano Besopo, Rimpochika, apodado así por sus enormes fosas nasales. Felix Rikechí, tío y pariente; Feliciano Bokesa, paisano y muy disciplinado, además de ser pariente mío paterno, y…, paro de contar, pues en lo sucesivo me subí al tren de vida de los pueblos en que desempeñaba su misión pastoral mi tutor, el padre Lucas, dado que mi orfandad estaba en la intemperie total respecto al futuro.

       Esa circunstancia se inscribe en las páginas de mi abandono del ejercicio de la profesión sacerdotal y profesando la fe Bahai, a cuya dispensación estoy como esclavo libre. En 1950, recibí en mayo la Primera Comunión. El 26 del año anterior, y por una llaga en el tobillo izquierdo debida a la epidemia provocada, según se cuenta, por los espíritus del pueblo, por derribar su árbol sagrado, el protector el padre Lucas me trasladó a Banapá. No era mi ingreso en el seminario, no; éramos cuatro más al amparo del padre Lucas: Cayetano Bangobayi, al que trajo de Kogo; Lucas Buahá Kopariate, de Basuala Misión; Benjamín Compaña, de Bososo, y el pequeño Ciriaco Bokesa Napo, enfermizo y con un socavón en el tobillo izquierdo que el padre Lucas me curaba dos veces al día. En la planta de las aulas del seminario nos tendíamos para dormir, vigilando la caída de algún coco, que suelen menudear cuando el viento agita su providencia.

       De Basakato llegué con dos marcas y una más: el eructo de la llaga en el pie izquierdo, causa de mi traslado a Banapá y la tutela de mi tío, padre Lucas; la vacuna contra la viruela que me escarió el hombro izquierdo, y la eterna perforación de mi oído izquierdo a raíz de columpiarme de los brazos de un borracho del bahu.

       Con la pubertad zaherida ya, ¿cómo soltar la sotana del padre Lucas y tirar monte arriba del mañana? Mañana que soñara ocupando algún escalón en la Administración colonial española, o continuar la profesión de ni difunto padre: magisterio. Tras años de sufrir incertidumbres sin cuento entre colegio y colegio, en 1956, el padre Lucas me colocó por tres horas consecutivas ante la encrucijada de plática unipersonal, San Pablo arriba, San Pedro abajo.

       ¿Qué rumbo tomará mi barca, si mando a la porra el rumbo que se ofrece a mi ruta sin más rosa que la que los vientos ponen ante mis narices, huérfano, enfermizo, sin herencia y desnucado tan de mañana, si no abrazo el sacerdocio?

Ciriako Bokesa con su amigo Donato Dongo Bidyogo, 1990

Bokesa con su amigo Donato Dongo Bidyogo, 1990/ Cortesía Bokesa

 

 

III. Pubertad y adolescencia

Y el 31 de agosto, en el Trasatlántico ‘Ciudad de Sevilla’ nos embarcamos seis postulantes: Pedro Nkogo Eyí, Pedro Robi, Pablo Ndongo, Guillermo Etemm, Felipe Nguema y Ciriaco Bokesa Napo para cursar la carrera sacerdotal. Coordinaba y dirigía nuestro viaje el padre Cirilo Hernández Utilla, maño. Fue un viaje excelente. Conocimos Monrovia, Santa Cruz de Tenerife, Las Palmas de Gran Canaria, Cádiz, A Coruña, Gijón, Pasajes, San Sebastián y Bilbao. 28 días nos duró el viaje, 28 días de convivencia con marineros que no cesaron de recordar la España que les esperaba, y otra tierra de la que no se olvidarían nunca, la amada colonia, con frutos humanos de espléndidas caderas, dorados pechos y cinturas de ninfas, las corisqueñas, y un hábitat que sería legendario hoy recordar su imagen.

       De dos en dos, nos colocaron: A Pedro Nkogo Eyí y Ciriaco Bokesa Napo, con 16 para 17 diciembres en la mochila, nos asignaron Balmaseda (Vizcaya); a Pedro Robi y Pablo Ndongo Beire, (Navarra); y a los que iban para hermanos, uno, sastre y el otro, cocinero, respectivamente, Felipe Nugema y Guillermo Etemm, cayeron en el noviciado de Salvatierra (Álava).

       Y, tras el año de adiestramiento en la academia de la santidad, proseguimos los estudios. De entonces guardo lo mejor: los estudios. La playa de Castro Urdiales con su Pozo de los Frailes; el pino rey, ya abuelito, si aún vive; los sabañones que no volvieron de un largo viaje; la Metafísica de Suárez con su acto entitativo; el tema del ser en la poesía de Jorge; las truchas del río Cidacos, en Salvatierra (Álava); el pico del San Lorenzo, desde Valvanera; la peregrinación a Santo Domingo de Silos y San Millán de la Cogolla y el concierto coral que interpretó magistralmente nuestro filosofado de Santo Domingo de la Calzada; los veraneos en Ezcaray de los militares de la Academia de Zaragoza, con el entonces Príncipe Juan Carlos y los aprendices de militar guineoecuatorianos, entre los cuales estaba el actual presidente de Guinea ecuatorial.

 

IV. Juventud y madurez

De Santo Domingo de la Calzada, Logroño, fuimos a cursar la teología en el Teologado claretiano hispanoamercano, convertido ya en facultad de ciencias sociales. Era la culminación de una escalada al monte elevado y difícil del sacerdocio, con Francisco Juberías de superior y las conferencias de Sánchez Vaquero y José María Setién, este último uno de los intelectuales de las ciencias sagradas para las incursiones del estudio. Y Barbado Viajo, el obispo que contuvo el desarrollo industrial de la mejor ciudad de España. Si la calidad intelectual anidara en el espíritu y el alma, seríamos héroes y muy santos.

       En uno de nuestros numerosos paseos con merienda se destapó en mi lienzo interior la belleza de un alma cuya sencillez desplegó mis labios. “¿Cómo se llama usted, señorita?”, la interrogué, irreverente. Pero mi sorpresa ardió como una tea rociada de gasolina: “Raquel Arganda”, contestó, ofreciéndome la mano que a punto estuve de besarla; pero los sabañones y la pelota a mano, desde Balmaseda hasta los oasis de los trigales de la actual Castilla y León, me lo impidieron. ¡Tanta farmacia no ha conseguido parar el nervio de la exigencia de la naturaleza: la píldora del deseo! Acucia su ardor incluso vestido de sotanas. Tanto es así, que me hice con la estrategia de asimilar la política de hacer de los dientes labios: cuando me crucé un día con la dama más hermosa de la España de entonces, en vez de correr la cortina de mis ojos, dije sencillamente: “¡es usted muy hermosa, señorita!”. “!Gracias, caballero!”, me replicó.

       El último año, 1969, se nos auscultó a través de un psicólogo portugués nuestra capacidad de equilibrio mental y psíquico. “Me han comentado algunos compañeros su forma de poner dibujos y cuadros previamente a sus clientes, ¿no me pone ninguno? “El mejor cliente que ha pasado por aquí es usted, porque los dibujos y cuadros mejores son sus palabras“.

       El Instituto San Pío X de la pontificia nos dio una diplomatura después de tres cursos de pastoral catequética. Y el 30 de marzo nos ordenaban de sacerdotes en la iglesia de San Esteban, de los padres dominicos. La madre común de los negros que aspiraban al sacerdocio, Mercedes Sanjuán Segoviano, no pudo asistir al acto, después de mimarnos durante los trece años de soledad, ausencias y orfandad, que ella y su hermana Carmen y las tres hijas de ésta: Chelo, madrina de Pedro Nkogo Eyí; Lola, madrina de Pedro Robi, Juana Mari, madrina de Ciriaco Bokesa Napo. Como digo, no pudieron presenciar y compartir las emociones con que sacrificaron tanto, y sus respectivas parejas, porque había muerto su único hermano, Jesús Sanjuán Segoviano, días antes. Suplieron Andrea Ñaba y otra monja de color, Cecilia Erimo.

       La fiesta fue en Villacañas, Toledo. Una fiebre monumental de 39º a la hora y día de la ceremonia puso un velo de luto que una cabezonada de Ciriaco mandó a hacer puñetas, y participó en la celebración de la misa con ese sudor frío de los casi cuarenta de fiebre.

       Con un paseo de quince días conviviendo con nuestras tutoras por Valencia, Aranjuez y Toledo capital, dimos fin a un recorrido de catorce años de estudios de latín, griego, hebreo, alemán, francés e inglés del que solo íbamos a aprovecharnos con el pichinglis. ¡Y de Madrid, a la guerra!

Ciriako Bokesa en Madrid, mayo 2009

Bokesa en Madrid, mayo 2009/ Corina Arranz

 

 

       A penas tomamos las riendas de nuestros campos de pastoral, me hicieron, por narices, alférez capellán del ejército y del Presidente de la muy joven Nación. Eso no estaba en los programas de nuestros estudios. Pero, de todo debe saber quien viene de Salamanca, la fábrica del saber absoluto. ¡Y heme aquí vestido de militar, ridiculizando mi espíritu de hombre de sotana, bailando a no sé qué ritmo ante la sorpresa de propios y extraños! Más afín, era ser director del colegio Misión Católica, que pronto convertí en Colegio Menor Claret; en el cuello se me colgó el sambenito de director de la revista La Guinea Ecuatorial, y director espiritual del Instituto Cardenal Cisneros, profesor de Moral en el mismo, y profesor de filosofía de la Escuela Normal de Magisterio Luther King.

       En marzo de 1973, fui padre, inaugurando así un proceso extraño al que conducía mi austeridad ajena a mojigaterías; lo que ha creado el Creador no entraba en la cuenta bancaria de la vida monástica, de acuerdo con la inflexibilidad del Vaticano. Desde un plano pastoral, juzgaban que “yo había ido más allá de Roma”, por mis innovaciones: celebrar una misa de difuntos y de gloria a la vez por la muerte de una niña y el bautizo de su hermanita en Lubá; dar la comunión bajo las dos especies, en los matrimonios canónicos. En la cadena de becarias sufrí una buena crítica por el embarazo de una becaria; embarazo que no era mío. Me apodaron de todo: padre ye-yé, padre capullo, y otros apodos que, si bien no encerraban críticas abiertas, dejaban el soplido de un viento no muy ortodoxo a la usanza habitual.

       En 1973 percibí cómo la virilidad humana del que era yo ser, a punto de apagarse sin dejar cenizas, (con seis cárceles a las espaldas) me vino la sabrosa madurez de sentir mi hombredad, e inicié un noviazgo serio con la señorita Evangelina Oyó Ebule, y sin tapujos ni complejos, pues estaba ya desbrozado el camino con la señorita Elena Evita Ika, dándome una fotografía de mi sangre: Juan Gaspar Bokesa Evita. Sin bozales ni bridas, mi caballo se lanzó a una carrera de ganar terreno al tiempo, monte arriba del albur providente; y en pleno bosque de esperazas, también mi novia parió otra humanidad inteligente: Juan Luis Bokesa Oyó.

       Y el tiempo envejecía. Las horas, días, semanas, meses, años, lustros y hasta el mismo siglo, pasaron. En mi botín humano, la señorita Gloria Bolekia Bonay, tendió puente como flor de un ‘bwuelò’(límite del fin de los tiempos), viejos por demás, y me abrió el abanico con dos últimos vástagos: Ciriaco Bokesa Bolekia y Paulina Bolesa Bolekia, a la Aurora de la Belleza Inmarcesible: Bahá’u’lláh.

       Entre selvas, por valles y montes, el vuelo del genio creativo cruzaba con sonoridad de místicos aleteos por los oídos de mi espíritu arañando los cielos de una inspiración sublime; no por palabras, sino por el común lenguaje del sonido musical. Dos misas en español, una en bubi, una en inglés y un rosario de motetes eucarísticos y marianos.

       ….Hasta que por fin sonó en el reloj del futuro erizado de nieblas, ronquidos y humos de no sé qué petróleos en una Guinea mejor, y un infarto cerebrovascular me introdujo en el giro circular del ámbito residencial de la geriatría, en la Comuidad de Madrid.

 

       Más claro, ni el agua de la nieve más virgen en la punta del Everest: que un huérfano de niño, enfermizo y sin oído, sin nada en su haber herencial, sobreviva al macismo obanianguemista, zorrino….

¿Cómo, de qué, me gustaría que me tildaran los hombres mañana? ¡Amparado por la sombra de las alas del Águila Inmortal!, es mi única respuesta.

 


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