El sistema educativo que hoy conocemos (tan arraigado que parece haber existido siempre) nació, en Occidente, hace apenas 150 años, con el objetivo de instruir a grandes masas de población, por entonces analfabetas; y puede decirse que cumplió su función. Siguiendo el modelo industrial, se creó una institución especializada, separada de otros espacios sociales, donde niñas y niños, distribuidos por edades, reciben unas enseñanzas (previamente desmenuzadas y ordenadas) bajo la autoridad del maestro que les califica y clasifica, según su desempeño.
Al tiempo que aparecía la llamada escuela convencional, surgieron también sus críticas a las que solemos referirnos como educación alternativa, subrayando así su carácter otro, utópico y, por qué no decirlo, también marginal. Sin embargo, si observamos de cerca esta metafórica isla Barataria, veremos que se trata en realidad de un archipiélago, un conglomerado de teorías y experiencias, a veces sin demasiada relación entre ellas. Poco tienen que ver, por ejemplo, los planteamientos de Montessori, Freinet, Neill, Waldorf, Reggio Emilia, Ferrer i Guardia o la escuela Barbiana…, como no sea el intento de ofrecer nuevas perspectivas, tratando de superar las limitaciones de la corriente dominante.
A lo largo de la historia, estas distintas reflexiones y experiencias han ido alimentando la práctica pedagógica tanto fuera como, también, dentro de la escuela normal. Las escuelas infantiles, por ejemplo, no podrían pensarse, actualmente, sin María Montessori y su enfoque basado en materiales estructurados por rincones. Los diferentes tipos de asambleas escolares que hoy se celebran en muchos centros, con la participación del alumnado, se inspiran en las prácticas de la llamada educación democrática. Las distintas formas de comunidades de aprendizaje, grupos interactivos etc… que implican a voluntarios externos (padres, miembros de asociaciones, profesionales de los servicios públicos, estudiantes…) en los procesos escolares, tienen su origen en las comunidades educativas de los años 20 y 30, en Alemania.
Más que un espacio aislado e imposible, un sin lugar (u-topos) en la realidad normalizada del continente, Barataria es una reserva natural, salvaje, de innovación educativa. Su existencia ha permitido, entre otras cosas, la renovación del modelo convencional y, con ello, su adaptación a los cambios sociales, a lo largo del tiempo.
Superar la crisis de la escuela: ¿marcha atrás o paso hacia delante?
Hablar de la crisis por la que, desde hace años, atraviesa la institución escolar, se ha convertido en un lugar común que recoge el consenso de todos los actores, cualquiera que sea su posición en el sistema o su orientación política.
En lo que ya no están tan de acuerdo analistas y afectados es en las causas de esta sonada crisis y en sus posibles soluciones: algunos la atribuyen al gobierno y a la politización de la enseñanza, al exceso de centralización, la mala organización, la incompetencia pedagógica del profesorado (o su exceso, según los casos), la escasa implicación de los padres o su implicación inadecuada, las nuevas tecnologías y los medios de comunicación, la insolencia e indisciplina de la juventud actual, la pérdida de autoridad y un largo etc.
Hace algunos años, el filósofo francés Luc Ferry, por entonces ministro de educación, culpaba a las ideas progresista de Mayo del 68 de la situación desvalorizada y comprometida en que se encontraba la escuela, y propugnaba una vuelta a los valores republicanos de respeto a la autoridad, competencia académica, instrucción, esfuerzo y memorización…. En nuestro país, Mario Vargas Llosa ha sostenido recientemente tesis parecidas, mientras algunos políticos abogan por el restablecimiento de una férrea disciplina y un poder más enérgico del profesorado, simbolizado en la tarima, o altillo, que le sitúa clara y visiblemente por encima de los alumnos…Tal y como lo sugería Comenius, el famoso pedagogo… del siglo XVII.
Curiosamente, como señala Jaume Trilla en una reciente publicación, la mayoría de estos “nostálgicos” se cuidan mucho de reivindicar también la vuelta de los castigos, físicos y psicológicos que, con frecuencia, acompañaban el ejercicio de esa autoridad absoluta e idílica.
Desde mi punto de vista, las actuales dificultades de la escuela tienen su origen en las profundas transformaciones que nuestra sociedad ha experimentado en los últimos 50 ó 60 años; transformaciones que se dejan sentir con más fuerza en el ámbito sensible de la infancia, y apelan a un cambio profundo en la institución educativa. Para enfrentar estas transformaciones, no creo que sea necesario dar marcha atrás sino, más bien, un paso hacia delante.
Otra visión de la infancia, la autoridad y la construcción del individuo
Sin entrar en muchos detalles, voy a tratar de describir, a continuación, algunos de estos cambios:
1.- Con la desaparición del pater familias (y de la estructura familiar y económica asociada a esta figura), la liberación de la mujer y la modernización política y económica, el concepto tradicional de autoridad ha sufrido un revés importante. El poder ya no procede de Dios o de un linaje, ni se declina ordenadamente a lo largo de grupos y familias. Viene (idealmente) del acuerdo y la participación de todos, en la construcción de un proyecto común. Tampoco el saber, mucho más repartido que antes y accesible a la mayoría, es necesariamente una fuente de poder. La autoridad se convierte en una noción variable e informal, entendida como “capacidad de hacer con los otros”, sin que vaya, necesariamente, asociada a una posición, una edad, o a una determinada competencia… La obediencia da paso a otros valores como la iniciativa y la creatividad.
El sociólogo ingles Anthony Giddens define estas transformaciones como el paso de “relaciones basadas en la autoridad” a “relaciones basadas en la intimidad”: “(…) donde los individuos determinan libremente las condiciones de su asociación mediante la negociación, el compromiso y la confianza”. Un paso con numerosas implicaciones en la moral, la disciplina, la solución de conflictos, etc., sobre las que no voy a extenderme aquí. Simplemente señalar que, en mis visitas a centros escolares, la mayoría de los alumnos expresan el deseo de tener relaciones más cercanas con sus profesores y, cuando esto sucede, se muestran más satisfechos, e incluso progresan mejor en el aprendizaje. También indicar que esta evolución de las relaciones nada tiene que ver con la permisividad ni con una pérdida de la identidad o de los derechos del adulto.
2.- Paralelamente, el concepto de infancia ha conocido profundos cambios, a lo largo del siglo pasado, que culminaron con la firma de la Convención por los derechos del niño en Naciones Unidas (1989). El dato más destacable de este texto, además de su insistencia en la protección de la infancia, es el reconocimiento del niño como sujeto de pleno derecho, no potencial, sino real y actual. Una persona capaz de participar en las decisiones que le afectan, y en la construcción y transformación de la sociedad a la que pertenece. Alguien con derecho a ser ciudadano, no del futuro sino del presente. Las implicaciones del Convenio en el ámbito educativo son importantes: el niño o la niña dejan de ser el blanco para la imposición de ideales e ideologías, una materia que hay que moldear “para asignarle luego un número de serie”, como afirmaba Herbert Read, ya en los años 50.
Educar(se) es el proceso de construirse el ser humano a sí mismo, construyendo también con los demás, el mundo que le rodea. La famosa educación para la ciudadanía, de la que tanto se ha hablado últimamente, tendría que centrarse en permitir y aceptar la participación de los niños aquí y ahora, en lugar de entrenar y formar a los ciudadanos del mañana… Los niños y las niñas tienen una experiencia y unos conocimientos (aunque sean limitados), poseen sabiduría innata; los adultos deberían escuchar sus ideas y opiniones sobre la organización de las escuelas, y sobre su propia educación y aprendizaje. Esta es otra de las repetidas, aunque a veces tímidas, reivindicaciones de los alumnos.
3.- Por último, especialmente en Occidente, la sociedad del bienestar ha logrado que un alto porcentaje de la población consiga cubrir, hasta cierto punto, sus necesidades básicas de supervivencia biológica, seguridad y pertenencia a un grupo. Siguiendo la lógica de la famosa pirámide de Abraham Maslow, la satisfacción de estas necesidades incita a perseguir otro tipo de metas más intangibles, pero no por ello menos importantes: son las necesidades de estima y, especialmente, de “auto-realización” que, según algunas estimaciones, hoy solo alcanza el 2% de la población. No voy a extenderme sobre las transformaciones sociales, técnicas y económicas que caracterizan a la sociedad post-industrial en que vivimos. Tan solo señalar que un número creciente de personas no solo buscan trabajo para ganarse la vida; también quieren realizarse a través de su actividad, es decir, desarrollar plenamente todo su talento y potencial, expresar su creatividad, conectar con sus valores y motivaciones profundas, dar un auténtico sentido a sus vidas. La expresión de estas necesidades está relacionada con los cambios en la construcción del sujeto moderno, cuya identidad ya no depende exclusivamente del grupo de origen: él mismo la construye creando su propia y singular trayectoria vital.
Una escuela distinta para una sociedad diferente
Las escuelas democráticas, presentes actualmente en más de 40 países, y cuyos referentes históricos pueden encontrarse en Leon Tolstoi, John Dewey, y A.S Neill, entre otros, representan desde mi punto de vista, una respuesta viable a las tensiones y conflictos que estos cambios sociales están produciendo. Sus principios, con múltiples variaciones y matices según los países, las culturas, los grupos y las trayectorias, pueden resumirse como sigue:
1.- Para empezar, las gestionan niños y adultos conjuntamente. Cada persona representa una voz y un voto, con independencia de su edad o su estatus. La asamblea escolar dirige el centro con la participación de todos y elabora las leyes o normas de convivencia (así como las correspondientes sanciones, en caso de incumplimiento) que todos deben respetar por igual. Así se desarrolla una cultura de la responsabilidad, la negociación y el acuerdo. Los adultos no tienen un poder por encima de los niños, por lo que no se ven obligados a asumir un rol encorsetado; se sienten más libres para ser ellos mismos y entran, más fácilmente, en relaciones de confianza con los alumnos.
2.- Las escuelas democráticas defienden los derechos de los niños y especialmente su derecho a ser protagonistas de su educación, sujetos activos en lo personal, lo social e incluso lo político. Esto significa que pueden hacer elecciones, tomar decisiones y actuar sobre sus vidas.
La tarea del profesor/educador consiste en acompañar, más que en dirigir el aprendizaje; es un “consejero”, al servicio del niño; le ayuda a descubrir sus centros de interés (del latín inter-essere: ser hacia dentro, y no sólo su acepción bancaria), sus talentos y motivaciones.
3.- En la mayoría de estas escuelas no existe un currículo obligatorio que, en definitiva, no es más que una limitada selección de la ingente masa de conocimientos que la especie humana ha ido atesorando, a lo largo del tiempo; y, si existe, es lo suficientemente flexible como para validar e incluir los intereses de los niños.
Permitir que cada individuo encuentre sus puntos fuertes, exprese su singularidad y sea reconocido y aceptado por la comunidad, favorece la cooperación entre iguales (en lugar de la competencia) y es también una buena forma de prevenir la violencia.
La metodología de aprendizaje es plural e individualizada, adaptándose a los estilos y la idiosincrasia de cada persona. Tiene en cuenta la diversidad y plasticidad de la vida como escenario global del aprendizaje, e incluye el azar, porque es él o la que aprende, quien dirige su desarrollo, siempre desde dentro hacia afuera.
No voy a caer en la trampa de describir, o peor aún predicar, un nuevo paraíso, aunque sea el de Barataria. Sin duda, la educación democrática tiene aún mucho camino por andar, nuevas formas de avanzar por descubrir. Pero, su ejemplo, podría liberar a muchos niños, jóvenes y adultos, de la terrible sensación carcelaria a la que se enfrentan cada día..
El principio de igualdad en dignidad humana, sobre el que este enfoque se asienta, pone el acento en las diferencias entre las personas, no para tratar de eliminarlas, sino para aprender a respetarlas. Este concepto central de respeto lo convierte en una propuesta educativa ecológica y sostenible, aplicable tanto a las relaciones entre niños y adultos como entre hombres y mujeres, blancos y negros o cristianos y musulmanes…Porque protege, potencia y enseña a convivir con la diversidad y singularidad de cada ser humano.