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Sociedad del espectáculoEscenariosEl camino de las migas de pan

El camino de las migas de pan

John Michael Turturro en una escena de la obra de teatro

Cortesía Gianni Fiorito

    

En cuanto uno entra en el teatro Carignano de Turín, una de las sedes del Teatro Stabile, ya se predispone a la maravilla. Los teatros del siglo XVIII en Italia son fantásticos. Éste en concreto, que en sus orígenes perteneció a una familia noble, parece una copa de oro puesta del revés. Tres pisos de palcos de madera dorada, con su retro-palco, donde los espectadores de antaño se cambiaban la ropa de viaje por otra más apropiada para la ocasión. Las infinitas lámparas y el terciopelo rojo son las únicas notas cálidas en un día de cielo blanco y con 5 grados bajo cero. Contrasta con este lujo el escenario lleno de sábanas tendidas a modo de telón. Cuando las muchachas de la cúpula se funden en el oscuro, aparece John Turturro por el fondo de la platea y nos avisa de que “el cuento no es verdadero si no añades algo”. Dice después que esta noche ellos lo intentarán…

       A pie, empieza a sonar música napolitana interpretada en vivo por una pequeña banda, la Paranza del Geco. Los actores recogen las sábanas y dejan al descubierto una playa donde hay un barco varado y un ciclorama que se convertirá en cielo, mar, infierno y otras muchas cosas a lo largo de la función. Este será el escenario de apariciones y desapariciones, de los misterios y prodigios que Turturro ha llevado a escena basándose en la selección de los doscientos mejores cuentos de la tradición popular italiana de Italo Calvino (Cuentos populares italianos, Ed. Siruela). Entre ellos, también figuran relatos del napolitano Giambattista Basile -autor de Lo cunto de li cunti, uno de los libros de cuentos tradicionales más antiguos que existen- y de Giussepe Pitrè.

       En Fiabe italiane –“Cuentos de hadas italianos”-, Turturro, actor fetiche de los hermanos Coen, nos traslada a la Italia de “érase una vez”, echando mano de una rica imaginación, una buena dosis de entusiasmo y a la relación personal que le une con la Italia de sus orígenes. Cuenta Turturro que decidió llevar al teatro los relatos de Calvino porque fue el primer regalo que le hizo su mujer, la actriz Katherine Borowitz, también presente en el montaje, cuando eran novios. Se enorgullece de ser el primero en lograr una empresa que intentaron Federico Fellini y el propio Calvino.

       La Italia fantástica y universal de Fiabe italiane recoge el espíritu que Calvino le atribuye a los cuentos de hadas, “son un catálogo de destinos que puede darse a un hombre y a una mujer en su viaje para convertirse en seres humanos”. Los cuentos que veremos son la voz áspera y auténtica de la vida. Recogidos de la tradición oral italiana, responden a la lógica típica de este género, las pruebas y elecciones que deben superar los protagonistas para llegar a ser adultos.

       La trama parte de dos narraciones complementarias. La primera presenta a un muchacho incapaz de comprender la distancia que hay entre la dura realidad y su mundo de sueños. Al protagonista de la segunda historia lo abandonan sus hermanos -una especie de Pulgarcito- porque está lisiado. Ambos obtendrán de sus benefactores objetos mágicos, pero sólo uno de ellos sabrá sacar el mejor provecho a su don. El viaje de los personajes, recorrido iniciático presente en tantos cuentos, permite introducir otras historias que repercuten en el argumento principal.

       La dirección del actor americano traza un camino de migas de pan que el espectador debe recoger para entrar con derecho propio en la historia, porque ésta sólo se cumple, como nos recordaba él mismo al comienzo, si añadimos algo. Acostumbrados a los productos Disney y a los efectos especiales hiperrealistas, tenemos que adaptarnos al código que Turturro ha decidido respetar para no traicionar la inmediatez y la economía de resursos propias del género.

       Una de las claves del montaje es la aparente sencillez e ingenuidad con que resuelve los efectos en escena, una especie de magia artesanal propia de las viejas compañías teatrales. En este país de las maravillas, un cangrejo gigante lanzado al agua resurge transformado en príncipe, el paso del tiempo se representa mediante unos muñecos-niños colgados en un tendedero a los que les crecen las piernas, un actor con unas cabecillas sobre los hombros representa a toda una familia, las tempestades se hacen con telas y un niño se hace viejo con un sencillo y eficaz cambio de personaje a escena abierta. La compañía familiar también es otra característica recuperada de la tradición italiana. En ésta están presentes la mujer, la prima y un hijo de Turturro. En la Italia fabulosa de estos cuentos, historias y lenguas -italiano, inglés, siciliano, napolitano- convergen para reflejar una cultura todavía reconocible en el país.

       Ponen la nota contemporánea las canciones Tu si ‘na cosa grande, de Modugno, interpretada con extraordinaria gracia por Turturro, y Mustafá, de Carosone, que permite a Aida Turturro (Los Soprano) demostrar que los kilos de más no están reñidos con una arrolladora sensualidad. La adaptación, firmada por el director, Katherine Borowitz, el también actor de Los Soprano Max Casella y Carl Capotorto, une al relato-guía otras historias que permiten a los actores entrar y salir de los personajes como si cambiaran de traje. Los actores, varios de ellos también presentes en la película Amor y cigarrillos, se divierten y hacen divertirse al público con sorprendente amplitud de registros y dominio del propio “instrumento”. Pero es John Turturro el maestro de ceremonias de este juego. Nos regala una memorable recreación de personajes: posaderos pícaros, príncipes azules y seductores como sólo existen en los cuentos que desbordan ironía, imaginación y misterio.

 


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