Faltan pocos minutos para la una de la tarde. Doña Queta, la cuidadora y dueña de la imagen de la Santa Muerte más conocida de México Distrito Federal, dice que hay gente aquí desde las siete de la mañana. Algunos se han traído sillas plegables para hacer más confortable la espera hasta el comienzo del rosario, que se rezará en honor de la Santa. Hay bastantes familias. Los niños más pequeños se entretienen con sus juguetes sentados en el asfalto de la calle, sobre las mantas en las que sus padres han colocado las imágenes de la Santa Muerte -también llamada La Flaquita o La Niña Blanca-. Algunos colorean libros infantiles. Hay niños de más edad que deambulan entre la gente con bolsas de caramelos que reparten entre los fieles. Tal vez para ayudar a cumplir la promesa de uno de sus padres: distribuir un número determinado de presentes si la Santa le concedía una petición. Otros, en cambio, rocían las imágenes de los que van llegando con un mezcal barato que se vende en pequeñas garrafas. Las imágenes de la Santa Muerte deben purificarse con mezcal y con humo de marihuana.
René Romero explica que su madre, Doña Queta, siempre tuvo fe en la Santa Muerte: “Desde que tengo memoria, recuerdo que mi madre le rezaba a La Flaquita y le ponía veladoras”. Un día, continúa René, “uno de mis hermanos le obsequió a mi mamá [con] una imagen bien grande de la Santa. Como no cabía dentro de la casa, decidió que le pondría un altar a la entrada. Así fue como comenzó la tradición de este altar que ahora reúne a toda esta gente.”
El próximo 31 de octubre, el altar dedicado a la Santa Muerte en la Calle Alfarería número 12, cuidado por Doña Queta y su familia en el corazón del barrio de Tepito, cumplirá nueve años. “En un principio, dice René, algunas personas no entendían que era esto de la Santa. Pensaban que era algún tipo de culto satánico, o vete a saber qué. Pero poco a poco fueron viendo que simplemente es otra intermediaria ante Dios. Los que creemos en la Santa no estamos ni contra la Gudalupana, ni contra San Judas Tadeo ni contra ningún otro santo. Creemos en la Santa porque la sentimos más cercana, eso es todo. Cada quién tiene la fe adonde la quiere tener. Lo único seguro en esta vida es que todos, tarde o temprano, tendremos que presentarnos ante la muerte”.
¿Responde mejor que otros santos más ortodoxos a las circunstancias de gente que vive en barrios difíciles como Tepito? René destaca que entre los fieles de la Santa hay personas sin recursos y adineradas: “Hay gente con muchos millones que le cree. Personas que mañana mismo se podrían ir de vacaciones a España, a Australia o a dónde quieran… Sólo hay que tener fe en ella. Aquí vienen ricos y pobres, y hasta los mismos policías federales le rezan. Todos le creen, sin distinción de clase”. Le comento que entre los fieles hay algunos que difícilmente tendrían acogida en una comunidad católica más tradicional. “Aquí la gente puede ser lo que es. A veces estás tan mal que no te sirve ir a una iglesia y rezar en silencio. Los hay que tienen a un hermano en un reclusorio, a un pariente enfermo, a otro metido en el vicio… Es normal que a veces te apetezca gritar, sacarlo fuera. Aquí no se juzga a nadie por lo que es”.
Doña Queta, que ha estado tratando de ordenar la larga cola de fieles que quieren acercarse hasta la imagen para presentarle sus respetos, cree que parte del éxito de su altar pueda deberse a que ni ella ni su familia han tratado nunca de engañar a nadie: “Aquí no se echan cartas, ni se leen posos de café, ni se hacen limpias a cambio de dinero… Me gusta decir que no hemos tratado de chingar más de lo que están a los que ya viven chingados”.
La peregrinación de fieles se va incrementando a medida que se acercan las cinco de la tarde, hora en la que dará comienzo el rezo del rosario. Un grupo de mariachis llega para interpretar unas canciones a la Santa. Toman el relevo de un grupo de bailarines aztecas que han danzado largo tiempo al ritmo repetitivo de los tambores, entre el humo del copal quemado en incensarios de obsidiana. Los mariachis traen consigo varios teléfonos móviles. Quienes les han pagado por tocar frente al altar de la Santa, les pagan también por transmitir su actuación a través del teléfono para que pueda ser escuchada por los reclusos en centros penitenciarios del Distrito Federal. Mucho dinero que, según se rumorea en Tepito, es pagado por importantes capos. El reglamento de las prisiones prohíbe la tenencia de teléfonos móviles dentro de los centros. Pero es habitual pagar a los funcionarios de prisiones para conseguir todo lo que no está permitido: desde teléfonos móviles hasta mujeres, comida o drogas, incluso el permiso para salir de la prisión por unas horas.
Los creyentes llegan con imágenes de la Santa de todos los tamaños y colores. Predomina un estilo kitsch, colores chillones, dorados, plateados, purpurina adherida a las tallas en madera o a las reproducciones en plástico. También las hay vestidas con ropas hechas a medida, e incluso tocadas con pelucas. Algunos traen en bolsas grandes o en cajas de cartón varias reproducciones por encargo de amigos y familiares. Todos quieren tener en sus casas, en el altar dedicado a la Santa, una estampa o una talla que haya estado en el rosario de Tepito, la ceremonia mensual más importante dedicada a la Santa Muerte de todo el Distrito Federal.
“Observa como traen sus imágenes”, me comentó Alfonso Hernández la primera vez que fui a un rosario en honor de la Santa, hace unos meses. Hernández es uno de los mejores guías del Barrio Bravo de México D.F. y siempre está dispuesto a pasar un rato con los periodistas que solicitan su ayuda para entender qué es Tepito. “Las llevan como si fueran niños pequeños”, dijo. Ante nosotros pasaba una mujer joven, con una mochila abierta, colgada sobre su pecho, de la que sobresalía una figura de la Santa. La rodeaba con sus brazos de un modo muy similar a como se sostendría un recién nacido.
Hernández, que en su tarjeta de presentación se define como cronista y hojalatero social, cuenta que su barrio había sido un lugar marginal desde los tiempos de la conquista. “Hay que decir también que nos gusta alimentar esa fama de lugar difícil y delincuencial, aunque la mayoría de los que viven aquí son personas trabajadoras que sólo tratan de que sus familias lleguen a fin de mes”.
Aunque no es el único barrio conflictivo del Distrito Federal, Tepito es el primero en el que se piensa cuando se trata de comprar toda clase de mercancías falsas -sobre todo DVDs, aparatos electrónicos y ropa y calzado de marcas prestigiosas-. Gran parte del distrito es un inmenso mercado cubierto por toldos y lonas plásticas. En Tepito también se puede encontrar toda clase de drogas y armas, desde pequeñas pistolas hasta rifles de asalto. Hace unos meses llegaron a circular bases de datos del padrón electoral nacional en el que estaban los nombres y direcciones de millones de mexicanos. Incluso se podían comprar por unos miles de pesos discos duros con el registro de automóviles, licencias de conducir y otros datos oficiales. Una información muy apetecible para los delincuentes. Y para algunos policías, que reconocieron haberla adquirido bajo cuerda para “facilitarse el trabajo”.
Sin negar que en su barrio ocurre todo esto -y más-, los tepiteños mencionan que de allí también han salido boxeadores campeones, profesionales de lucha mexicana reconocidos y futbolistas ilustres, no sólo delincuentes.
“Periódicamente, las autoridades entran en el barrio y hacen redadas para secuestrar mercancías ilegales”, me dijo un vendedor de Tepito a finales del año pasado. “Obviamente, los policías que están a sueldo de los vendedores de esa mercancía les avisan de las redadas. Los agentes sólo incautan la mercancía menos valiosa. Se la dejan bien a la vista para que cumplan con su deber de secuestrarla”, continuó el tendero irónicamente. “Así que lo único que se consigue con todas esas noticias alarmantes sobre Tepito en la prensa y en la televisión es subir el precio que exigen los policías a cambio de protección”.
Hernández cree que todo el empeño que han puesto las autoridades en señalar a Tepito como el centro de todo el comercio ilegal imaginable, -“como si no se vendieran mercancías falsas a las mismas puertas del edificio de la Seguridad Pública del DF y en cada boca de metro”, apunta- tiene que ver con el plan urbanístico proyectado para unir con un corredor turístico el Zócalo capitalino con la basílica de Guadalupe. “Por desgracia para ellos, Tepito está entre ambos puntos turísticos”, comenta Hernández. “Sólo puedo decir que les costará echarnos de nuestro barrio”.
Muchos de los hombres en la calle Alfarería -y algunas mujeres- lucen tatuajes. La mayoría con motivos dedicados a la Santa Muerte. Algunos de los fieles llevan grabadas lágrimas bajo un ojo, una marca que suele significar que han asesinado a alguien o que han perdido a una persona de forma violenta. Cada lágrima, una muerte, aunque también pueden indicar que se ha sufrido una violación dentro de la cárcel. Con alguna excepción, todos se muestran dispuestos a exhibir sus tatuajes para que los fotógrafos que están allí esa tarde les inmortalicen. Muchos posan con paciencia con las camisetas subidas acatando sus indicaciones. A diferencia de Europa, donde el tatuaje se ha convertido en un simple detalle estético sin apenas significado social, aquí forma parte de un código. Explican quién eres y en qué crees. Parece normal que no tengan reparo en mostrarlos y en dejarse fotografiar. Algunos diseños, de factura impecable, cubren por entero la espalda o el pecho. Otros son trabajos aún no terminados, con perfiles de la Santa que deberán ser rellenados de color cuando se reúnan los pesos necesarios para pagar al tatuador el resto del trabajo.
Antes de comenzar el rosario en honor de la Santa, Jesús, otro de los hijos de doña Queta, encargado de conducir el rosario, explica a los presentes que, todos juntos, le van a pedir permiso a Dios para invocar al espíritu de la Santísima Muerte. Unos minutos antes, el propio Jesús -como habrían hecho todos los fieles con los que hablamos- me quiso dejar claro que en lo más alto estaba Dios. “La fe en Dios es lo primero, luego viene la fe en la Santa, o en el santo protector que uno elija”, afirmó. Cuando mencionan a Dios, se refieren al Dios cristiano que trajeron los españoles, aunque la Santa Muerte encuentre sus raíces en los cultos prehispánicos. Este sincretismo tan crudo es una de las razones por la cual la Iglesia Católica no ha aceptado -y será difícil que acepte- el culto a la Santa. La Secretaría de Gobernación mexicana, encargada de estos registros religiosos, tampoco ha permitido su inscripción.
No hay mucha diferencia formal entre un rosario cristiano y el que se reza a la Santa Muerte. Ambos se estructuran en torno a cinco misterios. En la tarde de hoy, se rezará siguiendo los cinco misterios dolorosos. Tras cada petición a la Santa le sigue un Padre Nuestro y diez Ave Marías: el rezo incluye, por tanto, menciones devotas a Dios, a Cristo, a la Virgen y al Espíritu Santo. Algunas particularidades se escuchan cuando se pide por los reclusos, para que encuentren un abogado competente y un juez justo, o por los que están en el vicio. El resto son más normales: por la salud, por el trabajo, por el bienestar de las personas cercanas… En un cierto momento, Jesús le pide a la Santa en nombre de todos los presentes que ni en su casa, ni en su cuerpo, ni en su trabajo, ni en su camino “entre hechizo alguno”. Algo que tampoco debe de agradar mucho a la Iglesia Católica, que suele considerar todas las supercherías ajenas como supercherías censurables.
Un rosario no es una misa. Mientras que en toda misa hay una parte dedicada a la moralización, bien a través de la lectura de parábolas o de cartas de los padres de la Iglesia, bien a través de los sermones del sacerdote, los fieles que acuden a un rosario de la Santa Muerte no reciben aleccionamiento alguno. Se suceden los padresnuestros -con el ritmo de letanía propio del rosario- y las peticiones, pero en ningún momento se expresa modelo moral alguno, ni ético o de comportamiento deseado. El acto religioso se limita a las oraciones y a las peticiones. Jóvenes, niños, hombres, mujeres, ex presidiarios (muchos), algún transexual, travestis, fumadores de yerba (y algunos pequeños traficantes), delincuentes menores y supuestos asesinos, participan con igual intensidad o recogimiento de todos los momentos de un rosario cuyo punto culminante es el alzamiento colectivo de imágenes. A diferencia de lo que ocurre en las ceremonias en honor de San Judas Tadeo, que se celebran en una iglesia católica en el centro del Distrito Federal el 28 de cada mes, las imágenes de la Santa Muerte no son rociadas por el agua bendecida por un hisopo empuñado por un cura católico. A pesar de que los que acuden a ambas ceremonias, muy similares en su puesta en escena, son en la mayoría de los casos gente que proviene del mismo estrato social y que comparten el mismo fervor con fuertes raíces paganas hacia sus iconos, imágenes y estatuillas, sean de la Santa o de San Judas, el culto a la Santa Muerte, como decimos, aún no ha sido integrado en el catolicismo mexicano. Tal vez precisamente por eso, porque el culto a la Santa aún no le quita clientes a la iglesia católica al no ser incompatible con el culto católico más ortodoxo.
El 28 de cada mes, las reproducciones de la Santa Muerte no son rociadas con un hisopo empuñado por un cura católico. A pesar de que los que acuden a ambas ceremonias son, en la mayoría de los casos, personas que provienen del mismo estrato social y que comparten el mismo fervor hacia sus iconos y estatuillas, sean de la Santa o de San Judas.
Miguel Ángel Amador lleva ocho años viniendo a Tepito a los rosarios de la Santa. Le reza a la Guadalupana, a San Juditas y a otros. Para él son todos santos, todos intermediarios válidos entre Dios y él. Ha terminado hace poco una capilla en honor de la Santa Muerte en el municipio de Ecatepec (Estado de México), donde nació y vive. Asegura que no le pide nada especial a la Santa. Aunque sabe que, como ocurre con San Judas y otros santos, si le ruegas algo y no le cumples, tendrás castigo. Reitera que a la Santa no le reclama, sólo le muestra respeto, le reza y le encarga rosarios, aunque también le pone veladoras y ofrendas. Así le va bien con ella.
Miguel Ángel habla con ritmo pausado y cadencioso. Mientras conversamos nos llegan vaharadas de humo de los cigarrillos de marihuana. Me cuenta que hace años se fue a Estados Unidos de mojado. Atravesó la frontera por Nuevo Laredo. Asegura que fue muy duro. Tuvieron que cruzar dos veces el río (tal vez lo hicieron en uno de los puntos en los que el río se bifurca). “Andaban muriendo muchos”, nos dice. “Yo llevaba una pequeña imagen de la Santa, y a ella me encomendé”. No usó los servicios de un coyote. Su cuñado conocía un paso por dónde atravesar. Ya creía en la Santa cuando comenzó su viaje del otro lado. Recuerda que antes de cruzar había dos imágenes de la Santa tan “altas como un árbol”. El río no fue el único obstáculo. Luego vinieron seis días de caminata. Tal fue el cansancio durante esos días interminables por el desierto, tras haber atravesado la frontera, que ni siquiera se dio cuenta de que estuvo a punto de pisar una víbora. La serpiente se enroscó en posición defensiva preparada para atacarle. Asegura que los reflejos y la Santa le ayudaron a reaccionar a tiempo para golpear a la serpiente con una vara que llevaba. La Santa también puso de su parte para ayudarle a encontrar trabajo apenas llegó a San Antonio, en Texas. El empleo que encontró era bien pesado. Reparar y colocaba tejados. El sol en Texas es fuerte. Llegó incluso a desmayarse mientras estaba subido en uno. Pero pagaban bien, nada que ver con los sueldos míseros de México. Estuvo ocho meses en San Antonio. La pequeña imagen de la Santa que llevó consigo le sirvió para colocarle un altar. Los otros mexicanos que vivían con él también le ponían veladoras y flores cuando podían. Nunca le faltaron ofrendas. Dejó San Antonio y se trasladó a Florida donde trabajó un año. Nunca tuvo problemas con las autoridades, a pesar de estar como ilegal. ¿Y por qué regresó a México si no le iba tan mal? “Pues así. Crucé de nuevo la frontera y aquí estoy”.