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Acordeón¿Qué hacer?No apostar al caballo que perdió ayer

No apostar al caballo que perdió ayer

Cambiar el sistema. Abolir el capitalismo. Moralizarlo. Hallar una síntesis que conserve lo positivo y deseche lo negativo. Coger la innovación, la libertad, el individuo; tirar la esclavitud, la sangría, la anulación…

 

Admitamos que esto sea clamor unánime. ¿Cómo hacerlo? ¿Cómo se desmantela una apisonadora? Peor aún: ¿cómo podría el asfalto acabar con ella, cuestionarla?

 

Lo diré con un cuadro. El ser es negro. Sobre él baila una radiografía, la nuestra. El deber ser es luminoso, marcado por arañazos de color. Rojos. Anaranjados. Amarillos. Un fondo florido. Ventanas a lo que verdaderamente somos. El ser nos ha obturado los poros, vaciado los ojos, reventado los tímpanos. No vemos, no oímos, no sentimos la marcha de nuestro mecanismo, la música del cantor que somos. ¿Poesía? ¿Pero qué poema más cierto puede haber que el del susurro común de nuestro malestar? ¿A quién le va esta explotación, esta exprimidora? ¿Hay banqueros felices? ¿Hay multimillonarios colmados?

 

No existe sociedad humana sin comunicación, y nosotros no comunicamos. Teletransportamos palabras, las vendemos, las compramos, las intercambiamos… La ciudad es enemiga de la conversación. Hay ruido, entrechocar de oídos y ojos transeúntes, trepidar de interrupciones, caleidoscopios de señales. La comunicación necesita sosiego, tiempo, una cooperación de circunstancias… Sin comunicación hay aislamiento, burbujas inconexas, autistas electrónicos. De ahí la revolución imposible, la sociedad domada. Pulverizada. Como una laca que nos fija en una vibración sin meta: nos drenan hasta dejarnos secos.

 

Vender tiempo, fuerza de trabajo, vida. Reificar el sistema. Eso es lo que no hay que hacer. No tener ocio, tiempo para sí, o usarlo en banalidades consuntivas. Sobredimensionar el grupo, diluirse en él, desaparecer, ahogarse en el anonimato, ser una réplica, un clon, desenchufarse de la naturaleza, vivir al margen de su pedagogía, de sus ritmos, de sus leyes.

 

Ex nihilo nihil. ¿No lo sabíamos? ¿Por qué hacer dinero con el dinero, entonces? Eso es el harakiri económico. ¿Proteger la banca para desproteger a la población? Eso es evitar el desplome con el desplome. La libertad de mercado ¿no tendría que ser la libertad de las personas? ¿Y no es la no-instrumentalización requisito de la libertad?

 

¿Es imposible domar la usura? Entonces no añadamos hipocresía al abuso y dejemos de considerarnos democracias. La libertad del dinero es la esclavitud del individuo.

 

Superpoblación. Optimización. Gestión de recursos. Reciclado. Polución del agua, del aire, plastificación de los océanos, hecatombe de especies, bosques de papel. La ecología finge: no hay prestidigitación alternativa que alcance a sostener la plaga humana. Transgresión de las leyes naturales. ¿Progreso? Hybris. Cuando se camina en dirección equivocada, todo avance exige un retroceso.

 

Nueve mil millones de habitantes. Escasez de agua. Potabilizar el mar: desierto. Recursos médicos, farmacológicos, miles de vidas salvadas, mejoradas. La ciencia. ¿O será diferir la muerte, cambiar el cuentagotas por un último, único, destello letal?

 

Evitar la guerra, la hambruna, los archipiélagos de prosperidad cercados de miseria. El hombre como medida de toda producción. Trabajar cuatro horas al día, tres. Desactivar la plusvalía. Reducirla a la mitad, a la cuarta parte. Construir casas sencillas. No especular con los medios de vida. Ningún salvaje carece de choza. No hay suicidios entre los yanomamo.

 

Utilizar la riqueza para progresar todos. Acabar con la optimización. Que el primer mundo ayude al tercero: nueva misión para otras legiones (de parados, por ejemplo). Enseñar, cultivar, proponer, aprender, hacer.

 

Undécimo mandamiento: no amasarás. Felicidad. Colaboración. Ayuda. Coberturas básicas garantizadas por ahorro de extorsiones y allanamiento de cimas milmillonarias. Eliminar lujos y cuentas de colores. Bruñir el ego un poco menos. Detener los exterminios, las conquistas. Desarmarnos. Desmantelar los cañones financieros. Poco a poco. Sin ingenuidad. Sin pausa. Educarnos para un mundo sin dominadores…

 

¿Utopía? O muerte.

 

 

 

 

Tomás Fernández Aúz es filósofo y escritor

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