Bancos que reciben 23.000 millones de euros de dinero público mientras sus ejecutivos se llevan indemnizaciones millonarias por lo mal que lo hicieron y la sanidad pública se enfrenta a recortes que la condenan a muerte; primas de riesgo tomadas como disculpa para acabar con un Estado de bienestar que, no me cansaré de recordarlo, no es un regalo de nadie ni un lujo, sino un proyecto construido y pagado por los ciudadanos de varias generaciones. El shock económico de la crisis de deuda nos prepara para una oleada de privatizaciones, para un expolio de lo público, como no habíamos conocido en Europa, aunque en América Latina saben bien de qué hablo. Atónitos, perplejos, paralizados asistimos a un panorama que cada día nos indigna más, pero no sabemos qué hacer con esa indignación, habida cuenta de que salir a la calle no parece dar ningún resultado. Desde la humildad de quien también busca respuestas, y en el camino se va tropezando cada vez con más preguntas, propongo lo siguiente:
1. Entender lo que pasa
En estos tiempos es más imprescindible que nunca estar bien informados. De entre todas las lecturas que me han ayudado a entender el mundo en el que vivo, traigo aquí La doctrina del shock, de Naomi Klein (el libro está casi agotado en España. Si no lo conseguís o lo vuestro no es la lectura, hay un documental basado en el filme que supone una buena alternativa: http://www.youtube.com/watch?v=gP591bZNc0I). La autora de No Logo describe lo que ella llama el “capitalismo del desastre”, esto es, los “ataques organizados contra las instituciones y bienes públicos, siempre después de acontecimientos de carácter catastrófico”. Su hipótesis es que el gurú del neoliberalismo, Milton Friedman, y sus seguidores de la Escuela de Chicago llevaron la ortodoxia capitalista de la mano del desastre: tras el golpe de Estado de Pinochet en Chile, tras el huracán Katrina en Nueva Orleans, el tsunami en Sri Lanka o la crisis de deuda en Europa. Poblaciones bajo shock no son capaces de reaccionar y se dejan robar lo que de otro modo defenderían con uñas y dientes. ¿Cómo explicar si no el despojo que están viviendo los españoles sin que se produzca una revuelta social de enormes dimensiones?
Otras dos pistas para estar bien informados: la web Naranjas de Hiroshima, que atesora un valiosísimo archivo de documentales –oportuno en estos tiempos comenzar por Deudocracia y Catastrokia–, y el blog Imaginar y crear el futuro, en el que su autora lanza pildorazos de sentido común para repensar nuestro sistema económico y social.
Es necesario, más que nunca, defender el buen periodismo, que parece resurgir de las cenizas adonde lo querían relegar los grandes grupos mediáticos gracias a las nuevas tecnologías, que ofrecen nuevas oportunidades a los periodistas independientes, abaratando los costes y fomentando nuevas formas de financiación, como las plataformas crowdfunding. No nos olvidemos de defender con uñas y dientes un servicio público de radio y televisión, independiente y de calidad.
2. Recuperar el poder político
Desde el 15 de mayo de 2011, muchos ciudadanos españoles indignados con las recetas neoliberales que cocina Bruselas, decide Berlín y ejecuta Madrid alzaron su voz con el grito: Democracia Real Ya. En tres palabras lo decían todo: querían –exigen– una reformulación urgente del sistema político que permita que los ciudadanos tengamos la soberanía que nos promete la palabra democracia (del griego, “gobierno o poder del pueblo”). Decía José Ignacio Torreblanca, en un reciente artículo publicado en El País, que el 15-M no es revolucionario, “es incluso conservador, ya que su mensaje central es tan sencillo y verdadero como que esta democracia no funciona como dice que funciona ni tampoco como debería funcionar”. Más crudamente se lo escuché a Naomi Klein: “El sistema nos vino a decir: Ok, podéis votar, pero no va a ser más que un concurso de popularidad”.
Críticos de la democracia representativa liberal hubo desde su misma fundación; pedían formas más activas de participación política para los ciudadanos. Pero, mal que bien, el sistema parecía funcionar, en tanto que se enfrentaban en las urnas diferentes opciones políticas que los ciudadanos refrendaban con sus votos. El problema llegó cuando la perversión de la socialdemocracia igualó las opciones y votar se convirtió en un ejercicio inútil, obligándonos a elegir entre dos programas con ciertas diferencias de forma, pero calcadas en su política económica. El desprestigio total se alcanza cuando nos damos cuenta de que los políticos nos mienten sistemáticamente, incumplen una y otra vez, con total impunidad, lo que prometieron; es entonces cuando el voto se vacía de sentido. Y, como dice Ulrich Beck, si el capitalismo acaba con la democracia, entonces se juega su propia legitimidad.
Los políticos se han convertido en los peleles que mantienen un escenario tras el cual los banqueros y los dueños del dinero, que nunca fueron elegidos más que por ese poder económico suyo, imponen políticas y reglamentos. Recuperar la política significa repensar conceptos como soberanía popular, y crear espacios de participación a través de los que los ciudadanos podamos participar en la toma de decisiones. En el 15-M tienen valiosas propuestas, y, aunque es difícil saber por dónde empezar, ha calado la idea de que la partitocracia es parte del problema y no de la solución.
3. Tomar las riendas de nuestras vidas
Y aquí es donde llega, entonces, el cambio revolucionario. Se trata de darle la vuelta a la lógica económica del sistema, para colocar a las personas (de hoy y del mañana: no nos olvidemos de las generaciones futuras) antes que a los capitales. Según esa simple lógica, ya no tendrá sentido producir en China para vender en Madrid lo que después compran los turistas chinos en las tiendas de la Puerta del Sol; ya no será posible la obsolescencia programada; ya no habrá millones de trabajadores esclavos; no será delito atravesar fronteras; no habrá paraísos fiscales. Construiremos juntos una economía que se base en los recursos de los que disponemos y en las necesidades humanas y se olvide de convertir todos los cálculos a dólares, euros y yuanes, porque el dinero no vale nada, y el agua vale mucho más que el oro.
Si ese cambio será posible de un modo pacífico, como anhelan los indignados de todo el planeta, lo decidirán los que acaparan los recursos y quieren seguir acumulando en ese proceso de acopio sin fin en el que se apoya el capitalismo. Señores banqueros y dueños del Dios Dinero, a ustedes les pregunto, ¿están dispuestos a repartir de un modo más justo la inmensa riqueza que hay en este planeta?
Nazaret Castro es periodista y vive a caballo entre Buenos Aires y Río de Janeiro. En FronteraD ha publicado reportajes como La sociedad carioca, en estado de apartheid, Una flor en medio del asfalto y La matanza de Carendiru. Mantiene el blog Entre la samba y el tango