La actual crisis económica y política no es solo una crisis de ideas. Es también una crisis de acción, en la que a pesar de las opiniones de políticos, expertos y técnicos, muchos gobiernos han tardado en actuar.
A una crisis de acción, una llamada a la acción. La pregunta sobre ¿qué hacer? para muchos, sobre todo jóvenes, se convierte en y yo, ¿qué hago? Una respuesta (válida e importante): me manifiesto. Ocupo. Protesto. Comento en Facebook. Escribo en un blog. Discuto en Twitter. Y en general, me cabreo que no veas. En resumidas cuentas, hago lo que puedo para cambiar el discurso político, renovar ideas y proponer alternativas.
Y ¿a quién le propongo la alternativa? La crisis es también un problema de acción, en la que el actual sistema político y sus protagonistas no saben, no pueden o no quieren cambiar el rumbo de las cosas. La protesta colectiva es un tipo de acción, pero no basta. Es una acción sobre las ideas, una acción discursiva. Hacen falta también acciones concretas. No acciones individuales –eso sería una llamada a la supervivencia individual. Tampoco acciones de grupo– poco dadas al pensamiento analítico y las respuestas complejas que necesitamos. Acciones colaborativas. Soluciones que necesitan que gentes distintas hablen, colaboren para encontrar una solución creativa y luego se pongan manos a la obra.
Concretemos, con ejemplos. En Londres, Spacehive propone un modelo de acción colectiva para crear espacios públicos. A través de su página web se pueden proponer nuevas ideas para un espacio público, solicitar dinero para llevarlas a cabo, donar dinero para contribuir y reunirse con la gente que quiere llevar a cabo un proyecto.
Este tipo de solución colaborativa puede estar fuera del ámbito gubernamental, pero puede también ser una colaboración con el gobierno. Si en vez de proponer una nueva idea, lo que quieres es pedir que se arregle algo en tu barrio en Londres, existe Fix My Street. Los usuarios de esta plataforma identifican un problema en su barrio (agujero en la acera, farola que no funciona, etcétera), lo marcan en un mapa y lo mandan automáticamente al ayuntamiento correspondiente.
No todo son problemas urbanos. En Letonia, el parlamento ha acordado discutir cualquier petición en la pagina web Mana Baiss (Mi Voz) que obtenga más de 10.000 votos de ciudadanos mayores de 16 años. Existen muchas páginas web para proponer peticiones online. Mana Baiss es distinta no sólo porque el parlamento la toma en serio, sino también porque incorpora un elemento adicional de colaboración. El creador de una petición recibe ayuda de voluntarios online –gente que sabe del tema y abogados para ayudar con la redacción. Esta colaboración con otros voluntarios interesados hace que las peticiones sean un mejor fruto de discusión para el parlamento.
En otro ámbito, la Standby Task Force también utiliza una red de voluntarios online para ofrecer servicios de recolección, mapeo y análisis de información en situaciones de crisis. Esta organización no busca soluciones a problemas, pero sí propone un modelo de voluntariado online que tiene mucha cabida y que demuestra que hay voluntad de trabajar, gratuitamente, para contribuir a causas sociales.
Hay quien dice que la acción colaborativa y voluntaria no puede ser el motor del cambio. Tras el entusiasmo inicial, una iniciativa de este tipo se apagará rápidamente. Por inercia. Porque se equivocarán. Porque la innovación en soluciones es cosa del sector privado. Algo así dijeron los críticos de Linux, el sistema operativo open source y gratuito más popular del mundo, que hoy en día utilizan la mayoría de las super-computadoras del mundo. Y también los críticos de Wikipedia, enciclopedia colaborativa e igualmente correcta que ediciones oficiales, donde, a propósito, también se comenta qué hacer.
Helena Puig Larrauri tiene 30 años y trabaja como consultora independiente en proyectos de reducción de conflicto. Ha trabajado para las Naciones Unidas, la Soros Foundation, el alcalde de Londres y Standard Chartered Bank. En el 2009, co-fundó la Standby Task Force con unos amigos