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Acordeón¿Qué hacer?¿Es posible tener estilo periodístico empleando las herramientas de internet?

¿Es posible tener estilo periodístico empleando las herramientas de internet?

 

Permítanme empezar con unos fragmentos de En torno al casticismo, una obra de Miguel de Unamuno, de 1895, que sirve para ilustrar tanto la reacción actual a la entrada de extranjerismos en nuestra lengua como, también, la reacción que ha suscitado en muchas personas (también entre los periodistas, que al fin y al cabo son personas) el advenimiento de internet. Unamuno dice así:

 

“Elévanse a diario en España amargas quejas porque la cultura extraña nos invade y arrastra o ahoga lo castizo, y va zapando poco a poco, según dicen los quejosos, nuestra personalidad nacional. (…) Cada vez se cultivan más las lenguas vivas, hay muchos ya que casi piensan en ellas, (…) nos hallamos a menudo con escritores que escriben francés traducido a un castellano de regular corrección gramatical”.

 

En esta exposición yo voy a plantear cinco preguntas y la primera la suscita precisamente Unamuno, en su faceta de columnista, como también otro periodista, Ortega y Gasset, quien afirmaba que el periodismo es una actividad eminentemente intelectual. Las plumas de ambos cultivaban un estilo propio, como la hacían también Camba, Larra, Chaves Nogales…

 

 

1. ¿Estamos ante el fin del estilo?

 

Así, mi primera pregunta versa sobre el estilo: ¿Es posible tener estilo periodístico empleando las herramientas de internet?

 

Llevamos unas horas hablando de redes sociales y dos personas que han intervenido antes, Carmela Ríos y Elena Gómez, han empleado la expresión medios sociales, que veo mucho más adecuada. Porque Twitter o Facebook no son redes sociales. Las redes sociales existen desde que existe el ser humano. Las familias, las comunidades y las sociedades se articulan en redes sociales. La lengua, todas las lenguas, también son redes sociales, con sus comunidades de usuarios. Twitter y Facebook son herramientas que sirven para evidenciar la existencia de esas redes sociales preexistentes; también sirven para fomentarlas, expandirlas, facilitarlas…

 

La lengua es una red social, pero me gustaría que, siguiendo la teoría de Wittgenstein sobre los juegos del lenguaje, viéramos el castellano como un juego. Juego en la acepción de juego de naipes, pero también como un juego de herramientas o incluso un juego de sábanas. Una variedad de elementos que se combinan siguiendo unas determinadas reglas. El castellano se juega, igual que un instrumento musical (no en vano en inglés, francés, alemán o griego, el verbo que se emplea para tocar un instrumento musical es jugar).

 

Internet también es un juego con una inmensa variedad de elementos, la inmensa mayoría de ellos eminentemente lingüísticos. De hecho los códigos informáticos sobre los que se edifica internet son, también, lenguajes. El reto al que nos enfrentamos es el de jugar al castellano y, a la vez, jugar a internet. ¿Cómo hacer eso, además, con estilo?

 

 

2. ¿Ha llegado el fin las agencias de noticias?

 

David Crystal, en su obra Cambio, que sirve de punto de partida para este seminario, afirma:

 

“En noviembre de 2009, Twitter cambió la pregunta de ¿En qué piensas? a ¿Qué está pasando?, lo que hizo los tuits más extravertidos, con numerosos pronombres en tercera persona y mayor variedad de formas verbales. El resultado fue un cambio en el propósito y el carácter lingüístico de Twitter, que empezó a parecerse más a una agencia de noticias y a atraer más contenidos publicitarios”.

 

Las agencias de noticias, en tanto que sirven contenidos informativos, quizá no están en trance de desaparecer; pero sí lo está la costumbre de que los medios contraten esos servicios. En Twitter es posible confeccionar listas personalizadas de grandes cabeceras y agencias de noticias dedicadas a la última hora.

 

La personalización extrema que el usuario puede aplicar sobre la información que recibe me mueve a una reflexión sobre el fin de las grandes cabeceras tradicionales como proveedoras de una visión global del mundo. Cuando un usuario personaliza la información que recibe, mediante listas en Twitter, o mediante boletines temáticos o los diferentes sistemas de filtrado y aviso de Google News, comienza a perder una parte de esa construcción de la realidad que elaboran los medios. El formato papel ponía al comprador de un periódico tradicional en situación de leer algo que quizá, a priori, no tenía por qué interesarle. Ésa era la virtud de una buena titulación y de los destacados tipográficos. Los nuevos medios ya no pueden aspirar a intentar explicar el estado del mundo en un día determinado de un año determinado, porque la capacidad de selección previa por parte del usuario es enorme.

 

 

3. ¿Nos engañan los ‘tema del momento’ de Twitter?

 

A la mañana siguiente de la final de la Copa de Europa, de los 10 temas del momento en Twitter, los llamados trending topics (TT), ocho tenían que ver con la final de la Champions. Ese partido tuvo una audiencia televisiva de unos 11 millones de espectadores. Teniendo en cuenta que en España hay 46 millones de habitantes, podemos decir que 35 millones de personas no vieron el partido. Si nos limitáramos a leer Twitter para saber qué estaba pasando en España durante el partido y en sus horas posteriores, creeríamos que todo el mundo estaba viendo el fútbol.

 

A este fenómeno se refirió en una ocasión Enric González hablando de unas revueltas en Teherán. Leyendo Twitter en aquellos días uno podría pensar que la dictadura estaba a punto de caer. No era así, simplemente había muchos tuiteros comunicándose intensivamente desde un punto muy concreto de la capital iraní. Con tal intensidad como para copar los TT de Twitter. Es un ejemplo más del efecto bomba. Cuando un periodista escucha una explosión muy cerca tiende a pensar que es una explosión muy fuerte.

 

Es difícil desentrañar la trascendencia de un hecho noticioso fijándose únicamente en los TT de Twitter. Se corre el riesgo de fomentar el ruido, el que una cosa de poca gente parezca mayoritaria. Para conocer la realidad de verdad (sea eso lo que sea) hace falta un periodismo con perspectiva, valores y trabajo de profundización. Es algo difícil, porque todo está preparado para que no pensemos. De ahí la importancia de que los niños y los jóvenes reciban una educación integral, que toquen muchas teclas de esos juegos que son el castellano e internet, para que sepan aprovechar todo el potencial de Twitter y de la red en general.

 

Pese a los riesgos de fiarse sólo de los TT, en muchas redacciones (sobre todo cuando los responsables son neoconversos a internet) la agenda se decide en buena medida fiándose sólo de los temas del momento. Es lo que llamo la ansiedad del TT, y está logrando que los medios digitales, en lo que respecta a la última hora, sean prácticamente indistinguibles y que se lancen, en aras de una audiencia masiva, a elaborar noticias sobre hechos que quizá, con una valoración periodística más madura, no merecerían figurar en una cabecera.

 

 

4. ¿El fin del rigor?

 

Esta irrupción de Twitter como diseñador de agendas periodísticas me lleva a preguntar sobre el rigor. El rigor de la información (su oportunidad y su neutralidad), el rigor formal también (gramatical, ortográfico) y, por último, sobre el rigor como rigidez. Al periodismo en internet se le pide la rapidez de la radio y la pulcritud del papel. David Crystal lo explica con el término pancronicidad:

 

“Los textos son tratados, por lo general, como entidades sincrónicas, lo que equivale a decir que no tenemos en cuenta los cambios hechos en ellos durante el proceso de composición y los tratamos como productos terminados, como si el tiempo no existiera. Pero en muchos textos en soporte electrónico no existe un producto final. Y en muchos casos el tiempo deja de ser cronológico”.

 

¿Cómo mantener todos esos rigores necesarios y, a la vez, desechar la rigidez que, al menos idealmente, imponían los medios impresos?

 

 

5. ¿El futuro del buen periodismo es el periodismo lento?

 

Quizá el secreto se encuentre en prescindir, parcialmente, de la inmediatez. Dejarla para las noticias de alcance, pero dedicar la mayor parte de los esfuerzos en realizar periodismo lento, de largo aliento y con capacidad explicar la realidad (insisto: sea lo que sea esa cosa que llamamos realidad y que, quizá, no sea sino una ficción dominante).

 

Milan Kundera, en su novela La lentitud, decía:

 

“Hay un vínculo secreto entre la lentitud y la memoria, entre la velocidad y el olvido. Un hombre camina por la calle. De pronto, quiere recordar algo, pero el recuerdo se le escapa. En ese momento, mecánicamente, afloja el paso. El grado de lentitud es directamente proporcional a la intensidad de la memoria; el grado de velocidad es directamente proporcional a la intensidad del olvido”.

 

El periodismo lento requiere tiempo y dinero para ser elaborado. También requiere tiempo y dinero para ser consumido. Las grandes cabeceras han dejado de ser capaces de afrontar en solitario las exclusivas que la irrupción de las grandes bases datos están originando. Ocurrió con el caso de los cables diplomáticos de Wikileaks. Varias cabeceras, con sus respectivos equipos de periodistas trabajando en red, tuvimos que leer y hallar la información relevante en más de 250.000 cables diplomáticos. Ha ocurrido con las últimas informaciones sobre la National Security Agency (NSA) de Estados Unidos, o sobre paraísos fiscales.

 

La información relevante pivota cada vez más sobre ingentes bases de datos, los llamados big data y, para poder trabajar sobre esos ficheros, han surgido iniciativas periodísticas independientes, como el Bureau of Investigative Journalism, el Centre for Investigative Journalism y, en España, entre otras, la Fundación Civio.

 

Se trata de periodistas en red que suministran información a grandes cabeceras, incapaces ya de digerir la creciente cantidad de datos. Periodistas en red, una red social de periodistas que juegan, cada uno, al juego de su lengua y, a la vez, al apasionante juego de internet. Un juego cuyas reglas se van escribiendo a medida que se va jugando.

 

 

Conclusión

 

Los usuarios del castellano son los que cambian sus reglas y sus elementos. En este seminario hemos asistido a ponencias apasionantes. Elena Hernández, directora del Departamento de Español al día de la RAE y Carmen Galán, catedrática de lingüística de la Universidad de Extremadura, nos han mostrado cómo los adolescentes (y también los adultos) están modificando sin cesar las reglas de ese juego llamado castellano o español.

 

En unas pocas décadas, atendiendo a la aceleración exponencial de los cambios en el uso de la lengua, bien pudiera pasar que un lector sin una educación integral tuviera dificultad para leer un texto como éste; que ese lector creyera estar leyendo castellano antiguo, como nos sucede a nosotros cuando nos acercamos a un texto del Siglo de Oro. 

 

En Grecia existe un griego académico (kazarébusa) accesible sólo a unos pocos. En los países de lengua árabe ocurre un fenómeno similar. Hay una división entre las lenguas escritas y habladas que, también, es una división de carácter social. Esa división hace más inaccesible la cultura para los ciudadanos y acentúa la fractura entre los ciudadanos. Está en manos de todos, pero señaladamente de los periodistas, el que algo así nunca ocurra en la enorme comunidad de participantes de este bello juego llamado castellano.

 

 

Este texto, con ligeras modificaciones, fue presentado por el autor en el IX Seminario Internacional de Lengua y Periodismo El español del futuro en el periodismo de hoy, que se celebró en San Millán de la Cogolla los pasados 28 y 29 de mayo, organizado por la Fundación del Español Urgente (Fundéu BBVA) y la Fundación San Millán de la Cogolla. La propia Fundeu difundió hace unos días las conclusiones del encuentro.

 

 

Textos relacionados:

 

¿Quién necesita una noticia?, por Pablo Mancini

Un punto y coma te puede salvar la vida, por Alfonso Armada

 

 

 

 

 

 

Antonio Fraguas es colaborador del programa Hoy por Hoy, de la Cadena SER, con Gemma Nierga. Colabora también con Rolling Stone, La MareaVanidadGraziaEl Asombrario y Actúa. Además es profesor invitado de comunicación cultural en el Máster de Gestión Cultural de la Universidad Carlos III. Ha sido redactor en El País en la edición impresa y en la digital. En Twitter: @antoniofraguas

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