Álvaro van den Brule, fundador de Ajedrez sin Fronteras
“(…) los actos míos
son más míos si son también de todos,
para que pueda ser he de ser otro,
salir de mí, buscarme entre los otros,
los otros que no son si yo no existo,
los otros que me dan plena existencia,
no soy, no hay yo, siempre somos nosotros,
la vida es otra, siempre allá, más lejos”.
Octavio Paz, Piedra de Sol
Él no es un hombre común. Es, para expresarlo claro, una especie de vorágine, un torbellino de información, hechos y pasajes históricos –recolectados de aquí y de allá– que giran rápidamente en torno a un eje, uno personalísimo y constante: el ajedrez. Tampoco es un historiador común, sino un flujo turbulento de narraciones esperando las condiciones propicias para ser contadas. Y, cuando eso sucede, no pierde oportunidad de revelar un dato, una anécdota. Después de conocernos, breve fue el lapso que transcurrió para que me hablara de “la amante del invasor” (La Malinche, la indígena mexicana) y, más tarde, de la reina española de “sexualidad desatada” (Isabel II) y de “la reina de mano férrea” (la inglesa María Tudor). Una de sus más recientes sugerencias fue leer los textos de Alan F. Alford y Erich von Däniken. Con este precedente, el lugar para encontrarnos, una vez más, no puede ser mejor.
Es el café Pepe Botella –sobrenombre con el que se conoció a José I Bonaparte– frente a la Plaza del Dos de Mayo en Malasaña, el actual barrio hípster que antes fue testigo del levantamiento en contra de las guerras napoleónicas y del asesinato de la costurera Manuela Malasaña, ambos en 1808, y, por supuesto, de la Movida Madrileña en los años setenta del siglo pasado. Es aquí, en una tarde de saudade, como la dibuja el escritor Jorge F. Hernández, de esas cuando “llueve Madrid en sí misma” y “sus estatuas lagrimean desde sus pedestales”, que la charla con Álvaro van den Brule Arandia también chorrea como agua de lluvia entre un té de jengibre y otro. Nos hemos reunido para hablar de un pasatiempo cuya belleza de forma y de fondo fascinaron a Marcel Duchamp y a Vladimir Nabokov. El primero lo definió como una droga con la que llenaba las horas en que no pintaba. Su mayor asombro estaba en la lógica, en la mecánica entendida como la forma en que se mueven e interactúan las piezas. Para el autor de la célebre Lolita –un jugador diletante que sostuvo fugaces partidas con el filósofo y experto Max Black– fue tan importante que incluso le dedicó dos de sus obras, La defensa (Anagrama, 1999) y Poemas y problemas (McGraw-Hill, 1970). Nabokov llegó a decir que “los problemas de ajedrez exigen del compositor las mismas virtudes que caracterizan a todo arte digno de este nombre: originalidad, inventiva, concisión, armonía, complejidad y una magnífica falta de sinceridad… Los problemas son la poesía del ajedrez”.
Me refiero al juego de la dialéctica entre dos mentes y al arte –ciencia para algunos– de representar la vida sobre un tablero. Sí, pero no solo eso. En esta ocasión, van den Brule Arandia va más allá del entretenimiento y del entrenamiento para referirse al ajedrez como generador de felicidad en rincones donde este sustantivo es indecible porque cada minuto de vida es cínicamente ultrajante. Cárceles en Etiopía y Eritrea, orfanatos en la India o campamentos de refugiados en Argelia son los espacios que intenta revitalizar proporcionando un mínimo de sentido al vacío existencial de quienes padecen la miseria, el abandono o la guerra. Nada fácil de comprender si no se ha caminado por estos bordes, si nunca se ha experimentado una tristeza tan específica y descomunal a la que, poco a poco, se le va perdiendo el miedo. Quizás por eso mi pensamiento no alcanza a descifrar cómo es que el ajedrez puede ser visto a través de un filtro negro acrecentado o sentir que en el más hostil de los entornos es posible permitir que escape una sonrisa. Van den Brule Arandia lo sabe porque, precisamente, acaba de volver de dos principales campamentos de refugiados sirios –o deberíamos llamarlos sobrevivientes– en Jordania: Azraq, ubicado al este de Amán, la capital, y Zaatari, el segundo más grande del mundo, al este de la ciudad de Mafraq.
—La guerra siempre condena a la gente de abajo. Jordania lleva treinta años recibiendo personas de países vecinos: palestinos, iraquíes, sirios. El Treinta y cinco por ciento de su población son refugiados. Recibe unos doscientos cincuenta diarios; es decir, mil cada cuatro días. Lo que buscamos es actuar con dignidad en un ambiente de despropósito.
—¿Ha cambiado su perspectiva en cada viaje?
—En un inicio iba sintiendo cierta superioridad, con ego, pero ahora lo único que cabe es el sentimiento de igualdad, aprendes mucho estando allá. También antes viajaba solo y actualmente lo hago con un equipo de expertos en distintas áreas y voluntarios (parados algunos de ellos), todos jugadores de ajedrez. Como en este último viaje, que participaron Daniel Rivera y Pablo García, representantes de la Escola Xadrez Pontevedra [Escuela de Ajedrez de Pontevedra]. Generalmente cualquiera que vaya por primera vez queda impactado. Lo que observas literalmente te revuelve el interior.
El maestro internacional Daniel Rivera, de la Escola Xadrez Pontevedra
y miembro de Ajedrez sin Fronteras
El maestro internacional Pablo García, de la Escola Xadrez Pontevedra
y miembro de Ajedrez sin Fronteras
Ajedrez sin Fronteras es el nombre de la organización no gubernamental española, concebida por Álvaro van den Brule Arandia como “una modesta ONG” que desde 2012 trabaja con el soporte de otras instituciones, entre ellas, la Fundación Vicente Ferrer y ACNUR (UNHCR), la Agencia de la ONU para los Refugiados. Dos escuelas en Argelia, dos más en Etiopía y seis en la India, a las que ahora se suma el esfuerzo realizado en Jordania, son el aval más visible con que cuentan para solicitar el apoyo solidario de una sociedad cada vez más flemática y decidida a quedarse al margen del conflicto o, peor aún, que parece haber abrogado la voluntad de sanar heridas colectivas como esta, la crisis humanitaria que se vive en Siria.
—Los refugiados son gente ausente, como zombis. Considera que han sufrido tres pérdidas enormes: en su mayoría, la muerte de uno o más familiares; luego la privación de su vida lineal, la de cada día y, después, el abandono de su ciudad y la huida. Muchos mueren cruzando el desierto. Lo que está pasando es una vergüenza para la humanidad.
Millones de familias vulnerables, lo que significa en una tierra que no es la suya, sin empleo, con las pocas pertenencias que han podido sacar, atrapadas entre el conflicto y los asentamientos provisionales donde la falta de agua, luz, medicamentos o futuro, es directamente proporcional al empeño con el que la comunidad internacional ha actuado para solucionar el conflicto. Niños con estrés agudo o, lo que es decir, con mutismo, amnesia disociativa, pesadillas, ansiedad. Jóvenes que interrumpieron, sin desearlo, su formación profesional. De acuerdo con datos de Oxfam Intermón, este es el entorno al que enfrentan, diariamente, entre 10 y 18 recién nacidos en Zaatari. Las atrayentes imágenes del chef estadounidense Andrew Zimmern reconociendo una de las más antiguas civilizaciones, preguntando por exóticas comidas o degustando inigualables quesos y helados en la Ciudad del Jazmín, en Damasco, han cedido su sitio a las que ahora difunde el periodista Mikel Ayestaran de una Palmira desecha, perforada, inhóspita –tanto su parte moderna (Tedmor) como la histórica– que permanece camuflada tras el humo de las minas sembradas por el Estado Islámico.
Azraq, campamento de refugiados sirios en Jordania
Conforme avanza, la charla con Van den Brule Arandia estimula una reflexión todavía más profunda: hay que mirar el conjunto para no perderse en la fracción. La tragedia no es de los refugiados sirios, o de los desaparecidos en México, o de los indigentes en España. Es de esta aldea global y de sus habitantes que –contrariamente a lo imaginado– con cada tuit se agostan, se retraen y van quedando secos de emociones. Su crónica, sus palabras, hacen que recuerde los fúnebres versos del poeta colombiano Robinson Quintero:
“¿Son más los de arriba?
¿Son más los de abajo?
De sol a sol trabajan los carpinteros de ataúdes
en mi país”.
O aquellos de la argentina Alejandra Pizarnik:
“En mi mirada lo he perdido todo
es tan lejos pedir
tan cerca saber que no hay”.
Por eso, y tal vez buscando un soplo de vida donde parece irrisorio encontrarla, le pido que detalle cómo es que se produce –por medio del ajedrez– esa acción terapéutica contra el dolor. Su posición, en primera fila, no deja duda:
—Los presos son personas muy maduras, reflexionan mucho. También son sumamente respetuosos. Este año, en la quinta visita que hicimos a Wukro, en Etiopía, me encontré a las autoridades de la cárcel jugando con los presos. Presenciar esta interacción fue algo increíble. Los más revoltosos son los niños, ellos te ven como autoridad, como a un padre. En Jordania jugamos con más de trescientos refugiados, adultos y niños. Aún tengo grabada la imagen de un pequeño de cinco años, huérfano, que en todo momento se aferraba a mi pantalón con su manita… es duro, por eso en este viaje nos acompañó la psicóloga –y ajedrecista– Alba Piay, quien nos ayudó a canalizar el sentimiento de culpabilidad que te invade.
—¿Las mujeres también intervienen?
—Sí, para mí su participación es muy valiosa. Las mujeres son esenciales, son como una locomotora; lo digo en términos de arrastre, del impulso que dan a cualquier actividad. También son las más afectadas por las guerras. Por cierto, estamos trabajando para impartir un taller en la cárcel de mujeres de Madrid. La idea es que las reclusas obtengan una titulación y se conviertan en maestras de ajedrez, como una forma de contribuir a su reinserción laboral.
Enseñanza del ajedrez a niños invidentes
Esto no es todo, Ajedrez sin Fronteras ofrece, además, cursos y talleres especiales para invidentes, sordos, personas con coeficiente intelectual alto, Síndrome de Down y Alzheimer en etapas iniciales. “El ajedrez no es la purga de San Benito, pero sí frena la progresión de esta enfermedad. Con ellos utilizamos pocas piezas del tablero”, comenta el maestro. Mientras tanto afuera, en Malasaña, ya no llueve, pero dentro del Pepe Botella la conversación continúa, es un tenaz y adictivo vaivén de razonamientos que sugieren –por igual– otra taza de té y una pregunta más. Si bien nuestro tópico medular es el ajedrez, este conversador innato no puede evitar hacer mención de otras tantas cuestiones para poner en contexto a su interlocutor. Así que, al hablar de su cometido en la India, también lo hace del machismo que predomina en la sociedad y de la gran diáspora que se extiende a diversas regiones del mundo; la inspiración que encontró en Nepal y el exterminio de la cultura tibetana se cuelan en la plática cuando relata los orígenes de la fundación y el daño permanente ocasionado por las bombas de vacío o termobáricas, queda al descubierto cuando le pregunto sobre las particulares características de una partida de ajedrez con niños invidentes.
—Hábleme de los cursos y talleres, ¿cómo funcionan?
—Nuestro proyecto es muy sencillo: para reducir costos y facilitar su transporte, llevamos los tableros de ajedrez impresos en serigrafía y plastificados. Para elaborar las piezas reciclamos diversos materiales: latas, chapas de refresco o cualquier otro que esté disponible en el lugar. A partir de esta idea es que surgieron los talleres de reciclaje-artesanía, con el propósito de enseñar la elaboración del tablero y las piezas de ajedrez, además de impulsar el autoempleo. Con ello, todas las escuelas son autogestivas. “No le des comida, enséñale a pescar”, es un poco nuestra filosofía.
Entusiasmado, como si fuera un niño que de una caja de cartón crea la más habitable de las casas, Álvaro utiliza lo que tiene a mano –nuestras tazas, el servilletero, la jarra de té– para mostrarme la ingeniosa manera de confeccionar un kit completo para la práctica del ajedrez. Intercalando críticas hacia las sociedades contemporáneas o pensamientos con respecto a un hecho pasado que repercute en el presente, la suya no es historia muerta, sino interpretación permanente, balance de lo vivido y, sobre todo, anhelo de extraer unas cuantas gotas de sabiduría del transitar del hombre por el planeta.
—¿Cómo financia Ajedrez sin Fronteras cada uno de los proyectos?
—Lo hacemos mediante tres vías: una es el patrocinio directo de acciones concretas, como en el caso de la visita a los campamentos en Jordania. También están las aportaciones anuales de quienes se afilian a Ajedrez sin Fronteras y la recaudación de fondos provenientes del mecenazgo o crowdfunding solidario, que son donaciones en grupo por medio de la plataforma Mi grano de arena. La situación es precaria. Hemos recibido peticiones para llevar el proyecto a países como Bolivia y Ecuador, pero para ello es indispensable contar con los recursos suficientes.
Miembros de Ajedrez sin Fronteras a su llegada a Jordania
Realizar las gestiones pertinentes para abrir una escuela-club de ajedrez en la franja de Gaza, visitar la ONG Born to learn, que brinda educación a los niños y niñas de Moshi, en Tanzania, y regresar a los campamentos de refugiados en Jordania completan el calendario de actividades de Ajedrez sin Fronteras en 2016. Esto necesariamente implica tramitar billetes de avión, hospedaje, alimentos y transporte local con el acompañamiento de un guía o intérprete, además del envío de material didáctico y libros, para lo que se necesita que se involucren distintos sectores sociales. Es obvio que haber acumulado más de una década como ávido trotamundos, ha hecho de Álvaro van den Brule Arandia un conversador elocuente, pero, además, un hombre con el suficiente temple para agradecer, una y otra vez, la ayuda que hace factible su llegada a lugares improbables con el único objetivo de extender un tablero y comenzar otra partida de ajedrez.
—Quiero hacer hincapié en que este viaje a Jordania no habría sido posible sin la implicada colaboración de toda la gente de la Escola Xadres Pontevedra y, en especial, de mi buen amigo Daniel Rivera, su director, quien removió los cimientos de la ciudad para conseguir buena parte de la financiación que vino, entre otras, en forma de pasajes de avión pagados por el Ayuntamiento de Pontevedra, permitiéndonos que las finanzas fueran más sosegadas. Lo mismo para los miembros de ACNUR España y todas aquellas personas, apartadas de los reflectores, que han contribuido de muy distintas formas a la labor de Ajedrez sin Fronteras. Ellos saben quiénes son y desde aquí les reitero mi profundo reconocimiento.
A veces olvidamos que las instituciones no se conducen solas, que las conforman mujeres y hombres cuya filosofía permea desde la cúspide hasta la base. Esta ONG no es la excepción. Al caer la noche abandonamos el simbólico café de Malasaña, mas no la plática que continúa mientras dirigimos nuestros pasos hacia la Gran Vía. Es entonces cuando presto mayor atención a su mirada serena y aguzada, su departir trompicado y el andar liviano que tiene. Álvaro es así, un hombre sencillo de pensamientos complejos. Sus continuos desplazamientos, las horas dedicadas a la lectura, en suma, el conocimiento enciclopédico que tiene del orbe hace que, como Walt Whitman, cada hora del día y de la noche le parezcan un “indescriptible y perfecto milagro”.
Nuestro encuentro finaliza, cada uno toma rumbos opuestos y el resto del trayecto lo ocupo en dilucidar qué representa Ajedrez sin Fronteras en una época en la que “¡hemos bombardeado el paraíso perdido!”, como lamenta el filósofo francés Michel Serres, refiriéndose a las 19 mil toneladas de bombas que han sido lanzadas sobre Irak, el punto geográfico donde, se supone, estuvo localizado el edén, entre el Tigris y el Éufrates.
También pienso en el ajedrez como diálogo entre iguales, quizás como conocimiento puesto al servicio de una multitud entristecida o como ruta para recuperar las horas gastadas en orquestar el exterminio de un pueblo. ¿Exorcismo, conjuro contra el cinismo? ¿Acaso ejercicio de liberación interior, inspiración o respiración cuando todo alrededor nos aprisiona, desanima y sofoca? ¿Qué hay más allá de la experiencia personal del explorador y cuál es el auténtico aprendizaje colectivo? “Hay que contar, relatar para existir. Todos necesitamos un relato para existir”, afirma el autor de Pulgarcita (Gedisa, 2014). Pues bien, ¿cuál es el relato que la humanidad cuenta de sí misma?
En la entrevista publicada el 17 de abril por el rotativo Clarín de Argentina, el escritor Fernando Savater sostiene que “la primera cosa que hay que aprender es que el periódico no está ligado a la llegada de noticias: tiene que estar ligado a la profundización”, no obstante los diaristas “siguen luchando como si tuvieran que darlas para adelantarse a los demás, cuando lo que deberían es ofrecer el sosiego de una interpretación a personas que ya están informadas”. Siguiendo la misma lógica, pobre sería este texto si no aspirara a provocar en los lectores otra cosa que celebrar el cometido de una organización o condolerse de quienes huyen de la más aberrante de las empresas humanas, la guerra. Sería preferible que su lectura sirviera de puntal para detectar una pizca de novedad, para prever el desastre, para echar puentes, en fin, para intervenir la sociedad y darse cuenta de que nada está aislado del resto; basta unir los puntos y regresar en el tiempo al 15M, el de los indignados españoles que en 2011 invitaban a no ejecutar la pavorosa danza de la complacencia, justo como ahora el Nuit Debout nos incita a poner la historia en movimiento. Todo indica que ellos ya comenzaron y que Álvaro van den Brule Arandia no detendrá su propia marcha. A ustedes y a mí nos queda hacer una relectura comenzando por rumiar un rato la cita inicial, esa de Octavio Paz. Pretendamos desmenuzar lo dicho, despabilarnos, echar mano de la inducción para salir del atolladero y, por lo pronto, recordar lo que decía el ajedrecista Siegbert Tarrasch: “en el ajedrez como en la vida, la mejor jugada es la que se realiza”. Nos toca mover las piezas.
Azraq, campamento de refugiados sirios en Jordania
Sitio web de Ajedrez sin Fronteras. Teléfono: (34) 640 31 94 78.
Gloria Serrano es periodista mexicana, decidida a mantener sus quinientas libras y una habitación propia, que ha complementado sus estudios con un Máster en Gestión de Políticas y Proyectos Culturales (Universidad de Zaragoza). Actualmente es corresponsal en Madrid del periódico La Jornada Maya. Entiende la cultura como un eje transversal que toca todas las áreas del quehacer humano, lo que califica como “cultura de banda ancha”. “Saber mirar y saber decir” considera son los principales retos del periodismo que aspira a no quedarse en el olvido contando algo más que una simple historia. En FronteraD ha publicado El tiempo de las cerezas. Ecos entre el último congreso anarquista y el 15M y De cine y precariedad de la vida, aquí, hoy. A partir de ‘A cambio de nada’, de Daniel Guzmán. En Twitter: @gloriaserranos