Para Celieta
—¡Tú! –me gritó a las cuatro de la mañana en el aeropuerto internacional de Miami una mujer policía de manos anchas y cuerpo que se le desbordaba del uniforme.
Fue el domingo pasado, 22 de enero. Mi avión había despegado de Quito a las 11:59 PM del sábado (para competir con Cenicienta). Al aterrizar en Florida, la máquina de rayos X había escaneado mi maleta (llena de té y libros de Ecuador) y yo –con ojeras y sin príncipe– no tenía energía para retirar mi equipaje de la cinta transportadora. Tiraba con fuerza del asa pero el bulto no se movía.
—¡Tú! ¿Es que no entiendes inglés? –volvió a gritarme la policía, pero esta vez lo dijo con tal asco y repugnancia en la voz que creí que era un sapo. Un escupitajo en la cara me hubiera parecido un halago.
Entonces solté el asa y, con la cinta transportadora en movimiento agolpando maletas, la miré con respeto pero exigiendo una respuesta. Como si yo fuera la capitana y ella la oficiala. Dos frases me salieron de un golpe seco en un inglés con acento madrileño:
—Soy americana. Tan americana como tú.
No bajé la vista al decir aquello. No moví un dedo ni hice el amago de intentar bajar mi carry on de la cinta porque sabía que con mi pasaporte azul en el bolsillo trasero del pantalón podía defenderme en caso de ser tratada sin respeto en un aeropuerto estadounidense. En situaciones así hay que resistir, y añadí:
—Entiendo y hablo el inglés igual que tú. Aunque tenga acento.
Y como si hubiera sido aquella una frase mágica, el sapo se trasformó en mujer, se acercó y me dijo con voz calma:
—Es que no has bajado la maleta cuando te lo he dicho.
—Te he oído, pero pesa mucho y necesito un par de segundos más. Eso no quiere decir que no entienda lo que dices –respondí sin juzgarla.
Entonces me ayudó a sacar mi equipaje y se dio cuenta de que lo que le había dicho era verdad. La miré con pena. Y yo me di pena a mí misma porque había recurrido a mi pasaporte azul para salir de aquel embrollo; para no perder mi conexión a Nueva York y por poder desayunar con mis hijos. Y recordé la vez que –sin ser ciudadana estadounidense– un policía con bigote se había reído de mí injustamente en el metro de la gran manzana después de decirme con sorna: “si te quejas, te pongo las esposas”. Y pensé que utilizar pasaportes como escudos no era justo. Y me vino a la mente una escena de La lista de Schindler.
* * *
El pasado octubre, tras impartir unos seminarios en una universidad de Quito sobre cómo inspirar a audiencias, aterricé en el aeropuerto JFK de Nueva York, voté a Hillary Clinton y escribí sobre el miedo de vivir en la boca de un volcán.
Recién inaugurado el año 2017, de regreso de Quito por segunda vez –y tras generar el 20 de enero una alta descarga de energía positiva con la ayuda de doce artistas ecuatorianos– aterrizo en unos Estados Unidos que no son los que he dejado atrás hace una semana.
Mucho ha cambiado, y ahora escribo sobre lo sucedido anoche en el aeropuerto de JFK, a veinte minutos de mi casa; y sobre lo que he visto, he palpado, he escuchado y he sentido esta tarde en Battery Park, engullida por el rugir de miles de personas que generaban una fuerza capaz de equilibrar o desequilibrar lo que se ellos se propusieran.
Escribo sobre algo nunca visto hasta la fecha en esta sociedad norteamericana: una resistencia y un despertar.
* * *
Sábado 28 de enero de 2017. Dejadles entrar
Entrar: poder colocarse o encajar una cosa en otra; estar incluido en un grupo o una clase; empezar a hacerse sentir o manifestarse una sensación o un estado de ánimo; empezar a realizar una acción
5:47 PM
Justin T. Westbrook publica en Jalopnik que la Alianza de Taxistas de Nueva York bloqueará la recogida de pasajeros de 6 PM a 7 PM en el aeropuerto JFK como protesta contra las docenas de personas detenidas bajo la nueva orden ejecutiva firmada por Donald Trump anoche.
Enciendo Facebook. Cientos de personas están siendo deportadas a sus países natales. Muchos de ellos son residentes de Estados Unidos con Greencards.
Pienso en qué me hubiera pasado a mí si hubiera aterrizado en Miami con mi permiso de residencia permanente en lugar de mi pasaporte azul, y diera la casualidad de que mi madre me hubiera parido en Siria, Irak, Irán, Libia, Somalia, Sudán o Yemen. Porque está claro que los sapos de Miami no ayudan a bajar maletas.
6:45 PM
El artista y editor norteamericano Chris Cobb cuelga en su muro una foto del interior de un taxi con un “Voy camino al aeropuerto JFK”. A las 7:11 PM añade: “Una multitud de miles grita a coro: ¡dejadles entrar!”.
8:14 PM
El crítico de arte Jerry Saltz escribe en su muro: “Lo que está ocurriendo ahora en Estados Unidos (JFK) es lo que pasó durante la era de los Derechos Civiles. Muy sencillo: No seguiremos leyes que sean antiamericanas. Una revolución está comenzando y la información de Twitter es una fuente extraordinaria de noticias reales. No hay casi información en los periódicos y la revolución no va a ser televisada”.
8:33 PM
La oficina del alcalde de Nueva York comparte una foto en Facebook de personas en cuclillas en el aeropuerto con ordenadores en sus regazos y la frase: “Literalmente en el suelo. Abogados voluntarios preparan peticiones para los detenidos en el aeropuerto JFK”.
8:50 PM
Nilay Patel publica en The Verge que Ann Donnelly, una juez federal, ha logrado detener temporalmente en Nueva York la orden ejecutiva de Trump. Lo comparto en mi muro y en cuestión de minutos es compartido por cuatro personas más. A las 8:58pm Brooke Seipel da más detalles en un artículo de The Hill.
9:59 PM
La Coalición de Inmigración de Nueva York confirma una concentración, manifestación y marcha en Battery Park mañana domingo a las 2 PM donde salen los barquitos que van a la Estatua de la Libertad. El texto es contundente. Comparto.
10:00 PM
El vuelo del comandante Michael Gallagher no tiene incidentes y aterriza puntual en JFK. Después del trabajo, con los pies en la terminal número cuatro, Michael se encuentra con cientos de personas enfrentadas a hileras de policías y toma fotos con su teléfono.
10:04 PM
Al vídeo de Fusion Directo se salen alas. “En directo: Los neoyorquinos se unen en protesta en el aeropuerto después de que unos refugiados fueran detenidos siguiendo instrucciones de la orden ejecutiva de Trump dirigida a musulmanes”.
Eli Roseberg escribe el artículo que publicará mañana en el New York Times titulado: “Una protesta crece y surge de la nada en el aeropuerto Kennedy tras la detención de iraquíes”.
11:11 PM
Decido manifestarme.
* * *
Domingo 29 de enero de 2017. This is what democracy looks like
Manifestarse: tomar parte en una reunión pública o darse a conocer de cierta manera.
Cuando quiero escribir una crónica llevo lápiz, papel, cámara y ganas de hacer preguntas, pero al llegar a Battery Park me quedé muda. La energía del lugar no podría ser narrada con respuestas sino con imágenes.
Miles de adultos, niños, bebés, ancianos, adolescentes y veinteañeros con pancartas improvisadas en las manos, por encima de sus hombros o arrastradas por el suelo, coreaban al unísono con una fuerza que ninguna película de Hollywood será capaz de transmitir jamás; con una euforia que transformaría en zumbido de mosquito las demostraciones efusivas de cualquier club deportivo que viera a su equipo ganar un mundial.
Salgo del metro en la estación del World Trade Center pasadas las 2 PM con siete cosas claras:
(1) La orden ejecutiva de Trump no permite a los ciudadanos de siete países –en su mayoría musulmanes– entrar a Estados Unidos durante los próximos 90 días.
(2) Se ha suspendido la admisión de refugiados durante 120 días.
(3) Se ha suspendido el programa de refugiados sirios.
(4) Cuatro jueces federales han congelado temporalmente la orden ejecutiva de Trump debido al impacto que ha tenido en muchos de los detenidos en JFK.
(5) Continúa la discusión sobre si la orden de Trump es anticonstitucional o no-
(6) La familia de Bnyad Suleiman, de 19 años, sufrió un ataque de pánico al ser interceptada en El Cairo antes de subirse a su avión. Habían organizado sus vidas sobre la base de emigrar a Estados Unidos y de un soplo, decía NBC News, su realidad había cambiado.
(7) Trump sopló y sopló… y la casa derribó.
Nada más subir al exterior veo a una chica que sujeta un cartón de embalar que le tapa medio cuerpo. “Quítame tus enanas manos de encima. Es un derecho fundamental”, ha pintado con acrílico negro y un pincel grueso. A lo lejos se escucha a un monstruo que ruge en estéreo. Me recuerda a una ola que rompe muy seguida de otra ola.
Las calles han sido cortadas y recorro Church Street rodeada de personal de seguridad con chalecos naranjas. Los policías me indican que voy en buen camino. El oficial Kelly me deja tirarle una foto dentro de su coche policial. Es guapo. En la desembocadura de la avenida un enjambre humano se abarrotaba entre policías y no puedo ver el Atlántico.
La multitud parece querer cambiar, resistir o crear, no insultar; me ofrecen una pizza, me sonríen, me dicen “perdón” o “no pasa nada” si les empujo sin querer. No hay espacio para caminar, pero me siento protegida, no aplastada, y me escurro por las rendijas de sus codos y caderas hasta llegar a la barrera que han creado los periodistas delante del megáfono, resguardado por policías mucho menos guapos que el oficial Kelly.
Padres, madres, tías, tíos, primos y hermanos parecen querer luchar por algo justo que les han quitado: como si les hubieran robado el pan. Aunque no puedo confirmar que estoy en lo cierto lo siento en mis entrañas. Me flaquean las rodillas, me sube un calor hacia la garganta, y pienso que no puedo ser buena periodista si me entran ganas de llorar. Entiendo en ese instante que la vida está hecha de momentos intensos; que no hay mejor segundo para estar vivo que el presente; ni mejor espacio para estar en pie que Battery Park; y que nunca estaré en mejor compañía; abrazada a más de diez mil personas cargadas de una electricidad colectiva que conecta nuestras columnas vertebrales al suelo y nos mantiene elevados, con ganas de saltar.
Entiendo lo que en Europa sintieron mis abuelos. Carácter y temperamento eran dos cosas que echaba de menos.
Espanto las lágrimas con un manotazo, me remango las mangas del abrigo aunque hace frío, y decido colarme en todas las primeras filas que encuentre. Los megáfonos gritan: “La Estatua de la Libertad fue concebida como una mujer musulmana. Y estamos aquí en pie luchando por ella y por cada uno de los trabajadores y trabajadoras que tienen el derecho a vivir con respeto en su trabajo, comunidad y sociedad”. Las campanas replican “No Ban, no Wall!”
Pienso en la pancarta que he visto a la entrada del parque. Tiene que estar casi lista para encabezar la marcha. Me escurro hacia atrás como un cangrejo y tiro fotos de lo que hay alrededor con las manos en alto, como si dijera adiós de modo individual a cada uno de los mensajes: “Todos son bienvenidos a la tierra de inmigrantes”, “Sin prohibiciones y sin pared”, “No eres rey”, “Sí, se puede”, “Bienvenidos refugiados”, “Inmigración es el modo americano”, “Ningún ser humano es ilegal”.
Eliot A. Cohen escribe en The Atlantic el artículo: ‘Un momento clarificador en la historia americana’, y explica: “no debería haber nada sorprendente en lo que Donald ha hecho esta semana, pero ha subestimado la resistencia de los americanos y sus instituciones”.
Quizá porque no parezco una reportera seria me permiten colarme en todos los sitios y, como veo que me dejan, me coloco delante de dos motos de la policía. Posan como si quisieran hacerme un favor y corro calle arriba hacia el muro donde están situados los fotógrafos para grabar el inicio de la marcha.
Las cámaras hacen clic, clic, clic, clic. Me detengo ante de ellos y me da tiempo a hacerles unas fotos. Nos comunicamos. Nos comprendemos. Me dejan hacer uso de su escalera de cocina y me subo a su tarima. No nos damos las gracias porque no hace falta. Nos ayudamos.
Me dejan caminar al lado de la pancarta. Los policías echan a los lados a los fotógrafos, pero a mí me dicen “ten cuidado”. No hago preguntas y decido meterme en el centro para sujetar la tela con la mano. Tengo los dedos helados y no siento nada al tacto, pero estoy aquí.
Me olvido de que tengo que documentar o escribir un relato. La gente a mi alrededor grita con pasión pero sin rabia, con energía, y me dicen que sí, que hay esperanza, que se puede conseguir todo lo que uno se proponga en esta vida aun cuando las cosas parezcan ir mal.
Al pasar al lado del World Trade Center recuerdo las dos torres y sujeto la pancarta aún más fuerte. Comparto algunas de las fotos que he tirado en Facebook con mi teléfono y tecleo lo que suena alrededor: “Sí, se puede”.
No me siento española inmigrante americana sino ciudadana de un mundo mejor.
La manifestación de poetas y artistas
Al llegar a casa por la noche mi buzón de Facebook guarda mensajes de artistas y amigos que quieren poner un granito de arena por la causa.
La poeta americana Olivia Rosanne, desde Londres, termina de editar su Oda a los manifestantes del Aeropuerto.
Patricia, artista plástica neoyorquina y manager de un centro de religión y cultura, dice que la erupción espontanea en los aeropuertos y en Battery Park demuestra que el país se opone a las imposiciones de Trump y, lo que es aún más importante, se une en solidaridad con los inmigrantes y refugiados. “Permaneceremos en pie por aquello en lo que creemos”.
Celia de la Fuente, artista visual y ceramista confiesa desde Madrid y en minúsculas que “trump quedaría bien en una orquesta tocando platillos, pero ahora es mr. president”.
Joan Pachner, historiadora americana independiente y educadora de museo, dice que Trump parece preferir el modelo de una monarquía o teocracia, donde la gente no cuestiona su autoridad. “Sus edictos son antiamericanos y en contra de la misma tela con la que se ha forjado nuestra cultura. Su idea de salvaguardar nuestro país se parece más al dispárale en la frente de las películas del Oeste, basado en el instinto veloz, pero no en el pensamiento. Lamentablemente, el punto de vista de Trump no es tan ignorante teniendo en cuenta que sus negocios tienen base en una economía global y sus esposas son inmigrantes. ¿Qué le hace pensar que las personas que quieren hacer daño a nuestra cultura no están dentro ya? ¿Qué le hace pensar que se están escondiendo como agujas en un pajar entre individuos que necesitan ayuda y huyen de persecuciones?”.
Kevin, abogado neoyorquino con una veintena de años de experiencia en leyes de corporaciones financieras, dice que es posible hablar de una “amenaza” en lugar de prestar atención a la identidad de los individuos afectados y que obviamente Trump ha consultado a abogados antes de firmar algo así. “Tenemos el derecho a desafiar las imposiciones de Trump, pero él ha sido elegido. Los que votaron sabían que iba a hacer esto. ¿Por qué se lucha tanto ahora y no antes?”.
Arlene Rush, artista con base en Nueva York y consejera de una fundación filantrópica neoyorquina, me comenta que se ha comprometido a mantener el futuro de su país en “unidad” y me invita a ver su imagen central en Facebook inundada con la palabra “resiste”.
Felicity Hogan, directora del Programa Artístico para Inmigrantes: Práctica Social, confirma que la página web de la New York Foundation for the Arts acaba de hacer público un comunicado como reacción a la orden ejecutiva de Donald Trump en la que aseguran a los artistas inmigrantes de Nueva York que su misión es la de arroparnos, y que van a ayudarnos.
* * *
El día en el que me convertí en estadounidense el juez a cargo de la ceremonia nos dijo a los nuevos ciudadanos que si en el futuro alguien no nos trataba con respeto debido a nuestro acento, a nuestra ropa, a nuestro corte de pelo, o a nuestro color de piel, que les dijéramos: “Soy tan americana como tú. Si quieres que yo me vaya, tú primero”. Y nos dijo también que él provenía de esclavos inmigrantes de África y que era un orgullo poder contarnos aquellas cosas vestido de juez. Aquel discurso me hizo sentir bien. Y pensé que quizá en el futuro yo tuviera la oportunidad de inspirar a otros inmigrantes a que exigieran siempre respeto.
En el instante en el que me gritaron en el aeropuerto de Miami, pensé en el juez. Y le doy las gracias por regalarme esas líneas en un momento en el que estaba cansada y nerviosa.
Al caminar con la pancarta de la manifestación entre las manos pensé también en el juez, y quise contribuir a que otros se sintieran con fuerza cuando están a punto de desistir.
* * *
Hoy es lunes 23 de enero y los mensajes de Facebook se han acumulado en mi bandeja como las maletas de la cinta transportadora del aeropuerto. Pero los pensamientos de artistas que quieren contribuir y manifestarse no pesan por más que se apilen, al contrario, dan alas.
Porque aquello que inspira no pesa; porque el momento en el que nos arrancan algo de las manos es a menudo cuando descubrimos que lo amamos; porque la fuerza que levanta todas las asas del mundo nace de un golpe de estómago; porque cuando se quiere algo de verdad se hace tiempo; porque tras despertamos de una pesadilla tenemos las agallas de volver a dormir de nuevo; y porque cuando alguien cree en nosotros, nosotros también creemos.
¿Qué hacer entonces? Estar presente en el momento y manifestarse en cuerpo y alma.
* * *
Epílogo
Fotografías del aeropuerto JFK, Nueva York, el 28 de enero de 2017, tomadas por Michael Gallagher:
Fragmento del poema titulado Oda a los manifestantes del Aeropuerto: Olivia Rosane, 2017:
“El aeropuerto: el más esterilizado y alienado de los ambientes se ha convertido en la sede nacional de resistencia” –David Zirin
(…)
Tuve suerte; nunca vi el otro lado del brillo estéril,
Las habitaciones pequeñas y oscuras donde la gente que parecía diferente desaparecía
Mientras yo, como muchos otros, permanecíamos en línea.
Ver a la gente ahora
Acelerada en estos templos de orden,
Llenar piedra y acero con demasiada carne
Acorralar en líneas
Hasta que las habitaciones pequeñas y oscuras se abren
Los prisioneros liberados–
Es observar el conjuro de un hechizo,
El lanzamiento de un encantamiento
Que nos cautivó durante demasiados años.
Como siempre es un acto de amor
Lo que nos salva de una muerte viviente.
Pero, ¿podemos permanecer así de libres?
¿Y así de vivos?
Eso sería verdadera disciplina.
Ese sería el verdadero milagro.
(…)
I was lucky; never saw the other side of sterile brightness,
The small, dark rooms where people who looked different disappeared
While I, like many others, stayed in line.
To watch the people now
Rush in upon these temples of order,
Fill stone and steel with too much flesh
To corral into lines
Until the small, dark rooms are opened,
The prisoners released–
It is to watch the breaking of a spell,
The throwing off of an enchantment
That held us all for far too many years.
As always it’s an act of love
That saves us from a living death.
But can we stay this free?
And this alive?
That would be real discipline.
That would be the real miracle.
Gema Álava (Madrid, 1973) es una artista visual multimedia que vive en Nueva York. Su trabajo ha sido expuesto en el Solomon S. Guggenheim Museum, el Queens Museum of Art y la sede central de las Naciones Unidas, entre otros espacios. Su trilogía Tell Me – Find Me – Trust Me (2008-2010) ha sido premiada con una 2011 Peter S. Reed Foundation Fellowship. En FronteraD ha publicado, entre otros artículos, Sobre el miedo de vivir en la boca de un volcán antes y después de las elecciones que ganó Donald Trump, Quince años en Nueva York. Fin de una época en los museos, ‘Trust Me’: museo de arte ofrece dinero a una artista por su silencio y Preparar el horno para cuando llegue el pollo. Jonathan Goodman le dedicó el ensayo Gema Álava, un mundo atrevido.