Weiß/Colonia, 12.8.
0:25 am : Concluí hace un rato la lectura de la correspondencia de Flaubert. Subrayé cuando le escribe a Zola para invitarlo a comer en su quinta de Croisset el domingo de Pascua Florida, junto con Daudet, Goncourt, Maupassant, su editor y su médico. Y le dice: «¡Ay de usted si no viene, por todos los diablos! […] Posdata: La muerte no le vale como excusa». Ahí me tuve que detener porque se me arrasaron los ojos al ver la fecha, 18.3.1880, le quedaban 51 días de vida, sin que él lo supiese. Después de cerrar el libro pensé si habría alguna descripción del entierro, y la hay, al menos una, la de Zola, que cuenta al final cómo fue que el ataúd era tan grande que no cabía en la fosa. Desalentado, él y sus amigos regresan a la ciudad y el texto de Zola termina diciendo: «Abajo, en el puerto, cuando, aturdido por el cansancio y el dolor, Goncourt nos llevó a Daudet y a mí de vuelta al hotel donde se alojaba, la banda militar tocaba un pasodoble, cerca de la estatua de Boïeldieu. Los cafés estaban llenos, los burgueses paseaban, un aire de fiesta flotaba en la ciudad. El sol de las cuatro, que recamaba los muelles, iluminaba el Sena, cuyos reflejos danzaban sobre las blancas fachadas de los restaurantes, donde las cocinas flameaban ya, olían a comida. En un cabaret, una mesa entera de periodistas y poetas hambrientos pidió lenguado a la normanda. ¡Ah, la tristeza de los funerales de los grandes hombres!»
Esta tarde he devuelto a su puesto en una de las baldas de la biblioteca del dormitorio grande el libro con la correspondencia de Flaubert. Me he despedido de él como de un viejo amigo, que me estuvo esperando ahì, ahí mismo, desde hace 41 años que lo compré. Sabiendo que algún día lo iba a abrir y a leerlo de cabo a rabo sin perderme ni una nota a pie de página. Como así ha sido, para ganancia pura de mi alma y de mi corazón, harto más que de mi mente.
No sé cuánto tiempo aguantarán mi columna vertebral, mi hígado, mis pulmones, mi corazón, pero sí sé lo que quiero: que este martirio acabe cuanto antes. No se trata de que quiera morir, no es eso, lo que quiero es que mi cuerpo no sufra más, y por todo lo que puedo colegir, esto es ya inevitable, esa masacre de la que dijo Philip Roth que es la viejez, según la llama Diny.
Weiß/Colonia, 13.8.
Lo del traspiés del diario coloniense con la pintura “moralista” mexicana, como lo conté hace un par de días, me recordó una visita de unos amigos al Teatro Rubén Darío, en Managua, allá a principios de los 90, en ocasión de una muestra de grabados de Diego Rivera teniendo como modelo a Emiliano Zapata. Según el folleto que les dieron a la entrada, la exposición se titulaba «Los zapatos de Diego Rivera». No faltó alguien que preguntase por qué no se veían zapatos en ningún grabado, y otro incluso preguntó si es que el calzado que usaba el muralista tenía alguna particularidad digna de exponerse. Y ello a su vez me recuerda el título de una de las mejores crónicas de mi querido y tan admirado José Miguel Varas: “Neruda y el huevo de Damocles”.
Cuando Arzola vino la semana pasada a trabajar con mi compu, al irse olvidó conectarla de nuevo con la multiuso (impresora, escaneadora, faxeadora), y eso lo descubrí hoy cuando quise escanear la portada de un libro de Naipaul y su firma autógrafa dedicándomelo. Estuve algo así como una ½ hora trabajando en restaurar la conexión porque no sabía en qué puerto encajaría la ficha del cable pertinente, de manera que tuve que ir intentándolo con todos los puertos libres. Y ya desesperaba de conseguirlo, ¡pero lo conseguí, lo conseguí! Ahora lo esencial es que no se me suman los humos a la cabeza y empiece a creer que soy un genio de la Cibernética. ¡Con lo poquísimo que me gustan las ciencias no exactas! (incluida, sobre todas, la Teología).
Y sí, me saqué de la manga un texto sobre Naipaul, para El Espectador, con ilustración y todo :
La pena fue que no me lo publicaron con la ilustración, pero no se puede tener todo, «no esta vez, por lo menos», como sabiamente dejó dicho Álvaro Mutis en su imperecedera “Sonata”.
11:00 pm : Dios mío, ¿pero qué te hemos hecho?, una divertida comedia acerca de una familia francesa de la alta clase media, con cuatro hijas. La primera se casa con un árabe, la segunda con un judío, la tercera con un chino. Todos franceses, claro, pero por lo menos de segunda generación. La gota que colma el vaso es cuando la cuarta hija, de quien esperan que se case con un católico, lo quiere, sí, pero es un católico africano, de la Costa de Marfil, el cual se desempeña como actor, en París. Y el problema más grave no es ese sino que el padre del marfileño (gentilicio de los nacidos en Costa de Marfil) es racista, pero del racismo negro contra blanco, y quiere imponer sus condiciones para que su hijo se case con una representante del poder colonial. Se trata, claro, de una situación traída de los pelos y llevada al límite de un juguete cómico, de una astracanada, sobre todo por su final conciliante con todos y para todos. Pero la risa a veces se te queda atascada en la garganta si piensas en la situación de tanto desarraigado que siendo en el día–a–día miembro de la clase media establecida, siente los pies de barro de su origen tercermundista. Y aún eso es poco si piensas en los miles y miles que no tienen la menor esperanza de salir de la espiral pobreza/marginación/delincuencia/ etc.
Weiß/Colonia, 14.8.
La Modicana de nuevo abierta, tras las vacaciones de la signora, y hoy vamos Carlitos y yo con Ulli. Ir con Ulli a comer es siempre la posibilidad de una conversación animada y por lo común divertida. Esta vez no ha sido una excepción. Por cierto que en las mesas cercanas al mostrador y de espaldas a nosotros estaba un señor alemán que conversaba con la signora, hoy cocinera de lujo. Cuando terminó y salió, al pasar delante de nuestra mesa sonrió con una sonrisa que decía a las claras que me había reconocido y saludó y le contesté asimismo sonriente, pero dándose él cuenta de que yo no le había reconocido. Poquito después me cayó el vintén, según dicen en el Uruguay. ¡Era el padre de Britta! Al llegar a casa le mandé un email a ella, encareciéndole que me disculpe con él y dándole la explicación que siempre doy en estos casos: que tengo una muy mala memoria fisonómica, tanto que si reconozco a Diny es porque la veo todos los días.
Cuando me levanto de la siesta lo primero que aparece en esta pantalla es la publicación en Nexos de mi artículo sobre la Olimpiada de la Austeridad. Y lo segundo es un email de Javier Salinas, que ha venido a Colonia para el 15.º cumpleaños de su hija y hoy tiene la tarde libre y le gustaría pasar a saludarnos. Le contesto ipso fuckto y me responde que llegará en 25’ según Google Earth y que lo hará en bici. ¡Ay diosito! ¿cuánto hace que ya no monto en bici?
10:40 pm : Se acaba de ir Javier. Qué hermosa su visita. Se le ve muy bien, delgado y con una presencia física notable. Nos aclara que ahora, amén de poeta y factótum en materia de libros, es profesor de yoga. Se ha dejado una barba cerrada, negra, que le favorece. Y sigue siendo el listísimo e irónico interlocutor de siempre. Lo pasamos muy bien juntos, y eso a pesar de que no bebimos más que agua y sólo picamos unas tapas de queso con comino y lonchas de pepino que nos sirvió Diny. Algo que me gustó mucho fue darle a conocer la obra de Ortiz Echagüe (el fotógrafo, no el pintor), que no conocía, y le enseñé el gran catálogo suyo que tengo, en el que figura la que yo llamo “Las Meninas de la fotografía”. Nos despedimos con grandes abrazos y la gran alegría de habernos vuelto a ver, como si el tiempo (casi diez años) no hubiera pasado.
Weiß/Colonia, 15.8.
1:30 am : A Little Chaos [en español Un pequeño caos, en alemán La jardinera de Versalles, bastante mejor título para la peli]: acaban de pasarla y alcancé a ver la última ½ hora, lo que me valió para volver a admirar a mi actriz predilecta, Jennifer Ehle, en un papel secundario, Madame de Montespan. Pero ya lo dijo en su día, y mejor que yo, el gran Stanislawski: que no hay papeles secundarios, sino tan sólo actores secundarios. Quod erat demonstrandum.
Angie & Vincent vienen a almorzar con nosotros, más o menos puntuales, pasada la 1:30 pm pero antes de las 2:00. La que no está es Diny, a pesar de que ya cocinó ayer la sopa de raíz de apio, que es una de sus mejores especialidades. Al cabo llega, algo sorprendida de ver a Angie & Vincent porque confundió la cita, pensaba que iban a venir a cenar. Y almorzamos y es una fiesta verlos comer esta sopa a la manera clásica, tomando sólo el caldo y dejando en el plato los fideos, los taquitos de raíz de apio y la carne de pollo, para añadirles mostaza, cebollitas de Ámsterdam, rábano picante, pepinillo y qué sé yo cuántas cosas más (hasta aquel picante que en el Río de la Plata llaman “putaparió”, por lo abrasivo que es), y lo revuelven todo y se lo comen con un apetito envidiable. Uno, que es más ascético, se contenta con dos tazas de caldo.
Algo que siempre se me olvida consignar aquí cada miércoles que pasan la serie de Hércules Poirot (así lo llaman en España) con David Suchet de protagonista, pero esta vez no se me olvida: tengo la algo más que vaga intuición de que las teleadaptaciones de los relatos de doña Agatha Christie son mejores que los originales. Tendría que hacer el natural chequeo, pero me siento muy vago como para ese “trabajo de Hércules”, nunca tan bien empleada la expresión. Por cierto, descubro que en 1985, cuatro años antes de que comenzara la serie de 70 episodios con David Suchet en el papel de HP, se rodó en USA un telefilm, Thirteen at Dinner [La muerte de Lord Edgware], con Peter Ustinov como Poirot ¡y David Suchet haciendo de inspector Japp! Debo conseguir ese DVD, a toda costa.
Weiß/Colonia, 16.8.
La columna de Diego, este jueves, en El Colombiano de Paisápolis (mi nombre para Medellín), me toca muy de cerca, de manera que le escribo un par de líneas al respecto: «¡Qué bello texto, querido Diego, y cuánta razón la que tienes! A mí me pasa exactamente lo contrario que a ti, así es que permíteme decirte, con la mayor sinceridad que puedo, lo mucho que te envidio».
Vino Paul a echarle una mano a la abuela, pasando la aspiradora. Converso con él para saber en qué quedó su idea de que escribiésemos un libro juntos. No lo tiene muy claro, pero le explico que el hecho de que yo sólo sepa escribir en español no es problema alguno, puedo ir vertiendo todo el texto español en la ventana izquierda de www.deepl.com/translator y aparecerá en la ventana derecha la traducción al alemán; traducción que lógicamente adolecerá de errores, tanto más errores cuanto más alto sea el nivel de español que yo emplee, pero al menos sobre esa base, y contando con él como co–autor, podemos obtener un buen resultado. Me dice que lo va a seguir pensando, le digo que se dé prisa, porque todavía estoy vivo, pero no soy eterno.
Llega Diny a la puerta de este cuarto y me dice que ha muerto Aretha Franklin. Cada día es más grande la lista de quienes nos dejan. Busco en youtube y le dedico un réquiem: “Respect”. Con su voz en los auriculares y su imagen en la pantalla, de repente me doy cuenta de que me puse a llorar mansamente, como quien nada puede contra la ley de que los pájaros seguirán cantando. Pero también lo hará Aretha, ¡qué carajo!, nos dejó su voz como una de las herencias más ricas en calidad emotiva. La escucho de nuevo, esta vez en su recreaciòn de “Nessun dorma”, de la que dice un fan que su última nota es la que probablemente se oiga cuando se abran las puertas del cielo. Así como, según Aimé Césaire, será la trompeta de Louis Armstrong la que anuncie el día del Juicio Final. Con todos los respetos, pienso que será de la Miles Davis, quien estuvo entrenando para ello cuando compuso la hermosisima “Saeta” de sus Sketchs of Spain.
Weiß/Colonia, 17.8. cumpleaños de Diny
0:30 am : Pasaron El tulipán negro, y casi muté en lector de Emilio Salgari y Dumas (padre). Divertido ver cómo el malo de la peli es Adolfo Marsillach.
Le regalo a Diny, por su cumpleaños, Katrina, la novela de Sally Salminen que estoy seguro de que le va a encantar. Por mi parte ya decidí volverla a leer cuando ella le hinque el diente, para que lo hagamos en paralelo y la vayamos comentando.
Estaba anunciado que vendrían hoy Riet y Bernadet para felicitar personalmente a Diny. E ir de compras. Pero me acaba de llamar Diny desde la estación informándome de que para darle una sorpresa vino una delegacion de la familia Hansen, en total siete Hansens o asimilaos. Oremus.
Dije bien lo de “Oremus”. Llegaron a casa, Diny y la delegación de la familia neerlandesa, y en menos de un minuto subió el nivel de decibelios a una altura que uno se creería en una taberna española durante una discusión acerca de un Real Madrid vs. Barça. Mare mía de mi arma, qué pulmones tiene esta gente. ¡Y que ninguno de ellos se haya dedicado a la ópera!
Weiß/Colonia, 18.8.
Entre las esquelas fúnebres del diario, una con un epígrafe de Camus: «Se ve al sol ponerse lentamente, pero nos asustamos cuando de repente se produce la oscuridad»». ¿Camus? (me pregunto). Y en la página siguiente la misma cita en otra esquela, esta vez atribuida a Kafka, como era habitual hasta ahora. Pero según me informa mi dilecta amiga Miss Hortensia Google, parece que la atribución a Kafka es falsa. Y también hoy, en la misma sección de esquelas, una que aclara la breve, escueta y enigmática que mencioné aquí el día 4, de alguien presuntamente suicida. Esta es una grande donde la primera línea lo explica todo: «No pudo superar la muerte de su único hijo».
Ayer, con la cabeza embalumada por el asalto de la tribu bátava, se me olvidó consignar que el correo quelonio puso fin a mis angustias económicas. Del total de 10.264,06 € por facturas de médicos y farmacia que envié al seguro y al subsidio estatal, me reintegran 9.661,90, o sea sólo tendré que poner 602,16 de mi bolsillo. Alabado sea el santísimo sacramento del altar, Hosanna in excelsis, ♫♫ Aleluya, aleluya ♫♫ (con música de Haendel), etc.
Me escribe Enrique para agradecerme el envío de un enlace relacionado con él, y me cuenta: «Aquí en Barcelona después de una estancia en Mallorca, donde el padre de Paula cumplió cien años. La primera vez que asisto a una fiesta de este tipo, Jünger no me invitó a la suya». Le contesto: «Caro Enrico, Jünger no te invitó a la fiesta de sus 100 años por un motivo evidente relacionado con su paradójico apellido [que en español significa «más joven»], pero como yo no tengo ese problema, y a pesar de que no soy un Jünger, te prometo solemnemente que si alcanzo semejante edad matusalémica sí que te invitaré a esa ¿fiesta?»
Revolviendo unos viejos papeles encuentro una fotocopia del primer correo que recibió Paul, a la tierna edad de siete días en este valle de lágrimas. Le mandé una postal con este poema: «Dormido, Paul, en mis brazos, / sé que sueñas, / sé que sueñas, / pero qué sueñas no sé. / Todavía no lo sé. / Y así te sigo acunando / hasta que de repente / te mueves entre mis brazos / y un brazo tuyo / –el izquierdo– / se dispara hacia arriba / con el puño cerrado / (según tu madre fueron / veinte, ¡veinte!, segundos) / y lo dejas caer luego / y una sonrisa brota de tus labios. / Ya sé, Paul, lo que sueñas. / Claro que eres mi nieto».
***************THE END***************