Si alguien hubiera grabado conversaciones privadas en las que yo apareciera y las hubiese publicado es bastante posible que me avergonzara de algunas palabras. Es como cuando te ves con la ropa o el peinado de los ochenta en viejas fotografías.
El aspecto que presenta la ministra Delgado en las grabaciones de Villarejo es ese mismo: una señora fiscal (ella) y unos señores (el juez Garzón y el comisario Villarejo, entre otros policías) en su intimidad satisfechos de llevar hombreras y pantalones pesqueros.
Lo de “maricón” respecto a Grande-Marlaska, es otra parte, otra característica, de la actuación que no es un renacimiento del lenguaje ochentero, sino la demostración de que ese lenguaje aún vive y se utiliza sin remilgos en las profundidades.
Esas cosas han muerto falsamente en la superficie (donde el actual gobierno lucha por la paz en el mundo) y cuando suben de vez en cuando los vapores suena una alarma y los españoles corren a refugiarse en sus casas hasta nuevo aviso murmurando mientras tapan los oídos de los niños: “Han dicho maricón, han dicho maricón…”.
Claro que no es lo mismo según quién aparezca llevando las hombreras y hablando como en los tiempos de la Movida. No creo, por ejemplo, que ese “consejo de redacción” de El Mundo vaya a escribir, como tal, una reprobación pública de la ministra igual a la que escribió de su compañero Arcadi Espada por motivos mucho menos sonoros.
Todo es una cuestión de estética, y a veces de sonido, o de ruido. Para determinadas personas (como las de ese “consejo de redacción”) no es igual llevar una camisa con un simbolito en el pecho que llevar una camisa sin ningún simbolito en el pecho.
La ministra Delgado lleva una con simbolito, por supuesto, que para esos pijos (sociedades enteras) sirve de salvoconducto para pasar todos los controles que ellos mismos han puesto, y así poder subir y bajar del mundo feliz a las cloacas llevando sin vergüenza ninguna sus calcetines blancos y sus permanentes y todas esas cosas.