Aunque, como bien dice Octavio Salazar, no tenemos del todo claro cómo debería ser el “hombre por llegar”, vale la pena que intentemos realizar un retrato robot del mismo; al menos, de cómo nos gustaría que fuese.
Por sobre todo, el hombre nuevo no debe ser un pesado, un cenizo; esto es, necesitamos hombres risueños, alegres, comprometidos. Hombres que no huyen de su complejidad emocional, que se cuestionen a sí mismos, que se quieran y tomen conciencia del camino hacia la igualdad (sabiendo que no será tarea fácil), que escuchen con atención a las mujeres y reconozcan su vulnerabilidad, que sepan ceder espacios de poder y privilegio, que entiendan la vida como un regalo y que amen, honren y se dejen querer por otros hombres. El hombre nuevo debe tener derecho a ser vulnerable, débil, a cometer errores, a ser intuitivo y a no saber, a dudar, a ser flexible y a no avergonzarse de todos estos derechos.
El hombre nuevo tiene que aprender y asumir todo el pensamiento alternativo que ha generado el feminismo, ser militante en la desactivación y deslegitimación de todas las violencias machistas; así debe estar comprometido con la violencia de género y atreverse a romper con los silencios cómplices de otros hombres. Debe colaborar en hacer visibles modelos de hombres que ejemplifiquen otras subjetividades y asumir su parte femenina, al tiempo que se implica en la necesidad del cuidado, y es consciente de su dependencia. El hombre nuevo debe mirarse al espejo y darse cuenta de que el problema del patriarcado no está fuera sino dentro de sí; asimismo, la armonización de una sociedad auténticamente paritaria ha de ser su objetivo.
La vida familiar ha de ser esencial para la trayectoria vital del hombre nuevo, y este ha de ser un padre presente, corresponsable, estar implicado activamente en la crianza y ser empático. Ser un modelo identitario de referencia para sus hijos, practicar la paternidad positiva, entendida esta como un poderoso factor de transgresión y transformación de los roles asignados culturalmente. Practicar el apego seguro. Basarse en paradigmas educativos pacíficos y deslegitimizadores de la violencia. Ser padres como lo era Carles Capdevila, educando a los hijos en los valores del sentido común, el ridículo, el del deber, el moral, pero, por sobre todo, en el más importante: el sentido del humor. Igualmente, el hombre nuevo ha de tener el libre derecho de fallar como reproductor y no transmitir el apellido si no quiere. A disfrutar del sexo sin ser un adicto sexual y a practicar una sexualidad más afectiva y amorosa.
De cualquier forma, Grayson Perry no es muy optimista, dice: “El género está tan arraigado en nuestra identidad que serán necesarias muchas generaciones para que se produzca el cambio. Eso no es excusa para no trabajar en ello desde ahora”.
Vale la pena (aunque cueste).