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Mientras tantoEse chico tímido y solitario

Ese chico tímido y solitario

Sestear absorto y pálido   el blog de Jose de Montfort

 

1.

 

El nervio principal (Sexto Piso, 2018), la segunda novela del escritor mexicano Daniel Saldaña París es una novela sobre las (im)perfectas (a)simetrías. Igual que en su anterior novela, En medio de extrañas víctimas (Sexto Piso, 2013), aquí se divide el texto en tres partes (aunque se ha de decir que en su primer novela incluía un epílogo –de una sola página, eso sí-). No obstante, la estructura es en El nervio principal mucho más clara y diáfana –secuencialmente hablando-, aunque no menos compleja (dada su fractalidad, que busca imitar las figuras del origami a las que es aficionado el protagonista). También igual que en su primera novela, la estructura es doble y se apoya en un vértice (allá en un reencuentro, aquí en un punto muerto: el nervio principal –de la hoja de un árbol- al que hace referencia el título).

 

La historia, que se cuenta en dos tiempos (separados por 23 años), es la de un hombre de 33 años al que, cuando tenía 10 años de edad, le sucede que su madre desaparece, dejando una breve nota de despedida y, al poco, muere (el protagonista cree que su madre se ha ido de campamento y que, en algún momento, volverá; pero no: en realidad se ha marchado a Chiapas). Desconcertado y abatido, queda al cuidado de su padre, junto a una hermana mayor que él, Mariana. El suceso será crucial en su vida, pues “es como si hubiera agotado mi material simbólico a mis diez años y desde entonces tuviera que bastarme con la grosera literalidad del mundo”, escribe el narrador.

 

La trama se sustenta en ese misterio nunca concretado del todo que es la desaparición de la madre y en una posterior revelación (un documento que encuentra el protagonista entre los papeles de su padre, quien morirá dos años antes de que comience el narrador la escritura de este texto). Un descubrimiento fatal, que lo noquea de una manera definitiva. De hecho es la razón para la que escriba este texto, siempre –à-la-Proust– echado en una cama que es la cama en la que durmieron sus padres y que se ha llevado a su nuevo apartamento (tras la muerte del padre y la venta de la casa familiar), y en la que siempre, inexcusablemente, ocupa el lado izquierdo, el que ocupaba su madre (a la que siempre se refiere como “Teresa”).

 

2.

 

“El mundo era un lugar plagado de hombres cobardes que se vertían cerveza en la camisa limpia y de mujeres que los soportaban durante algún tiempo” (p. 72/73)

 

3.

 

En El nervio principal son importantes las herencias. La de la madre, que al narrador le deja “desgastado por dentro como un río subterráneo, erosionando mi de por sí endeble normalidad adulta”. Y la del padre: “una mancha de carácter que quizá apuntaba a una turbiedad más honda”.

 

Ello se concretará en la vida adulta del narrador de la siguiente manera: “Tuve relaciones que duraron muy poco y resentimientos que duraron demasiado”.

 

4.

 

Uno de los temas fundamentales de El nervio principal es la angustia metafísica, los desdoblamientos y “una profunda sensación de desamparo”, según la cual nada tiene razón de ser. Ello se concreta en la labilidad de los recuerdos (en su naturaleza endeble y ficcional) y en un (hiper)sentido de la conciencia propia, que tiene que ver con una memoria invisible de pliegues pretéritos, de patrones de repetición, de eternas regresiones. Y esto contrasta gravemente con la idea que Saldaña París exhibía en su anterior novela de la memoria como algo azaroso y caótico. Aquí el recuerdo es preciso y concreto pero justo por ello, por haberse venido revisando con tanto ahínco, se ha convertido en la copia de una copia de una copia.

 

Igual que en su primera novela, se enuncia aquí una teoría. Si allá era la de los Fetiches Hipnóticos, aquí es la de del Hemisferio Izquierdo. La explica así: “llené varias páginas con mi caligrafía insegura explicando las asociaciones mágicas que el lado izquierdo tenía, y el papel meramente pragmático […] que el lado derecho tenía asignado”.

 

Se repite el tema de la incomunicación y el anhelo de comunicarse con los demás. Y se perfila la idea de ser una suerte de “turista de mi propia historia”.

 

5.

 

Continúa en esta novela Daniel Saldaña París con su interés axiológico y su investigación sobre la imposibilidad de empatizar con el otro, con la víctima. Escribe: “Mi padre nunca fue capaz de anticipar el dolor de los demás. La vida interior de los otros […] fue siempre una caja fuerte cuya combinación desconocía”.

 

Aquí el interés vanguardista ha desaparecido en beneficio de una voz única que es quien relata la historia (aun cuando lo haga con una suerte de sistema de pliegues que se abren y se cierran). La amplitud estilística de su anterior trabajo aquí se torna más en un ejercicio de síntesis y contención, lo que beneficia notablemente el avance de la intriga.

 

6.

 

Es importante mencionar el tema de la soledad. Que viene acrecentado por la escritura misma, que al mirar al pasado, al escribir sobre el pasado, escribe hacia adentro, no hacia delante. Una manera de resucitar los fantasmas, de reincidir en los sortilegios, de creer en la superstición. Ello provoca que el mundo para el narrador sea incomprensible, ya que “el anverso y el reverso se me confunden siempre”. Pero ello tiene su explicación y es que ya nos dice el narrador que la realidad le queda (y le quedaba) muy grande. Dice: “mi fracaso consistía en haber creído, de un modo arrogante y ensimismado, que crecer era triunfar sobre la adversidad oponiéndole grandes proyectos”.

 

En el fondo, no está haciendo sino como su padre, cuyo rostro –nos confiesa- ve adherido al suyo en el espejo; esto es, creerse importante a fuerza de “actuar como si en verdad lo fuera”. Lo terrible es que toda la escritura de esta novela es para el narrador “un esfuerzo por encontrar, en la escritura los ecos de su voz monótona [de su madre, Teresa]”. Ecos que, huelga decir, encontrará finalmente, pero no de la forma que él esperaba. De cualquier manera esto le servirá para salvarse. Y esa es la lección más importante de este texto: la de que la escritura sirve para fijar el pasado, para sentir “un duelo de esos que pegan con cierto retraso” y abordar, en adelante, una vida nueva, totalmente desapegada de la anterior, si es necesario y uno así lo quiere.

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