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Mientras tantoReflexiones a partir de una entrevista a Julio Anguita

Reflexiones a partir de una entrevista a Julio Anguita


Estaba, creo, en quinto de EGB, es decir, corría el año 1990 o 1991. Nuestra profesora organizó unas elecciones ficticias para, imagino, enseñarnos en qué consistía la democracia. En el recuento, hubo un solo voto a IU. Os podéis imaginar de quién era. No recuerdo si se lo revelé, o no, a mis compañeros de clase, si se lo comenté, o no, y tampoco me acuerdo de cómo reaccionaron. Pero me parece que sí lo hice, porque al llegar a casa, y contárselo todo a mi madre me cayó una buena regañina: qué iban a pensar en el colegio (concertado y con muchos hijos de “gente bien”, una vía por la que quizás pensaron mis padres que los hijos de la clase obrera podíamos ascender en la pirámide social) que éramos en mi familia. La tradición política de mis mayores, si se puede hablar de tal, que yo creo que no, no discurría por esos derroteros, aunque mi padre tuvo el carné de la UGT y nunca ha votado ni votará a las derechas.

Me parece que por aquel entonces yo no tenía ni idea de lo que era la izquierda y la derecha, y si escogí la papeleta de IU fue por Julio Anguita. No me preguntéis por qué, pero era era al único político al que me gustaba ver y escuchar en la televisión. Y, además, por Cristina Almeida, porque se llamaba como yo. También la infanta es una de las millones de Cristinas, pero tampoco me preguntéis por qué, yo de la de la realeza pasaba. En fin. Yo era una niña bastante rarita que flipaba con el programa Tribunal Popular, que me parece que también era de esos años, y con Javier Nart.

Siempre he interpretado ese tonto episodio de mi infancia como una intuición, pero tenía alimento previo (no entraré en detalles) y tendría mucho más a partir de entonces. El ambiente de ese colegio concertado de provincias (que ya no existe en el lugar en el que estaba cuando yo iba por doble motivo: se ha trasladado y el paseo en el que estaba no se llama “Avenida del Generalísimo” desde hace casi veinte años) me enseñó desde bien pequeña lo que era la desigualdad social y de oportunidades, el clasismo (el suyo) y el resentimiento de clase (el mío) que sigo reivindicando. También el desclasamiento. Yo creo que por eso me revolvió tanto leer La lección de anatomía, de Marta Sanz: entre otras muchas cosas que hacen sufrir (para bien, para muy bien) de su libro, revela qué piensan las hijas de familias de clase media o media-alta, incluso las más progres, de las de clase obrera. Algunas de mis amigas y yo ya lo habíamos experimentado. Una anécdota entre cientos: no sé qué día del final de octavo de EGB, ya mayorcitas, una de las niñas dijo de algunas de nosotras que no pegábamos en no sé qué sitio pijo que se había puesto de moda entre los adolescentes. Nunca llegué a comprobar si desentonaba, o no, porque nunca llegué a ir.

Lo mismo que con el libro de Marta Sanz me sucedió recientemente con la película Lady Bird.

A partir de aquella regañina de mi madre es posible que empezara a escuchar con más atención a Anguita y a Almeida, para ver si de verdad era “tan malo” lo que decían. A la vista de cómo fui madurando, pues bueno, ya se sabe quién ganó la partida. Ni siquiera fue Almeida.

No me gusta el periodismo en primera persona. Me parece que muy pocas plumas se lo pueden permitir y, desde luego, no la mía. Pero esto es un blog y a veces su “dueña” se quiere desahogar.

Este episodio que acabo de contar y el inicio de la construcción de lo que soy me han vuelto a la cabeza con la polémica desatada por Julio Anguita, Manuel Monereo y Héctor Illueca, por los artículos que han publicado en Cuarto Poder.

¿Cómo es posible que Anguita pudiera firmar un artículo en que ejemplificaba con el Decreto Dignidad del Gobierno italiano la política laboral y social que es necesario hacer?, ¿cómo es posible que no dijera que de esa “dignidad” estarían excluidos los no italianos a los que Salvini quiere muertos en el mar?, ¿tienen razón quienes tachan a Anguita & cia de nativistas, de rojipardos, de nacionalistas, de soberanistas, de anti-inmigración? Tenía que preguntárselo a Anguita en persona. Le pedí una entrevista y me la concedió.

Qué nervios. Ya le había entrevistado con anterioridad con motivo de la presentación de un libro suyo. Pero en esta ocasión la entrevista no iba a ser tan cómoda. No podía serlo.

Todo ello me llevó a reflexionar sobre el periodismo en general. ¿Cómo entrevista un periodista a un político al que vota o ha votado (a mí no me dio tiempo a hacerlo por el personaje que nos ocupa)?, ¿cómo se pregunta a alguien a quien se admira?, ¿tiene el derecho el lector a saber que quien pregunta no quiere verse defraudado por una figura importante en su biografía personal?, ¿es posible que el entrevistado sepa de la simpatía que le tiene el periodista y le esté utilizando para colocar el mensaje que le interesa?, ¿lo abrumado que a veces se puede sentir el entrevistador hace que no plantee repreguntas incómodas?, ¿lo que opina, lo que piensa, el miedo a la decepción del reportero le llevan a plantear el cuestionario de una determinada manera?, ¿y cómo influye en las labores de edición del texto? Sobre esto último: una entrevista de una hora y media, que transcrita ocupa quince folios, se quedó reducida a siete y pico.

A veces, está claro, la conciencia del periodista influye para mal en sus trabajos porque se empeña en que el personaje quede bien parado. En otros, no tiene por qué ser así. Hablo de mi caso en esta entrevista en concreto: tenía tal necesidad de aclarar si Anguita se había vuelto nativista que llegué incluso a insistirle demasiado en esta cuestión en particular. Hasta el punto de que llegué a tener miedo de que pensara que soy tonta del todo y sufro de déficit de comprensión auditiva -extremos que no descarto-. Mi necesidad personal creo que, en este caso, coincidía con el interés del público (éste debe ser la guía, siempre, del periodista) por aclarar si en España está naciendo el rojipardismo, el “nuestros obreros, primero”, si hay una izquierda que pretende hacerle la competencia a la ultraderecha con argumentos que lindan con ésta. Y ello, sin yo aparecer demasiado. Mi intención era mostrar las palabras de Anguita y que el lector sacara sus propias conclusiones. Unas conclusiones justas. Que la selección de lo que iba a aparecer en la entrevista se ajustara a lo que el entrevistado quería decir de verdad.

No sé si he logrado aclararme del todo. Llevo toda la semana dándole vueltas. ¿La salida para resolver la cuestión migratoria pasa, como dice Anguita, por paliar el sufrimiento de los migrantes en los países de acogida, por convertirlos, lógicamente, en ciudadanos de pleno derecho de los países del norte, aunque como algo sobrevenido, no estructural, pero fundamentalmente, por el cambio de la política exterior para evitar que sigan llegando?, ¿tiene más altura moral este mensaje que el de combatir la xenofobia diciendo que la inmigración “es bien” porque necesitamos a los migrantes para seguir alimentando nuestras economías y nuestras finanzas públicas mientras los países de los que vienen se siguen desangrando, literalmente, y también de capital humano y recursos?

No lo sé. Imagino que por el modo de plantear las preguntas se me descubre un poco. Pero la verdad es que no lo tengo claro. Lo bueno de los generadores de debates, de quienes lo ponen todo en cuestión, es que nos dan mucho que pensar. Y lo necesitamos.

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