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Mientras tanto¿Un 15-M activo hubiera dificultado el ascenso de la ultraderecha en España?

¿Un 15-M activo hubiera dificultado el ascenso de la ultraderecha en España?


 

Mientras en muchos países de Europa la crisis (e incluso antes de que estallara) u otras razones alimentaban a la ultraderecha, España se quedaba completamente al margen de ese ascenso. El 15-M, después Podemos y a continuación también Ciudadanos (concedámoslo) canalizaron el descontento que comenzó a cundir en la ciudadanía tanto por las consecuencias de la crisis en el mercado laboral y en el Estado del Bienestar, como por la sensación de que la democracia española se percibía más al servicio de los poderes que de los ciudadanos (con hitos que alimentaron esa idea como los rescates de los bancos o el cambio del artículo 155 de la Constitución para primar el pago de la deuda y de sus intereses sobre otros gastos del Estado), además de por los escándalos de corrupción.

 

Afloraron múltiples descontentos que pueden quedar resumidos en la expresión «crisis de representación»: los dos partidos que se habían alternado en el poder en los 35 años previos, el PP y el PSOE, se comenzaron a percibir por parte de los participantes en el 15-M como actores parecidos (PPSOE), bien porque sus políticas terminaban siendo similares, bien porque lo acababan siendo sus resultados (paro, desigualdad, pobreza, corrupción, connivencia con los poderes empresariales y financieros, que eran los que terminaban tomando las decisiones -«lo llaman democracia y no lo es»-…). Por tanto, a ambos partidos también se les percibía como ajenos a la ciudadanía y representantes de unos intereses que no eran los suyos: «no nos representan».

 

Al 15-M le sucedieron las mareas blanca, en defensa de la sanidad pública, y verde, en lucha por la educación pública. El 15-M convivió con, o incluso vino precedido por, la Plataforma de Afectados por la Hipoteca (PAH). El movimiento tuvos sus réplicas en las Marchas por la Dignidad y en el 15MpaRato, que continúa a día de hoy con la batalla por el caso Bankia.

 

Pero Democracia Real Ya y Juventud Sin Futuro fueron seguramente los que primero plantaron, de manera metafórica o real, las tiendas de campaña en la Puerta de Sol de Madrid.

 

Al 15-M se le acusa de antipolítico por su militancia a(o anti)-partidista y a(o anti)-sindical (posiblemente porque cundió un quizás justificado sentimiento de traición, la propinada por las fuerzas del bipartidismo, sobre todo por el PSOE, pero no sólo por ellas, y también por los sindicatos, con unos precedentes bastante cuestionables, o al menos cuestionados, de la década o década y media previa). La desconfianza que se expresaba respecto al sistema tenía su base en un historial, el de los noventa y los dos mil, de hinchazón de burbuja inmobiliaria, de estallido de la crisis y de, con esta última y su gestión, frustración de las expectativas de la generación más joven que se encontró con que el sistema construido por sus padres y sus abuelos a ellos ya no les funcionaba, quizás porque se habían topado con un momento de regresión en los derechos laborales y sociales y con un sistema productivo débil y anticuado.

 

La enmienda a la totalidad planteada al régimen del 78, la organización horizontal, la inexistencia de dirigentes, el asamblearismo… pusieron sobre la mesa la primera agenda de reivindicaciones materialistas -trabajo y techo- en combinación con las que buscaban la profundización de la democracia española desde… ¿la Transición?

 

Las calles comenzaron a vaciarse en cuanto Podemos llegó a las instituciones. ¿Fue el ciclo de protestas, que sufre un desgaste, que no puede ser eterno, que se agosta, o lo que ocurrió fue que quienes se manifestaban en Sol encontraron en Podemos una nueva voz que representaba la suya en los parlamentos y en los ayuntamientos?

 

Hay teorías, por ejemplo la del politólogo e histórico activista italiano Antonio Negri, que ha estado estos días atrás en Madrid, que apuntan la conveniencia de que existan movimientos socio-político-sindicales autónomos respecto a las organizaciones institucionalizadas. Ello, por dos motivos, en primer lugar, para que la gente en la calle controle a, e influya en, sus representantes en las instituciones y evitar que se acomoden y burocraticen; en segundo lugar, para, en el caso de que la democracia liberal se deteriore -como parece el caso en demasiados lugares en la actualidad- y no acepte o expulse a los partidos y organizaciones más críticas, la izquierda no se encuentre de buenas a primeras desierta. Mantener un movimiento activo en las calles, en los centros de trabajo, en las universidades sería una especie de seguro en situación de emergencia, como empieza a parecerlo la actual.

 

Hay quienes dan por buena la hipótesis de la desmovilización en la calle a partir del surgimiento de Podemos. El politólogo Jaime Pastor afirma: «Yo creo que el problema fundamental ha estado en la involución de Podemos como hipótesis de partido-movimiento que podría haber articulado movilización y trabajo institucional alternativo frente al régimen. Esa involución no era inevitable».

 

Durante el 15-M e incluso en los orígenes de Podemos, la agenda materialista tuvo mucha presencia, incluso dominó la discusión pública: algunos temas importantes fueron, además de la vivienda, el planteamiento de la renta básica y el debate de cómo financiarla (y las diversas alternativas presentadas por ejemplo por Ciudadanos en forma de complemento salarial o el ingreso mínimo vital del PSOE), la contestación de IU con su propuesta de trabajo garantizado, además de la posibilidad de nacionalizaciones de sectores básicos o la permanencia de las entidades rescatadas como germen de una ambiciosa banca estatal. El debate durante un tiempo pivotó alrededor de la viabilidad, o no, de las propuestas económicas de Podemos para resolver la desigualdad y la pobreza generadas por la crisis (y las que están enquistadas desde siempre).

 

Pero, de repente, quizás por la desaparición de la pelea en la calle, las propuestas económicas de Podemos, las que siguieron su estela por parte del PSOE -muy en particular gracias a Manuel Escudero- e incluso las de perfil más socioliberal de Ciudadanos se esfumaron. Las izquierdas se arrugaron. La nueva derecha se empezó a ocupar de otra cosa.

 

Es probable que fuera porque emergió la cuestión catalana. Ya es un clásico, gracias a Enric Juliana, decir que el ‘establishment’ catalán tuvo la habilidad de convertir la reivindicación materialista en una lucha por la emancipación nacional, por la independencia de Cataluña. Y el independentismo catalán tuvo tanto éxito que fue capaz de cambiar la agenda de todo el Estado.

 

¿El procés -y la reacción nacionalista española- fue el hito fundamental que explica que la conversación pública cambiara, que dejara de versar sobre el paro y empezara a hacerlo sobre la cuestión nacional?, ¿que no quedara ni una pequeña semilla del 15-M terminó de garantizar que en el último año y medio el debate sobre el techo y el trabajo dejara de ocupar el centro de las preocupaciones y de articular las preferencias políticas de la población?

 

Quizás si el 15-M se hubiera quedado, quizás si Podemos hubiera continuado con sus propuestas más transformadoras de la economía; incluso, si hubiera dicho que la cuestión catalana es muy importante, pero mucho más el trabajo en una España con aún un 15% de paro y con la población ocupada con condiciones cada vez más precarias y salarios cada vez más bajos, no estaríamos donde estamos, con la ultraderecha en un parlamento autonómico y marcando la agenda con cuestiones culturales muy lejanas a los problemas de la vida diaria de la mayoría social.

 

Es posible (que), o siempre nos preguntaremos (si), de haber estado el 15-M en las calles los temas identitarios hubieran estado tan omnipresentes. Y ningún otro ha contaminado tanto la agenda como el nacionalista, que es en el que la ultraderecha española ha encontrado su principal percha discursiva y electoral.

 

Incluso es posible que con el 15-M se hubiera generado una protección más sólida contra el racismo y la xenofobia.

 

Jaime Pastor señala que el 15-M o un Podemos como partido-movimiento de éxito no habrían sido una vacuna contra la ultraderecha, puesto que «todo movimiento genera contramovilización», pero sí cree que hubiera podido ser eficaz marcando otra agenda y cambiando la relación de fuerzas.

 

Ésta es, precisamente, la reflexión que puede hacerse ante la última y fortísima ola feminista y la furibunda reacción que parece capitalizar la ultraderecha española (y global).

 

La ultraderecha española encuentra su nicho perfecto apelando al nacionalismo español y al centralismo. ¿Hubiera sido igualmente eficaz, hubiera aflorado con esta fuerza si el tema fundamental en la agenda política y en la opinión pública o publicada hubiera sido material, el mercado de trabajo, la pobreza estructural? No es tan fácil de «vender» la agenda económica de Vox, que es la de Bolsonaro o la de Orban (contra la que se están levantando ya los húngaros) y que no es la de Le Pen o la de la ultraderecha alemana, con un discurso que busca conectar más con las clases bajas y castigadas por la crisis y la globalización.

 

Otra pregunta que nos hacemos también a estas alturas es si el discurso de Errejón, alejado de la izquierda clásica y más cerca de los populismos latinoamericanos, más cerca de la apelación a la patria que a la clase, hubiera competido mejor con Vox.

 

Aunque también hay opiniones que apuntan que el discurso del 15-M, tan apolítico, tan difuso a veces, tan ni de izquierdas ni de derechas, puede haber sido precisamente el que ha dejado abonado el camino a que casi cualquier otro, hasta la ultraderecha, ocupe ese lugar.

 

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