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Mientras tantoEl feminismo en disputa: conservador, liberal, radical, socialista, libertario

El feminismo en disputa: conservador, liberal, radical, socialista, libertario


El feminismo está en disputa. Y en ésta, casi lo de menos es quién va a capitalizar el voto de la renovada conciencia feminista.

También se puede decir que esto, el “quién se llevará el apoyo de las mujeres” que salieron en tromba a las manifestaciones del 8 de marzo, dependerá de la concepción de feminismo termine triunfando.

Aunque es posible que este enunciado resulte también falso: no se puede decir que las mujeres que se manifestaron el pasado viernes votarán en bloque a un partido, ni a una determinada familia de partidos, porque probablemente el feminismo que cada una de ellas tenga en la cabeza es muy distinto.

Si el feminismo contemporáneo está en disputa es porque no hay una visión uniforme sobre éste. Y ello no es una novedad. Porque al menos en el último siglo no ha habido una concepción única sobre el movimiento. El feminismo ha caminado de la mano de las grandes ideologías que explican el mundo: el conservadurismo, el liberalismo, el socialismo o el anarquismo. Aunque también es cierto que hubo una circunstancia, en la que se llama segunda ola feminista, en los sesenta-setenta del pasado siglo, en que hubo un feminismo se emancipó de las ideologías dominantes y, en particular, de las izquierdas: el feminismo radical.

¿Qué feminismo será el hegemónico?

El conflicto que hay de fondo es qué tipo de feminismo se va a convertir en el hegemónico. Eso es lo que subyace en las portadas de los periódicos, en los editoriales, en las nerviosas declaraciones de casi todos los líderes políticos.

Porque, como decíamos, feminismos hay muchos: el conservador, que defiende que la mujer está biológicamente determinada por el sexo respecto a la división del trabajo; el liberal, que impulsó el derecho al voto para las mujeres y la apertura de todas las instituciones a la mujeres desde los principios liberales del mérito y el logro, los mismos que, defienden, guían el progreso de los hombres; el socialista, que pone de relieve que las mujeres, como los hombres, están divididas en clases sociales, por lo que la revolución garantizará la igualdad entre ellas y con sus iguales masculinos; el radical, que se desgaja del anterior porque considera que la división del trabajo de la sociedad está establecida en géneros antes que en clases sociales, y que recibe ese nombre porque dice ir a la raíz del problema del sometimiento de la mujer; el de la igualdad, que denuncia que los roles de género son construidos, que hay que abolirlos, que la especie humana es única y todos somos iguales; el de la diferencia, que defiende que la biología interviene en la construcción de los roles pero que ello no ha de ser una coartada para la discriminación…

Ésta es una categorización muy simple y esquemática, pero sirve para dejar de manifiesto la pluralidad tradicional y contemporánea del movimiento feminista. También, para mostrar que, por ejemplo, la de Ciudadanos y su feminismo liberal no es una pose, sino una visión de la lucha de la mujer y de sus objetivos muy acorde con su programa económico y su visión de la sociedad.

Autodefensa y frustración liberal

El feminismo liberal lucha por dejar a las mujeres abierta la puerta a la esfera de lo público y, dentro de éste, a todos sus escalones, desde los puestos más bajos de la escala laboral hasta la cúspide, pero sin tener en cuenta los diferentes niveles de partida de cada mujer (y de cada hombre) y dando un papel predominante al logro, al mérito y a la libertad de elección para explicar el lugar al que llega cada cual. El feminismo liberal, en la práctica, lo que promueve es la reproducción social: las mujeres aventajadas y sus hijas perpetúan su ventaja y casi siempre lo hacen sobre las espaldas de las mujeres que por su posición de partida acceden, sí, al mercado de trabajo, pero ejerciendo las que se siguen considerando laborales propias de su sexo, aunque por un salario. Las mujeres de éxito subcontratan las labores de cuidados en otras mujeres que seguramente en su casa ejerzan de fuerza de trabajo gratuita en la reproducción y en los servicios domésticos. La mujer de clase trabajadora, que no tiene recursos para subcontratar los cuidados, los tiene que ejercer ella misma, duplicando su jornada laboral. El feminismo liberal multiplica las desigualdades de partida, porque deposita en el mercado el reparto de los puestos.

El feminismo liberal, aunque no se ha reinvidicado hasta ahora, es el dominante: el ámbito privado está abierto a las mujeres y las más afortunadas subcontratan las labores de cuidados a las que lo son menos. Las sociedades liberales crean la ficción de que las mujeres pueden llegar donde se propongan. Pero el patriarcado ejerce su labor “disciplinadora” recordándoles cuál es su lugar “natural”: permite que trabajen fuera de casa, pero ello no implica borrar su papel primordial en lo doméstico, en lo que continúa llevando el peso fundamental; pese a su creciente papel en la esfera de lo público, el trabajo que desempeña se valora menos, se le paga un salario más bajo y es menos merecedor de ascensos; el mercado percibe que contratarla tiene más riesgo, porque, por “naturaleza” y por el papel social que se le asigna a la mujer, su prioridad es su casa y sus hijos. Mientras, en el terreno sexual, sigue considerada un agente pasivo, un objeto, una propiedad, al servicio de los hombres y sus necesidades “naturales”. Ése es también el lugar en el que el dios mercado la sitúa y con dos amparos: el mito de la libertad de elección de las mujeres y el rol asignado a cada sexo. En casos extremos, este combinado convierte a la mujer en sujeto de intercambio comercial y víctima de la violencia extrema. En particular, en la prostitución y el alquiler de vientres, en lo que no tienen el riesgo de caer las mujeres privilegiadas, pero sí las pobres.

El feminismo liberal es el que ha imperado, pero las mujeres en los últimos años se han dado cuenta de que no es suficiente: las leyes consignan su igualdad formal respecto a los hombres, pero no es que no se cumplan, es que, por un lado, el lugar que nuestras sociedades otorgan al mercado hace imposible la igualdad material; y, por otro, la resistencia patriarcal complica la transformación de los roles que haría posible la igualdad efectiva entre hombres y mujeres. Si el feminismo liberal afirmaba que el acceso de la mujer al mercado borraría la desigualdad de género, éste ha generado una gran frustración. El feminismo liberal no ha servido a la igualdad ni a la disolución de roles.

Tradiciones en la actual ola feminista

De ahí que el rebrote feminista actual recupere, por un lado, principios del radical, cuyo enunciado principal es “lo personal es político”: hay unos roles instaurados desde la familia, la escuela y la socialización que imponen unos papeles masculinos y femeninos que configuran unas actuaciones diferenciadas entre hombres y mujeres; en la familia, al varón se le exige el valor y la agresividad; y a las mujeres, la sumisión, la sensibilidad y la pasividad. Ello desemboca en la configuración de una sociedad patriarcal y jerárquica, donde los varones predominan sobre las mujeres. La sociedad patriarcal, dicen las feministas radicales, es una construcción política y cultural que no tiene porqué existir para siempre. El apellido de “radical” de este feminismo alude a que busca la raíz de la dominación de los hombres sobre las mujeres.

Por otro lado, recupera principios del feminismo socialista: Federico Engels, en “Orígenes de la familia, la propiedad privada y el Estado” afirma que la sociedad patriarcal está ligada a la propiedad privada y a la sociedad capitalista. La sociedad patriarcal y el sistema capitalista se necesitan mutuamente: al sistema económico le interesa tener a los varones como fuerza de trabajo liberada de los trabajos domésticos y a las mujeres como fuerza de trabajo gratuita en la reproducción y en los servicios domésticos. Pero, además, no olvida que a la dominación de los hombres sobre las mujeres se superpone la dominación de clase de las poseedoras de los bienes de producción sobre las desposeídas.

El feminismo contemporáneo también bebe de la tradición anticapitalista de raíz libertaria, que pone los cuidados en el centro de la vida y la corresponsabilidad (no masculina y femenina en el seno de la familia, sino de forma más ambiciosa, en la comunidad humana) en la reproducción de la especie. Y en ello también se observa una ligazón con el ecologismo radical, que abjura de los conceptos de productividad e hiperconsumo contemporáneo, lo que puede llegar a ser una enmienda a la totalidad del sistema capitalista que ahora conocemos.

El feminismo actual, que es una reacción contra la frustración que ha provocado el liberal por no cumplir lo que prometía, por las fuentes de las que bebe, no sólo tiene la capacidad o, al menos, la intención de borrar los roles de género, sino que supone una enmienda a la totalidad a la sociedad de clases y al modelo económico contemporáneo.

Lógica la reacción de autodefensa del feminismo liberal en manos ahora de Ciudadanos. Lógica, también, la del Partido Popular, que ni siquiera acudió a la manifestación del 8 de marzo, quizás porque el suyo (o el de Casado) pueda ser aún el feminismo conservador.

El feminismo se dibuja como un proyecto transformador y alternativo a lo realmente existente. De ahí que la reacción esté siendo tan furibundo.

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