El libro Un feminismo del 99% es una recopilación de artículos de diversas autoras. Su particularidad reside en el hecho de que forman un coro bastante armónico, trazan un cuadro en el que las piezas encajan. Se puede leer, no para apreciar diferencias en los discursos o contradicciones en los puntos de vista, sino más bien para componer un conjunto coherente.
Para armar un puzzle es importante poner primero todas las piezas que forman el marco del cuadro. El artículo de Clara Serra nos las ofrece. Un feminismo del 99%, expresión que indica que se quiere que este movimiento sea una corriente mayoritaria, tiene vocación hegemónica, debe triunfar sobre el sentido común imperante. Serra establece dos momentos del ascenso de un movimiento con esas pretensiones: el momento del significante vacío y el momento de la asignación de significado.
Para obtener un significante vacío, no hay que proceder a vaciarlo sino a llenarlo, es decir que “feminismo” sea una palabra que cubra un amplio espectro de prácticas, ideas, posiciones, algunas de ellas contradictorias entre sí. El feminismo, como justamente dice Silvia López Gil, siempre ha estado acompañado de debates entre posiciones diversas. Ahora bien, se trata de no dejarse arrebatar, por ejemplo, elementos de un feminismo para oponerlos a otro: Nuria Alabau nos cuenta que en las filas de la ultraderechista Marine Le Pen, alguno de sus ideólogos ha establecido que el feminismo socialista e igualitario es el que sigue a Simone de Beauvoir, mientras que el feminismo identitario, que promueve políticas de reconocimiento basadas en la diferencia más o menos esencialista, se basa en Luce Irigaray. La ultraderecha supremacista se coloca a favor de la diferencia sexual porque odia la igualdad, pero nosotras no debemos dejarnos robar el pensamiento de Irigaray. (Se sabe que cualquier libro, frase o argumento parcial puede ser utilizado como un arma o como un instrumento: ¿acaso los filósofos se rindieron porque Hitler usaba el bastón con el que Nietzsche se apoyaba en sus paseos por la montaña?)
Puede existir igualmente la tentación de separar como orillas que no se encuentran las políticas de la redistribución o políticas de clase, de las políticas de reconocimiento de derechos a colectividades. Creo que el prólogo de este libro, escrito por Nancy Fraser, nos advierte de este peligro. Postula Fraser que, en el feminismo del 99%, las lógicas de redistribución y de reconocimiento se pueden encontrar. Y sin duda Butler estaría de acuerdo: la crítica feminista a un modo de vida no puede separar la economía de la cultura.
María Castejón pone el acento en la visibilidad del feminismo en los medios de comunicación y en las redes sociales. Ciertamente es otro signo del significante vacío el hecho de que parezca que está de moda. Y este aspecto ayuda a entender el gran éxito del 8 de Marzo del 2018. Las periodistas hablaron de feminismo, hicieron huelga, se identificaron con las consignas del #MeToo. Las actrices norteamericanas encontraron eco en el mundo del espectáculo en nuestro país. Las camisetas y la publicidad tomaron en consideración la aparición de un nuevo nicho de mercado gracias al “feminismo”. Los blogs, muchos de los cuales hoy en día cumplen el papel de lo que fueron los grupos de autoconciencia de los años 70-80 del pasado siglo, se activaron con espíritu militante. Las series -como “El cuento de la criada” o “Big Little Lies”- han popularizado puntos de vista antipatriarcales. Un río revuelto, en efecto, en el que caben cosas muy diferentes, pero todas ellas han contribuido a desplazar, a modificar el sentido común. Un ejemplo que pone de relieve Justa Montero: al margen del seguimiento de la huelga de cuidados y de consumo que se convocó para el 8M, lo bien cierto es que nunca más se podrá utilizar la llamada a una huelga general, si esta no contempla que, para ser de verdad general, tiene que tener en cuenta al trabajo no productivo de los cuidados. Y eso a su vez ha servido para hacer visible que ese trabajo existe y es grandioso.
El segundo momento del ascenso revolucionario del movimiento feminista, siempre siguiendo a Clara Serra, tiene que hacer aterrizar el significante vacío y flotante en el suelo material -quizá más pegajoso, como dice Fefa Vila- de las demandas. Estas demandas -escuelas infantiles, servicios públicos, reparto de los cuidados, modelo productivo, etc- pueden ir a remolque del significante vacío “feminismo”, cuando este ya ha devenido atractivo en el conjunto de la sociedad.
Tatiana Llaguno se apoya en los escritos de Wendy Brown para señalar que el feminismo puede establecer una nueva subjetividad que desmonte el paradigma individualista del neoliberalismo. Existe un fundamento para una nueva ciudadanía. Una subjetividad que nazca de la idea del “estar juntos” que propone Hannah Arendt, de construcción de un mundo común en el que relacionarnos, un mundo en el que nos sabemos vulnerables, cuerpos vulnerables. Silvia López Gil afirma que el feminismo trabaja a partir de la idea de que la política pasa por el cuerpo y está conectada con los procesos vitales. Eso indica que la sostenibilidad de la vida tiene que ser el centro de una nueva organización socio-económica.
Con buen criterio, Clara Serra afirma que se trata de llegar a hacer un feminismo anticapitalista aunque no haga falta proclamar que lo sea a los cuatro vientos. Me ha recordado el punto de vista de una filósofa sensata, Simone Weil, cuando argumentaba contra las banderas, que de lo que se trataba no era de agitar proclamas o eslóganes anticapitalistas, sino de encontrar aquellas medidas, aquellas leyes cuyo ejercicio consiguiera cambiar un sistema económico y social. Pues bien, un mundo sostenible, donde la vulnerabilidad de la vida sea el centro, en el que todos y todas seamos conscientes de nuestra mutua dependencia, es lo que puede estar en las aspiraciones de un feminismo que no necesita declararse de izquierdas, ni ecologista, ni anticapitalista, para serlo.
Silvia López Gil entra en diálogo con Germán Cano para determinar cómo puede ser la transformación de los hombres que entiendan y compartan las aspiraciones feministas. Y dice algo que vale la pena reflexionar: que no hay que educar a los hombres sino contagiarlos. La educación se basa en la razón, el contagio en el deseo. No queremos hombres que defiendan las razones del feminismo, no los necesitamos para hablar alto y claro. Feminizarse no es disfrazarse, “hacer como”. Si los hombres se dejan contagiar llegarán a ser otros, diferentes, fruto de un devenir, como encuentro entre dos reinos: aparecerán figuras humanas nuevas. Necesitamos hombres que sepan callar cuando hay que callar, que sepan invisibilizarse cuando no les toca estar en primera fila, que estén de otro modo en su relación con el mundo.
El puzzle terminado ofrece una figura: es una bitácora. Hemos salido de puerto, agarremos un cuaderno de bitácora para apuntar las incidencias y no volvamos atrás, aunque la navegación sea difícil. En nuestro caso, tenemos un mundo delante que deseamos que cada vez más se parezca a nosotras.