1.
Lee a Violeta Gil y a Marguerite Duras.
Escribe Violeta: “de un hotel hago mi casa de mi casa un / hotel / dónde vivo y dónde pienso. Dónde soy / hago de mi vida un hotel / en casa no vivo, no soy, no pienso”.
En la televisión las cifras de los escaños brincan en la pantalla. Hay expectación primero, alivio más tarde; una cierta calma de sosiego. Pero las cifras no paran de brincar, un poquito arriba, un poquito abajo.
Se estabilizan al final. Y hay muchos discursos. Algunos desenfadados, otros menesterosos, los menos apesadumbrados. En general, más o menos todos aceptan su destino.
No hay lágrimas, a lo que parece.
Escribe Marguerite: “Para mí, escribir era como llorar. No hay libro alegre sin indecencia”.
2.
Sigue leyendo a la Duras.
Escribe ésta en Yann Andréa Steiner: “A veces escribo cosas que no comprendo. Las dejo en mis libros y las releo y entonces cobran sentido”.
3.
Él también está escribiendo. Afortunadamente. Aunque no sabe qué quedará de todo ello. Son demasiados libros perdidos, novelas, novelas cortas, libros de relatos. Textos que no encontraron nunca a sus lectores; textos a los que jamás se les posibilitó la audiencia de un público. Textos olvidados en demasiadas mesas de editores.
No en la slush pile. Sino en la condescendencia olvidadiza de tantos y tantos editores
[Los conoce. A muchos de esos editores; no se lo tiene en cuenta, sin embargo]
Por eso puede que pase lo mismo con este nuevo ¿libro? Aun no sabe su composición, estructura, forma, aliento y alcance.
Nadie nunca sabe nada.
Mas le apetece, necesita y goza ahora de esta nueva regeneración de la escritura, después de tres años terroríficos.
La escritura es como el amor, que nunca cae mal.
Como un amor ecuménico, generalista y poco definido. Pero amor, al fin.
Así es la escritura, se dice, piensa, rumia o sueña.
Y cruza los dedos.