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Mientras tantoSiempre tarde

Siempre tarde


Anochece Madrid envuelto en una vibrante marea de luces, como intentado llamar aún más mi atención. Y esa atención se centra ahora en los pliegues de mi vestido rojo y, compulsivamente, en el reloj y en la cita retrasada. El bulevar de la Castellana se va quedando poco a poco atrás, mientras el bus que me ha tocado, de los pocos aún viejos que hay en la ciudad, parece ajeno a mi urgencia. Las marquesinas van pasando de largo y me veo reflejada en ellas como si fuera yo la que anuncia las rebajas. Voy tan abstraída pensando en esa cita que apenas me doy cuenta en lo rápido, imparable, que pasa el tiempo cuando se tiene prisa: y es que odio esperar. Odio a esa gente impuntual por naturaleza, esa gente que donde quiera que vaya le gusta hacer una entrada triunfal, como si salieran de una tarta, como divos de Hollywood a los que aplaudir a su llegada, sea en una fiesta o en una reunión de vecinos. Pero esta noche, a poco que el autobús siga con este desesperante ritmo cansino, seré yo quien llegue tarde, quien haga esa entrada triunfal que tan poco me gusta en los demás y que aún más odio protagonizar.

Sin querer me siento un poco como aquella Marilyn Monroe, tardona compulsiva, que adoraba llegar tarde a entrevistas, cenas y rodajes, encerrarse enigmática en su camerino, ausente al nerviosismo de sus compañeros de película. Cuánto más se hacía esperar más deseada y querida se sentía… Y aún así la comprendo: a veces una necesita valerse de esos trucos, pataletas infantiles, pequeñas o grandes tretas para sentirte importante, para llamar la atención, un poco como el que despierta en una cama que no es la suya y juega a ser una princesa de folletín, aún sabiendo bien que ese es un papel que le viene muy grande.

Ya veis, la noche me ha pillado revolviendo fantasmas del pasado como quien revuelve calcetines, entre los cajones de una vieja cómoda, buscando fórmulas para escapar del nerviosismo mientras me acurruco mentalmente en mi asiento. Se que sirve de poco preocuparse y sin embargo las imágenes de viejos momentos se remueven en mi cabeza, susurrándome al oído, que no, que nada ha cambiado, que todo sigue igual, que pese a los años soy la misma de siempre… la misma de aquel viejo sueño, que tanto se repetía, aquel en el que viajaba en un autobús descapotable sin rumbo, y mi fotografía coronaba lo más alto de la Gran Vía o la de aquella cita, en la que intentando estar arrebatadora, llegaba tarde y él ya no estaba… sueños y sueños dormida, despierta… sueños en los que sueñas que soñabas… días que se me escapan de las manos y que ruedan por el suelo.

Tal vez por eso, por estos plantones que me ha dado la vida, no me gusta dejar nada para el último momento y huyo de esa improvisación de última hora que nos tienta con su falsa despreocupación. Procuro hacer las maletas con la suficiente antelación cuando me voy de viaje, pago mis deudas siempre a tiempo, y pocas veces he dejado para el último día mis obligaciones fiscales aún cuando fuera lo menos apetecible del mundo.

Todo a tiempo, en su punto. Y sin embargo, lo que es la vida… paso revista y me doy cuenta de que ni el mejor reloj suizo, como aquel del que colgaba Harold Lloyd, ha impedido que haya llegado tarde a las cosas realmente importantes de mi vida: los primeros escarceos, besos, ese amor que parecía de verdad, el trabajo que me haría crecer… esta misma escritura, comenzada a destiempo y que aún no sé si finalizaré a tiempo… Porque a veces me siento tan a gusto en mi mundo que se me olvida que tengo que salir a luchar con coraje, con valentía y dejar de lamentarme como lo hago ahora, si quiero conseguir ganarle la batalla al reloj. Y es que, hay quien se lanza al ruedo de la vida sin pensarlo mucho, a capotazos impulsivos, valientes y vitales, ajenos al miedo, y quien ve los toros desde la barrera, como yo hasta hoy.

Los que estamos a este lado de la vía, esperamos y desesperamos plantados siempre en el mismo andén, en el andén equivocado, viendo pasar ese tren, cargado de oportunidades, de besos puntuales y de alguna promesa cumplida que se escapa… Y pienso: ¿llegaré algún día a subirme en ese tren antes que pase otra vez de largo? Mientras espero a que las respuestas lleguen, aquí sigo, mirando una y otra vez el reloj en este autobús que me lleva tarde a una cita donde alguien me espera otra vez, Castellana abajo.

 

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Foto: Harold Lloyd

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