“Con un picorcillo acre y doloroso, abrió Alfanhuí los ojos a la ceguera”
Rafael Sánchez Ferlosio, Industrias y andanzas de Alfanhuí
Si se pudiera impugnar
al gran herrero del tiempo
volvería a ser yo menos malo
y esperaría a Rafael
a la puerta del número 40
de la calle de Miguel Yuste
para sentarnos
y pasar horas innumerables
ante aquellas viejas pantallas de letras verdes
como la ciencia ficción
Atex donde empezamos a vislumbrar el futuro
y a dejarnos comer los ojos por él
y repasar
cada una de las palabras
que del papel volandero de los periódicos,
por él siempre tan queridos,
iban a engrosar
un libro de tapas blancas y blandas
como obleas, que por naturaleza,
y antes de ninguna consagración,
son laicas,
y que habrían de ponerse sepia, gris,
que serían
La homilía del ratón
y que en su frontispicio
atesora
una de las más hermosas,
y conmovedoras,
dedicatorias
de las letras españolas:
“A la memoria
de quien más he querido en este mundo,
Marta Sánchez Martín,
que tantas veces metió baza en estas páginas,
con su palabra aguda y redicha
como una campanita de convento,
que, a despecho del mundo,
todavía me sonaba a amanecer”.
Fue entonces
corría
(no es una forma de hablar)
el año 1985
cuando empecé a quererle.
Como siempre cultivé
la cautela del cobarde
nunca quise tener hijos
y por eso nunca sabré
cómo se resiste
cómo se remonta
el curso de la vida
cuando se pierde
primero un hijo
de siete meses
más tarde una hija
de veintinueve años…
Fue gracias a ella
que Rafael dejó la caza
que tanto le gustaba:
“perdices, conejos, patos,
fochas, tórtolas,
becadas, zorros”,
como anota,
implacable,
su biógrafo.
Cuando Marta le preguntó
qué mal le habían hecho
esos animalitos,
Rafael colgó la escopeta para siempre.
Como acabaría dejando
de ir a los toros,
“no por compasión de los animales,
sino por vergüenza de los hombres”.
A su pesar
como tantos otros
caí deslumbrado por un río
que al contar un país y una época
me contaba
y no he dejado después
de buscar ese Jarama
en otros ríos,
en otras palabras,
con menos fortuna.
Pero aquella fama
de un Nadal
que no había empezado
como casi todos los premios
a envilecerse
y de lo que supone
tantas veces en España
la vida literaria
le hizo apartarse
para no tener que interpretar
el “grotesco papelón del literato”.
En el zurrón de Alfanhuí
viajan revueltos
como su pelo
Kafka y Leopardi,
la hondura
y el falso prestigio de la profundidad,
la paradoja, el resuello y el campo,
los animales, la palabra,
la gramática,
devanarse los sesos, la pena,
los niños, la ternura, la humildad rabiosa,
la oscuridad, la bondad y el desaliño.
La amistad.
La máquina de escribir, y el tren.
Detesto el deporte
y las penosas fiestas populares
casi tanto como él,
y como él la guerra, la patria,
el nacionalismo, el lugar común, la pompa,
la publicidad, las apariencias, los majaderos
y la tuna…
y aunque gracias a Demetria
logré que una vez me concediera una,
en papel cuadriculado
DIN A-3 de su puño y letra
que conservo como oro en paño
aunque no sé dónde,
comprendo y comparto su desdén por las entrevistas,
porque no es fácil
comunicarse con nadie
porque no es fácil
estar de verdad con alguien.
Como Simone Weil
tenía Rafael algo de santo
aunque sé que le disgustaría
tratamiento tal,
pero es que austero
desdeñoso de atuendos y afeites
llevó sus convicciones
a su conducta
trató de vivir como pensaba
y no a la inversa,
como tantos fingidores.
Criticó las cajas vacías
de los que producen
trabajando para cebar
una cadena de montaje
que es una cadena existencial
que quiere dar sentido
a algo que no tiene más
que el de la propia producción
de bienes que no necesitamos.
Rafael fue la prueba viva
de que ser no es tener.
Si luchó fue
por una existencia
sin necesidades.
Todo lo contrario de
“la mirada tonti-astuta
de un gatazo castrado y satisfecho”,
aquel Felipe González
que aprendió de Deng Xiaoping
que “gato blanco o gato negro, da igual;
lo importante es que cace ratones”.
Radiografía moral
de un político y de un país.
Porque, como escribió Rafael,
“vendrán más años malos
y nos harán más ciegos
vendrán más años ciegos
y nos harán más malos.
Vendrán más años tristes
y nos harán más fríos
y nos harán más secos
y nos harán más torvos”.
Y, tristemente, por ahí seguimos
sembrando esa cosecha
de odio y miedo.
Muchas veces he pasado
ante la casa que compartió
con Carmiña Martín Gaite,
donde se encerraba noches enteras a escribir
aguijado por las anfetaminas
en busca de una sintaxis
que fuera
como una cuenca fluvial
un relato que nos permitiera entender
el sentido del mundo.
Como quiso Kafka
ella le dejaba una bandeja con comida
junto a la puerta
de un cuarto oscurecido
donde no entraba un átomo de luz natural
para que el único rayo fuera
el de la escritura.
Porque a lo que él aspiraba
sobre todo
era a dedicarse
al estudio y al silencio,
pero sin dejar de prestar atención
al mundo,
a separar las voces de los ecos,
el valor del precio,
la verdad de las mentiras.
No deja de ser extraño
que en el número 15
de la madrileña calle de Antonio Arias
tuviera su sede
la editorial Nostromo.
En ella publicaría Rafael
Las semanas del jardín
en ella trabajaría
La Torci, Marta.
A veces, apoyado en su cachaba
“embutido en un abrigo atado con una soga,
con el pelo largo y sucio,
un jersey lleno de rotos”,
como cuenta el biógrafo,
pasaba Rafael a ver a su hija
y con los amigos de la editorial
tomaba un aperitivo en un bar de al lado,
que sin duda será El Paleto.
Y digo que no deja de ser extraño
porque a nuestro regreso de Nueva York
en el número 15 de la calle de Antonio Arias
armamos nuestra casa.
Alguna vez he confesado
con algo de vergüenza
todo sea dicho
porque como el propio Rafael
yo también he sido muy tímido
que
me hubiera gustado
que
de alguna forma
fuera mi padre.
Ojalá hubiera sabido querer al mío
como él al suyo.
Ojalá hubiera sabido el mío
quererme como el suyo.
Hicimos lo que pudimos.
Ahora ya es tarde para remediarlo.
También para abrazar a Rafael
como no le abracé en vida
aunque él
como Demetria
sabía
que le quería.
Pero como se quieren
los extremeños
y los castellanos
los portugueses
y los gallegos
y los romanos
discretamente
sin alharacas
sin grandes efusiones sentimentales
a distancia
con pocas palabras
mucha escucha
y toda la memoria del mundo,
la que ya nos acompaña
orillas del Jarama
río arriba del tiempo
y las palabras,
por el paisaje
los animales
y los niños.
De la mano de Alfanhuí,
que “vio perderse a los alcaravanes
y su nombre también
se perdía y se quedaba,
silencioso,
en el aire”:
“Al-fan-huí, al-fan-huí, al-fan-huí”.
“Ra-fa-el, ra-fa-el, ra-fa-el”.
Madrid, 30 de junio, 2019
Con mi agradecimiento a J. Benito Fernández, autor de El incógnito Rafael Sánchez Ferlosio. Apuntes para una biografía, el biógrafo, que tanto me ha ayudado a recordar y entender mejor y a querer aún más a Rafael.