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El idiota


Pamplona en San Fermín es un buen lugar para avistar idiotas. Es parecido a acudir a contemplar los atunes en Barbate o salir a ver a las ballenas desde Santurce. Es difícil encontrar en el mundo un fenómeno natural con semejante número y calidad de idiotas. San Fermín podría ser la almadraba de los idiotas, es decir, una pesca tradicional de idiotas no invasiva y respetuosa con la naturaleza y la especie.

Por eso cada año vuelven los idiotas renovados. Es un ciclo de la vida, como el de las ballenas y los atunes y los feriantes de los pueblos. Desgraciadamente, el idiota viene con la tragedia rondándole. No pocas veces la tragedia se ha llevado al idiota, o por culpa del idiota a quien estaba a su lado, pero el idiota suele también traer consigo una enorme suerte de idiota, de esas suertes tan irritantes por la fuerza de la idiotez que mayormente producen ganas de quitársela a bofetones.

Los encierros de San Fermín son como esos flujos animales multitudinarios, como la migración de los herbívoros en el Masai-Mara, pero de apenas unos pocos minutos de duración. En ellos corren cuidadosa y respetuosamente los profesionales y los aficionados cabales, y corretean los idiotas. Al principio es difícil distinguirlos entre la muchedumbre. Todos parecen iguales hasta que el idiota acaba siempre destacándose imperiosamente.

¡Por allí resopla!, he gritado esta mañana desde mi mástil. Ha sido uno de los más grandes idiotas de los últimos tiempos. Tanto, que me ha hecho olvidar al resto de idiotas que unos minutos antes se movían por allí con grandes posibilidades. Ignoro que idioteces han podido cometer estos, sin duda estupendas idioteces que sin embargo han quedado inevitablemente eclipsadas por la mayor.

Este idiota se ha detenido en medio de la carrera para hacerles una foto en primer plano a los toros que se abalanzaban sobre él. Claro, al idiota no le ha dado tiempo a escapar. Ni siquiera le ha dado tiempo a posicionarse, y, mientras trataba de zafarse corriendo a lo ancho en vez de a lo largo (aumentando aún más, si cabe, el peligro para todos), un cabestro lo ha derribado de certero e involuntario golpe con la testuz.

Luego el idiota ha desaparecido bajo las pezuñas de los toros, que lo han pasado por encima, todos, como las cuadrigas a Mesala, dejando una piltrafa inerte sobre los adoquines de Estafeta. Pero este idiota, un estadounidense de Chicago de cuarenta y dos años, sólo ha sufrido una contusión craneal leve y una contusión en el hombro gracias a la proverbial suerte del idiota, por lo que puede que el año próximo regrese (si no lo hace mañana), o si no los amigos, familiares o conocidos impresionados por las hazañas del idiota, cuya vida siempre acaba por abrirse camino.

 

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