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ArpaLo que quiero ser

Lo que quiero ser

LAURA PÉREZ VERNETTI

 

Este verano el diario El País nos ha entregado cada día un cuento erótico que ha estado siempre ilustrado por Laura Pérez Vernetti (Barcelona, 1958), a la que muchos, y nos sobran razones, consideramos la mejor dibujante de esta temática, lo que a veces (así es la generalizada estrechez de miras) ha pesado demasiado como etiqueta sobre sus encargos.

       Miembro del primer equipo de la emblemática revista El Víbora, su verdadera grandeza estriba no tanto en esa capacidad única para distanciarse de la mirada banal y pornográfica a la hora de abordar las escenas sexuales (desde El toro blanco, con guión del escritor francés Lo Duca hasta sus trabajos en solitario o con Antonio Altarriba: Amores locos o El brillo del gato negro), sino en el hecho de ser uno de los pocos creadores que conozco dispuesto a asumir el riesgo de conferir a cada relato el estilo que precisa, en vez de haberse acomodado en un único y reconocible grafismo.

       Laura ha trabajado con algunos de los mejores guionistas del medio, como los citados, u Onliyú o Carlos Sampayo, por ejemplo. Y yo tuve la gran fortuna de que se embarcara conmigo en un álbum que se adentró en la oscura biografía de uno de los grandes cantaores flamencos, que desgraciadamente no nos dejó grabación alguna, Macandé, y en algunos relatos de menor envergadura, pero no de inferior intensidad.

       A la espera de que en el próximo mes de octubre aparezca el trabajo más ambicioso que juntos hemos emprendido hasta la fecha, Sara servito, con el trasfondo de la decadencia veneciana en el siglo XVIII, he querido recuperar una obra de 8 páginas que se recopiló en su libro antológico Las habitaciones desmanteladas y que, debido a problemas de la imprenta, apareció sin algunos de los bocadillos. Será la primera vez, por tanto, que se pueda leer completo este relato en el que yo, como el lector descubrirá, tenía in mente mi rechazo a las fórmulas que algunos cineastas, como Tarantino, exprimen hasta la saciedad y que me hacen añorar la escueta y escalofriante sobriedad con que otros directores, como Siegel o Aldrich, abordaban la violencia.

 

Felipe Hernández Cava

 


 

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