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AcordeónEl mapuche Caupolicán y el mito

El mapuche Caupolicán y el mito

 

Estatua del caudillo mapuche Caupolicán, realizada por el escultor Nicanor Plaza. Grabado de Antonio Camacho, publicado en Madrid en 1877.

Caupolicán, héroe de resistencia durante la conquista española en Chile, ha sido homenajeado por diferentes autores y épocas según los intereses y preferencias de cada movimiento literario. Desde sus orígenes, en los siglos de oro, hasta la actualidad con la poesía mapuche en lengua castellana se rememoran los orígenes de la historia de Chile. El último Congreso de la Lengua Española en Argentina en marzo ha dedicado uno de sus espacios a la poesía de las lenguas originarias.

La primera vez que aparece Caupolicán es en La Araucana, libro del escritor español Alonso de Ercilla publicado en 1589. Relata en forma de poema, a través de octavas reales, el desarrollo de la guerra araucana contra los españoles en los años de la conquista de Chile. La contienda la presenció el autor en primera persona, pues embarcó hacia América en el año 1555 y fue testigo y actor en ella desde abril de 1557 hasta fines de 1558, cuando fue desterrado a Perú. Año y medio como cronista y participante al lado de García Hurtado de Mendoza, gobernador de Chile en 1556 después de la muerte de Jerónimo de Alderete.

El mismo gobernador es pocos años después protagonista en El Arauco domado (1596), del chileno Pedro de Oña, quien se vuelca a favor del bando español al presentar a García Hurtado de Mendoza como héroe principal de la batalla frente a los héroes colectivos de ambos bandos –los dos ejércitos– en la obra de Ercilla, tratados casi en igualdad de condiciones, pero con matices: aunque los españoles son descritos como más expertos en la guerra, no se presentan como seres superiores. Además, Ercilla se sitúa muchas veces al lado del indio igual que Bartolomé de las Casas durante la conquista.

Caupolicán fue el héroe popular entre chilenos, elegido por los guerreros como jefe o toqui, después de ganar una prueba de fuerza al levantar un tronco durante el máximo tiempo posible. Lo sostuvo durante dos días, tiempo que Ercilla consigue alargar a través de elementos que marcan el transcurso de las horas como la aurora, la salida del sol, el ocaso, las estrellas o la luna.

Sin embargo el autor duda sobre la veracidad del hecho: “…están en duda muchos hoy en día,/ pareciéndoles que esto que he contado/ es alguna ficción y poesía…”, y cree que no cabe en la razón de nadie tal prueba de resistencia. Este episodio se ha convertido en la leyenda de Caupolicán y muchos historiadores coinciden en que el personaje fue inventado por Ercilla, quien al igual que hizo con Caupolicán repitió con otros personajes, como Rengo, Tucapel o Colocolo. Caupolicán se construyó entre lo real y el mito, al lado del cacique Lautaro, que sí fue auténticamente histórico y quien ordenó asesinar a Pedro de Valdivia en la batalla de Tucapel (1553). Aparte de la crónica vivida, hay también episodios donde Ercilla da rienda suelta a la imaginación con expresiones como “Cuentan, no sé si es fábula…” (canto XXI), fiel a las lecturas de la Poética de Aristóteles. Incluyó además en su obra narraciones mitológicas, como la aparición de la reina Dido, aunque sin Eneas, además de narraciones fantásticas (un monstruo marino que ataca a la madre de Gualemo, guerrero araucano) o el mago Fitón, en el canto XXVI.

Ercilla dota de acento poético a los indios, envueltos en sucesos fantásticos y ficcionales, mientras que la vertiente histórica la reciben los españoles, envueltos en sucesos verosímiles. Esta diferenciación le confiere un carácter exótico al indio, que más tarde en el modernismo emplearán autores como Rubén Darío.

En el canto I se menciona al “ingrato pueblo castellano” mientras que en el canto II Ercilla califica a los españoles como seres mortales y no dioses, a diferencia de los caciques araucanos quienes, como Caupolicán, están dotados de cualidades extraordinarias. Caupolicán es “áspero y riguroso, justiciero;/ de cuerpo grande y relevado pecho,/ hábil, diestro, fortísimo y ligero,/ sabio, astuto, sagaz, determinado/ y en casos de repente reportado”.

La superioridad española aparece en este segundo canto al presentarse a los indios como osados, quienes “pagaban el poco seso y mucho atrevimiento”, los que desprenden fuerza, exotismo y poesía, pero no inteligencia. El héroe Caupolicán es en el canto X organizador e impulsor de los juegos deportivos (como los de Grecia y Roma). Anima a los suyos a participar en la guerra advirtiendo también a los indios de que sus leyes están oprimidas. El liderazgo y heroísmo de Caupolicán aparece reiteradamente, pero a la vez se justifica la ocupación española. Es descrito en los cantos siguientes con alusiones como El gran Caupolicán (canto XXI) o El bravo general Caupolicano (canto XXV, en el contexto de la batalla de Millarapue).

Como personajes históricos en esta segunda parte aparecen españoles que militaron victoriosos en la batalla de Lepanto y de San Quintín. Como parte ficticia, el autor incluye algunos episodios pastoriles –la moda en la época– entre algunas parejas de indios. No aparece aquí Caupolicán, pero sí estará presente en un locus amoenus totalmente idílico con su amante Fresia en la obra El Arauco domado, de Pedro de Oña (Canto V): “Estaua a la sazón Caupolicano/ En un lugar ameno de Elicura/ Dó, por gozar del Sol en la frescura…”. A partir de esta octava se recrean ambos en una floresta mediante una escena erótica dentro del agua, rodeada de efectos sensoriales, naturaleza virgen e idealizada, un espacio idílico, exótico, libre e ideal para los amantes. Es un Caupolicán de rasgos míticos calificado con atributos de héroe y con fama de valiente guerrero.

En la tercera parte de La Araucana, de solamente ocho cantos, la imagen de Caupolicán se va transformando hasta que es traicionado por un indio soldado en el canto XXXIII. Este revela a los españoles su paradero, de modo que lo capturan prisionero. Comienza así la decadencia del cacique: “… que fue mucho mayor que la subida/ la miserable y súbita caída”.

Ercilla proclama ahora su último discurso con una confesión de Caupolicán sobre el asesinato a Pedro de Valdivia. Cabe la posibilidad de rendirse y convertirse al cristianismo si obedece al rey. Finalmente es condenado a morir empalado. Lo dirigen a su lugar de ejecución descalzo, arrastrando dos cadenas y con una soga al cuello hasta llegar al tablado donde muere sereno y estoicamente. Ercilla se refiere a su muerte como un “bárbaro caso referido”. Además, algunos no creían el suceso pensando que era “cosa de sueño o fantasía”. Desaparecido Caupolicán, la faceta exótica y fantástica de la narración se ha esfumado con el personaje.

Las mujeres de El Arauco domado son compañeras fieles, pero son viscerales, iracundas y salvajes. Fresia se llena de furia y cólera ante la marcha de Caupolicán a la guerra, mientras que Gualeva, amante de Tucapel, se encoleriza e inicia su lamento, como una cantiga de amigo medieval, llorando la ausencia del amado en primera persona (canto VII): “Yo sola me deshago en mi lamento, / y nadie puede en él acompañarme, / Que amor quitò (por mas atormentarme)/ De todos, para dármelo, el tormento”. La reacción colérica de la mujer se ve también en la Fresia creada por Ercilla, quien arremete contra Caupolicán con toda clase de humillaciones cuando lo apresan, dudando de su valor como guerrero e incluso arrojando con ira frenética a su hijo contra él.

La temática araucana se ha representado también en el teatro del siglo oro. Lope de Vega, en su comedia Arauco domado, por el excelentísimo Señor Don García Hurtado de Mendoza crea a un Caupolicán guerrero y protagonista entre los araucanos. Lope ambienta la escena del baño entre Fresia y él, donde Caupolicán dice de él mismo: “Yo soy el Dios del Arauco, no soy hombre”, mientras ella lo llama “señor de hombres y fieras”. Siempre alentará a los araucanos a hacer la guerra en momentos de debate entre guerra o paz. El dramaturgo siempre muestra las ganas de libertad de Caupolicán y la resistencia a la opresión española; por otro lado, crea una comedia acerca del canibalismo. En un momento de la obra el militar español Rebolledo, apresado por los nativos, bromea sobre cómo va a ser asado (sin sal) hasta inventarse que tiene una enfermedad “que se vierte por sus venas como un veneno”, con el fin de que no se lo coman. La comedia también se acentúa con un flirteo entre Gualeva, la india amante de Tucapel, y el rey Felipe (Acto II).

Alonso de Ercilla aparece como personaje que dialoga con el rey, con Hurtado de Mendoza y con los soldados españoles, siempre desde el punto de vista de la misión cristianizadora. La propaganda es visible con García Hurtado de Mendoza, como ocurre en El Arauco domado de Pedro de Oña, junto al tema central del cristianismo y la civilización española frente a la barbarie araucana incivilizada. Mientras, el hijo de Caupolicán, Engol, se autodefine como Hijo del Sol hasta que capturan a su padre, cuando entonces hablará de él como “cobarde afeminado”.

En la época de fin de siglo dos autores modernistas que escriben sobre Caupolicán ven al indio héroe como un personaje de fuerza sobrehumana al recrearse de nuevo en sus sonetos en el episodio del tronco. Caupolicán es un personaje extraordinario en Rubén Darío y en José Santos Chocano. Es un héroe de leyenda en el primero, siguiendo la estética modernista, y en Chocano, dentro de su soneto publicado en Alma América (1906) se interpreta al indio desde una postura de orgullo y autoafirmación al principio del poema, pero que finalmente se rinde ante el esfuerzo y por tanto, todo sigue igual: “Andando, así, dormido, vio en sueños al verdugo:/ él muerto sobre un tronco, su raza con el yugo, / inútil todo esfuerzo y el mundo siempre igual”.

Darío incluyó este soneto con otros dos más (‘El sueño del Inca’ y ‘Chinampa’) en el diario La Época de Santiago de Chile, en noviembre de 1888, bajo el nombre de ‘Sonetos americanos’, y más tarde se publicó en Azul, en la edición de Guatemala de 1890. Los otros dos sonetos incluidos en ‘Sonetos Americanos’ cantan el motivo del indio siempre desde la perspectiva exótica, mítica, legendaria y guerrera.

Pablo Neruda reescribe al personaje en su Canto General (1950), dentro de la serie ‘Los libertadores’, desde el enfoque social de su poesía. Caupolicán ya no es un príncipe dorado, como se lee en el poema ‘Toqui Caupolicán’, sino que ahora es el árbol duro de la patria:

En la cepa secreta del raulí
creció Caupolicán, torso y tormenta,
y cuando hacia las armas invasoras
su pueblo dirigió,
anduvo el árbol,
anduvo el árbol duro de la patria (…)

El episodio de su muerte se describe en su otro poema ‘El empalado’, donde Caupolicán aparece como un árbol que se desangra frente a “carcajadas extranjeras”, los conquistadores. Años más tarde, Gabriela Mistral en su Poema de Chile (1967) incluye el poemaAraucanos’, donde no nombra a ningún héroe, sino que habla de los araucanos como gente brava:

(…)
Nómbrala tú, di conmigo:
brava-gente-araucana.
Sigue diciendo: cayeron.
Di más: volverán mañana.

Actualmente la poesía mapuche, dentro de una pretensión en las últimas décadas por recuperar las raíces culturales a través de organismos oficiales y no gubernamentales, canta al tema araucano como símbolo de identidad más que como solamente folclore. Existen antologías publicadas en ediciones bilingües en castellano y en la lengua mapuche (mapudungun), sobre todo desde la década de los noventa. Uno de los poetas de estas antologías, Karen Molfinqueo, recrea su visión de Caupolicán junto a otros guerreros:

 Guerreros mapuche
Lautaro, Caupolicán, Galvarino
necesitamos sus fuerzas
Escucho sonidos en la tierra
en la noche
cultrún, trompe
y sueños de libertad …[1]

 

Obras y autores citados: 

Ercilla, Alonso de, La Araucana, ed. Marcos A. Morínigo e Isaías Lerner, Madrid, Castalia, 1979.

Mistral, Gabriela, Poesía y prosa, Caracas, Biblioteca Ayacucho, 1993.

Neruda, Pablo, Canto general, ed. Enrico Mario Santí, Madrid, Cátedra, 1992.

Oña, Pedro de, El Arauco domado, edición facsímil de la ed. de Lima (Antonio Ricardo de Turín, 1596), Madrid, Cultura Hispánica, 1944.

Vega, Lope de, Arauco domado por el excelentísimo Señor Don García Hurtado de Mendoza (www.cervantesvirtual.com).

  

[1] Poeta participante en el Festival de poesía de Medellín (Colombia).

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