Si hay un paraíso en la Tierra, debe ser Costa Rica. Un país en el que buena parte de su territorio es un parque nacional o espacio natural protegido, que mantiene un alto nivel de vida, una longeva democracia, ha prohibido la caza y hace muchos años decidió disolver su ejército. Sus poco más de cinco millones de habitantes, ticos gustan llamarse, de los que tres viven en la capital, San José –una ciudad por lo demás prescindible ante las maravillas del país–, son extremadamente amables y han consolidado lo que alguna fundación ha definido como “la sociedad más sustentable y feliz de todo el mundo”.
Sin embargo, el 1 de julio el país amaneció literalmente colapsado, con las principales vías de comunicación cortadas por piquetes. La protesta fue motivada por la pretensión del Gobierno del joven y liberal presidente, Carlos Alvarado, de implantar de manera universal el 13% de IVA, hasta entonces restringido a algunos sectores. Los traileros, como les llaman aquí –un país sin tren ni otro transporte de mercancías–, lideraron una revuelta que se sumó a la huelga que los estudiantes de secundaria mantenían desde hacía algún tiempo para protestar por las medidas –o por la ideas– progresistas del ministro de Educación, Edgar Mora, que “violentaba la doctrina cristiana”, según los camioneros. Ya se sabe que la Iglesia católica se cree dueña del paraíso y el ministro fue cesado, lo que suscitó no la solución del problema sino su aplazamiento, sobre todo porque empezó un periodo vacacional y los estudiantes volvieron a sus casas. Algunos analistas compararon este movimiento multisectorial con el 15M español y con el de los ‘chalecos amarillos’ francés, una insatisfacción social ante las crecientes desigualdades y una clase dirigente cada vez más rica.
Un tico comentaba que, al carecer de ejército, el pueblo aquí sí que está empoderado porque cuatro líderes sindicales –sobre todo uno, muy popular en televisión, de apellido Albino– hacen su santa voluntad y consiguieron retrasar una medida inevitable y necesaria para atajar la insostenible deuda externa hasta que las grandes empresas logren recolocarse a refugio del nuevo IVA. Golpeará a las clases medias, profesionales y trabajadoras –transportistas, pescadores y agricultores sobre todo–, que siguen protestando estos días por las calles de San José. Alvarado, que ganó por sorpresa las elecciones en abril de 2018 con su Partido Acción Ciudadana, tiene una amplia trayectoria como luchador contra las desigualdades sociales, pero no es fácil combatir la unión de intereses empresariales, sindicales y multinacionales. Costa Rica es un país que ha sabido mantenerse a salvo de las tensiones centroamericanas desde sus orígenes.
En su cuarto y último viaje a América, Cristóbal Colón recaló aquí, cerca de Puerto Limón, después de que un huracán dañara su barco. Mientras lo reparaban se adentró en el territorio y vio los adornos de oro que llevaban los nativos, por lo que supuso que debía ser una costa de gran riqueza. Posteriores incursiones confirmaron, sin embargo, que los recursos mineros eran escasos y había poca mano de obra indígena. Hasta la década de 1560 no se asentó una colonia y el primer gobernador, Juan Vázquez de Coronado, tal vez porque la codicia no tenía cabida, prefirió pactar con los aborígenes que usar las armas. Costa Rica se convirtió en una provincia del virreinato de Nueva España, con capital en la lejana Guatemala, y los locales y los recién llegados vivieron en armonía en un terreno considerado por la metrópoli pantanoso y poco productivo.
Su felicidad se demuestra en que el país se enteró de su liberación un mes después de que se produjera, hacia 1821. Su primer Jefe de Estado, Juan Mora Fernández, lo guio durante casi una década y su mujer diseñó la bandera. Costa Rica es tan sobrenatural que todo cae del cielo o surge casi sin querer de la tierra y así, a mediados de siglo, llegó la riqueza cuando se comprobó que en las tierras altas se podía cultivar un extraordinario café, que causó sensación en Londres. Fueron los pequeños granjeros los productores, y no terratenientes, dada la complejidad del proceso, y la renta del país creció de pronto un 80% gracias al café, que sigue siendo aquí una delicia y una religión.
Junglas y ciénagas infectadas de mosquitos fueron desbrozadas hasta que se hizo necesario un ferrocarril para transportar el café a Puerto Limón, en el Caribe. El proyecto lo llevó a cabo un pionero, el estadounidense Minor Keith, que no terminaba la vía por un lado cuando tenía que volver al principio, es de suponer que ante la mirada curiosa de los ticos. Consiguió que el Gobierno le cediese los terrenos adyacentes a las vías para protegerlas y allí plantó bananas porque era la forma más barata de alimentar a los obreros. Hoy no quedan restos del ferrocarril, pero el país se transformó en un territorio bananero gestionado por la United Fruit Company, uno de cuyos fundadores fue Keith.
A partir de entonces no se libró de los conflictos que marcaron centroamérica los años siguientes y en buena parte arrastra hasta nuestros días, con el capitalismo y el imperialismo desatados y el nacimiento de movimientos de contestación comunistas y revolucionarios. Pero de nuevo la fortuna distingue a los ticos y en 1948, tras un levantamiento contra el fraude electoral, llega al poder José Figueres, que funda la segunda república. Hijo de inmigrantes catalanes cafetaleros, en sus tres periodos como presidente transformó el país: impuestos para los ricos, nacionalización de la banca e igualdad de derechos de las mujeres y de las minorías de negros, indígenas y chinos. Don Pepe, para el que el catalán era su lengua materna, es un ídolo del que se cuentan un sinfín de anécdotas y que suprimió el ejército, uno de los logros de los que más presumen los costarricenses [una entrevista con don Pepe puede verse en este link].
Granjero filósofo y profeta del desarme, sentó las bases del desarrollo ecológico y sostenible y los principios de justicia social que han mantenido mal que bien sus seguidores, entre ellos su hijo (presidente entre 1994 y 1998) y Óscar Arias, presidente de 1986 a 1990 y de 2006 a 2010, y Nobel de la Paz –que entre otros promovió su gran amigo Felipe González– por procurar la paz en los conflictos armados de la zona. Parece que Arias se ha librado de una acusación por corrupción, pero tiene varias cuentas pendientes en los tribunales por abusos sexuales. “No es lo mismo ir de visita al paraíso que haber nacido en él”, declaraba hace poco la escritora costarricense Catalina Murillo. A veces la tierra y sus habitantes se rebelan, como muestra este magnífico reportaje publicado recientemente en fronterad.
Está claro que las estructuras necesitan reformas urgentes, con una brecha social en alarmante crecimiento y una población pasiva que espera soluciones del Estado protector. La apuesta por el paraíso natural requiere un golpe de timón como el que supo dar don Pepe en su tiempo. Mientras, recorrer Costa Rica, de la costa del Caribe en la que desovan las tortugas hasta la explosión selvática de bahía Drake, pasando por el volcán Arenal, las alturas de Monteverde y la voluptuosidad de Manuel Antonio en el Pacífico, sigue siendo una de las mejores opciones que ofrece la Tierra.