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Mientras tanto"La corte del faraón", ¿por qué?

«La corte del faraón», ¿por qué?


Que en una puesta al día, actualización, versión o adaptación, llámenlo como les guste, lo único que funcione sean los antiguos mimbres que arropan lo nuevo dice bastante de la calidad de la propuesta que ha presentado Ricard Reguant en el 65 Festival Internacional de Teatro Clásico de Mérida. La corte de Faraón, zarzuela bíblica de Perrín, Palacios y Lleó estrenada en el madrileño Teatro Eslava en 1910, es ahora La corte del faraón, un pequeño cambio en el título que Reguant justifica arguyendo que se ha hecho para subrayar que lo que se ofrece, aun partiendo de la obra primigenia, es algo distinto. El divertidísimo y popular juguete sicalíptico –adjetivo que en aquellos tiempos del cuplé se usaba para definir las creaciones descarada y maliciosamente atrevidas en lo sexual– se concibió como una parodia de tomo y lomo de la Aida de Verdi con un trasfondo de lo que en su día se llamó Historia Sagrada, en concreto el episodio de la venta de José como esclavo por parte sus hermanos. 

El original es una resultona mezcla de zarzuela, revista y opereta. Reguant afirma que lo ha convertido en un musical, algo que, en su tercera acepción, el Diccionario de la Real Academia Española define como “género teatral o cinematográfico de origen angloamericano, que incluye como elemento fundamental partes cantadas y bailadas”. Sea lo que sea lo que se haya pretendido empaquetar, el caso es que no termina de funcionar ni como zarzuela, ni como revista, ni como musical. Las actualizaciones realizadas en el argumento, al parecer porque las alusiones picantes de otrora no escandalizan ahora, se resumen en un detalle que no sé si en nuestros días resulta particulamente escandaloso o transgresor: el faraón de la obra es una faraona travestida y pansexual, que retoma la conocida analogía sobre ostras y caracoles que en Espartaco (Stanley Kubrick, 1960) formula Craso, el personaje interpretado por Laurence Olivier. Los añadidos tienen poca gracia o revelan escasa imaginación. Como el recurso de hacer que un furibundo censor interrumpa la representación, que parece inspirado en la adaptación cinematográfica que en 1985 dirigió José Luis García Sánchez, con un inteligente y estupendo guión firmado por el propio director y Rafael Azcona (un respeto).

Itziar Castro, al frente del coro de la regadera (Foto: Jero Morales / Festival de Mérida)

Ya he comentado alguna vez que no defiendo que las versiones sean absolutamente fieles al carácter del original, soy partidario de la libertad absoluta siempre y cuando el resultado merezca la pena, y no es el caso. Hay, además, licencias que claman al cielo: el número “Al pasar de soltera a casada”, que ya contenía en su momento una poco soterrada coña antipatriarcal, no es interpretado por el tradicional trío de viudas sino por un cuarteto de –¡átenme esa mosca por el rabo!– druidas fundamentalistas ataviados con blancos capirotes de penitente o de miembros del Ku Klux Klan, quizás para hacer hincapié en que los consejos a la recién casada son bastante reaccionarios, como si hiciera falta destacarlo. Las alusiones políticas incorporadas –cada cual es libre de satirizar lo que quiera, por supuesto– son obsequiosas y pastueñas con la autoridad competente, pues solo hay pellizcos para Vox y Mariano Rajoy, mire usted por dónde. 

Al haber eliminado escenas, los adaptadores han agregado diversos elementos tomados de aquí y de allá, como El vals de la regadera (aquel de “Tengo un jardín en mi casa / que es la mar de rebonito, / pero no hay quien me lo riegue / y lo tengo muy sequito”), perteneciente a la zarzuela La alegre trompetería (1907), con letra de Antonio Paso y música de Vicente Lleó, y que cantaba Julia Fons, precisamente la soprano que estrenó La corte de Faraón. ¿No quedábamos en que las picardías del principios del siglo XX no funcionan hoy? 

La puesta en escena es sosa y el sonido resulta en ocasiones tan elevado que la música dificulta el entendimiento de lo que se canta. Hay que destacar, no obstante, el vestuario diseñado por Maite Álvarez y la actuación de tres excelentes actores y cantantes: Paco Arrojo (casto José), Javier Enguix (Putifar) e Inés León (Raquel), amén de la comunicativa y desbordante personalidad de Itziar Castro como un faraón/faraona que se lleva al respetable de calle, y la atractiva presencia de Celia Freijeiro (Lota), mejor de figura que de voz. 

Los espectadores, cierto es, se divirtieron mucho con la función, que Reguant cierra astutamente en alto con el número más conocido de la zarzuela, los famosos cuplés babilónicos, interpretados por todo el elenco acompañado por un público entusiasta que, en la noche del estreno, llenaba el recinto y aplaudió largo y tendido a los intérpretes y equipo artístico. 

Dicho todo lo cual, una pregunta para terminar: ¿qué pinta una zarzuela de 1910 en la programación de un festival de teatro clásico supuestamente de contenido grecolatino? 

Título: La corte del faraón. Autores: Guillermo Perrín y Miguel de Palacios (libreto), y Vicente Lleó (música). Adaptación: Ricard Reguant y Juana Escabias. Dirección: Ricard Reguant. Dirección y composición musical: Ferrán González. Letrista: Xenia Reguant. Iluminación: Luis Perdiguero. Escenografía: Pablo Almeida. Vestuario: Maite Álvarez. Sonido: Félix Botana. Dirección de producción: Juan Carlos Parejo. Caracterización y maquillaje: Pepa Casado. Coreografías: Cuca Pont. Intérpretes: Itziar Castro, Celia Freijeiro, Paco Arrojo, Inés León, Joan Carles Bestard, Javier Enguix, Noelia Marló, Basem Nahnouh, Antonio Maña, Cristina Esteban, Guillermo Pareja, Marta Castell, Pascual Ortí, Patricia Arizmendi, Tamia Denis y Rocío Martín. Productores: Festival de Mérida y El Negrito Producciones. Teatro Romano. 65 Festival Internacional de Teatro Clásico de Mérida. 14 de agosto de 2019.

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